MUJER

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¿Es cierto eso que dicen de las mujeres que vienen aquí? —Las uñas pintadas de un negro resplandeciente recorrieron el estómago de Lucia de maravilla y le sacaron la camisa por la cintura—. ¿Que se vuelven locas?
Lucia enarcó una ceja.
—Porque ahora mismo siento que estoy perdiendo la cabeza. Que estoy fuera de control. Llevo tanto tiempo deseándote… —Los labios del mismo color que las uñas rozaron el cabello más corto alrededor de su oreja—. Pero tú
nunca te fijaste en mí. Hasta esta noche.
—Eso no es cierto —dijo él con voz cansada mientras alcanzaba la botella
de licor. Se había fijado en ella en más de una ocasión. Hasta podía habérsela comido con los ojos un par de veces. Con esa melena pelirroja y el cuerpo de infarto embutido en un vestido tan escotado, por supuesto que se había fijado en ella, al igual que la mitad de los clientes del Red .
¡Carajos! Seguramente el ochenta por ciento de ellos, tanto mujeres como
hombres, habían mirado en su dirección más de una vez, y ella lo sabía.
—Pero siempre estabas pendiente de otras cosas —continuó ella. Lucia
casi pudo oír el modo que formaron esos preciosos labios rojos.
Se sirvió un poco del burbon de veintidos años, intentando recordar en
cuántas mujeres más podía haber estado pendiente. Las posibilidades eran
ilimitadas, pero nunca se centraba en nadie en particular. En realidad,
tampoco estaba prestando atención a la mujer que tenía detrás de él, ni
siquiera cuando presionó contra su espalda lo que, sin duda, tenían que ser
unos pechos espectaculares y deslizó una mano debajo de su camisa. El
gemido gutural que dejó escapar ella mientras le acariciaba los abdominales
tampoco tuvo ningún efecto en él.
Hubo un tiempo en el que solo necesitaba una sonrisa de complicidad y
una voz sensual para tener una erección capaz de taladrar una pared. Incluso
se había follado a mujeres y se había perdido en ellas por menos que eso.
¿Pero ahora?
Ahora no tanto.

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