Comencé a tener conciencia de las cosas con lentitud. Las sensaciones fueron lo
primero, lo cual fue el primer indicio de que algo iba muy mal. No podía mover los
brazos ni las piernas. Estaban atados al suelo frío, y la cuerda era tensa y me cortaba
las muñecas mientras me esforzaba por incorporarme.
Oh, mierda.
El olor fue lo siguiente. El aroma mohoso me resultaba familiar, envolviéndome la
cabeza, pero no era capaz de recordar por qué exactamente. Cuando logré abrir los
ojos, me encontré mirando unas vigas de metal.
Las velas no emitían demasiada luz, pero en el baile parpadeante de sombras pude
distinguir una canasta de baloncesto sin tablón trasero. Mi mirada cayó y siguió unas
marcas de arañazos visibles hasta que desaparecían en una línea blanca dibujada con
tiza; un círculo. Unas líneas rectas se extendían hasta llegar a él. Giré la cabeza,
haciendo una mueca ante el dolor sordo en mis sienes. Había más líneas al otro lado
de mí.
Era un pentagrama ligeramente torcido. Oh, aquello iba mal.
Me encontraba en el viejo gimnasio en la planta más baja de mi instituto, atada en
mitad de un pentagrama, y… ¿era eso un cántico? Dios. Estiré el cuello y traté de ver
más allá de los cientos de velas blancas que seguían la circunferencia del círculo.
En las sombras, había cosas que se movían. Sus suaves parloteos y chillidos como
de cerdos me congelaban por dentro. Eran demonios Mortificadores.
—Estás despierta. Bien —dijo desde las sombras una voz con un profundo acento
sureño—. Pongamos en marcha el espectáculo.
Bajé la barbilla para mirar en dirección a mis pies. Paimón se había quitado la
chaqueta y se había desabrochado la camisa roja. Fue hasta el borde del círculo, se
detuvo y bajó la mirada. Dio un paso hacia atrás, y mis sospechas crecieron.
—¿No vas a entrar aquí? —pregunté.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Ese pequeño pentagrama torcido puede convertirse fácilmente en una trampa demoníaca, y mis mocasines Hermès no van a tocar siquiera esa tiza.
Cerré las manos en puños y noté cómo el anillo me mordía la piel.
—Eso va a hacer que sea difícil realizar el encantamiento, ¿verdad?
—En absoluto, querida —dijo mientras se arrodillaba. Esa cresta que llevaba debía
de medir más de medio metro de altura—. Para eso están los sirvientes. ¡Eh, sirviente!
A mi izquierda, otra forma salió de las sombras. No lo había visto antes, pero su
sonrisa era más que escalofriante. Tragué saliva mientras mis ojos iban de un demonio
a otro. Nadie iba a aparecer para salvar el día. No sabía si Zayne había sobrevivido al
Sicario Infernal. Roth probablemente ni siquiera supiera que me habían capturado. Y,
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AMOR POR CONTRATOS
RomanceTania campares nunca se había arriesgado en la vida hasta que aprendió una dolorosa lección. Ahora quiere volver a empezar de cero con un trabajo lejos de su hogar al servicio de los hermanas de lealtad, dueñas de una inmensa fortuna... y de una osc...