Capítulo 3

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—¡Otra victoria impactante de la más violenta, la campeona, La Bestia! —Vitoreaba el anunciador de un evento de boxeo bastante concurrido. Se acababa de disputar un encuentro por el Campeonato Nacional Femenil de Peso Gallo, y la misteriosa campeona se había alzado vencedora otra vez.

Todos los presentes murmuraban sobre la posible identidad de La Bestia pues, siempre peleaba usando una vieja capucha verde que siempre le cubría la cabeza; a pesar de las ordenes de los árbitros para que siempre se la quitara, su entrenador movió mucho dinero para que esto dejara de ocurrir. Los paramédicos entraban con apuro al cuadrilátero para socorrer a la boxeadora rival que permanecía inconciente y rodeada de su propia sangre: mandíbula rota, costillas fracturadas y el hombro izquierdo estaba dislicado.

El entrenador contrario no podía creer que existiera una fuerza tan desmedida. ¡No! Lo verdaderamente aterrador era ese estilo de pelea tan temerario que se empecinaba en noquear a su rival con embestidas de golpes salvajes y primitivos. No existían muchos boxeadores en el mundo capaces de tener un estilo tan peligroso como el de la invicta campeona. Esta misteriosa pujilista sólo la miró como si no fuera la primera vez que mandaba a alguien de gravedad al hospital.

Cuando La Bestia bajó del ring y caminaba con el campeonato en la cintura todos se apartaban de su camino y pese al deseo de conocer su identidad nadie se atrevía a mirarla a la cara. —Lo hiciste muy bien, tómate esta semana para descansar y el lunes reanudas tu entrenamiento. —Resaltó con voz cansada el entrenador de la campeona. —Hay algún lugar para descansar que me recomiende? —Preguntó ella a su entrenador. —Mmm no lo sé, hay un bar a unas cuantas calles del gimnasio, tal vez puedas celebrar ahí con tus amigos. —Replicó el hombre sin mucho interes en la chica para marcharse del gimnasio con el campeonato defendido. —"Que tipo más idiota... ¿Y qué amigos tengo yo? Bueno, supogo que no pierdo nada con ir" —Pensaba para sí misma cuando se marchaba en dirección a ese acalamado bar.

Una vez en el sitio, la boxeadora comprobó que era más bien un restaurante sencillo donde vendían alcohol barato. Se rió por haberle hecho caso al viejo y sin mas remedio entró al bar. Caminó hasta una mesa apartada y esperó a que alguien le atendiera, para su desgracia no vendían bebidas que no fuera alcohólicas así que pidió una cerveza que ni siquiera iba tomar. Pasaban los minutos y la famosa Bestia estaba con la mirada perdida; dentro de su cabeza seguía repasando cada movimiento de su pelea; su defensa del título había sido exitosa pero, igualmente había recibido un par de golpes y esos mismos golpes ya le estaban pasando factura

Dirigió su mano varias veces a hacía su estómago llevándose una fuerte punzada que la hizo apretar los dientes y lanzar quejidos de dolor.

—¿Estás bien? Puedo ayudarte, soy doctor. —Una voz ligeramente grave fue hacia ella con preocupación; pertenecía a un hombre de rostro bien parecido, con un par de ojos marrones intensos y la mandíbula tan bien definida que parecía sacado de una revista. El sujeto, apurado por los múltiples quejidos de la mujer se sentó frente a ella esperando su respuesta. —Si, gracias. Es que ser madre nunca es sencillo. —Las quejas pararon y la boxeadora le dedico una sonrisa al hombre preocupado. —Oh vaya, entonces, ¿eres madre? —Cuestionó él. —Claro, soy madreadora. —Rachel rio por su mal chiste. —Lo siento, no soy buena haciendo bromas. Me llamo Rachel, y tú? —Se nota, mi nombre es Anthony y bueno si soy doctor pero, a qué se dedica usted, señorita madreadora? —Rachel sonrió genuinamente frente al doctor para detenerse un segundo a observar con curiosidad su cara.
—Soy boxeadora. Campeona en realidad.

La expresión de Anthony se volvió sorpresiva por escuchar del trabajo de tan interesante mujer. —Boxeadora eh? Suena tan peligroso como emocionante lo confieso, y encima campeona... De seguro debes tener muchas personas interesadas en ti. —El delicado suspiro de Rachel indicó todo lo contrario; no le importaba estar sin compañía ya tenía a una amiga y fuera de ella no creía tener la necesidad de depender de nadie, una lección que sus propios puños le habían enseñado. —Por desgracia no, normalmente las personas con las que salgo terminan noqueadas en la lona cada mes. Y tampoco soy fan de contarle a todo mundo quien soy en realidad.

—Y por qué contarmelo a mí? Digo, me acabas de conocer. —Cuestionó intrigado el doctor Anthony.  La pujilista alzó los hombros dándole poca importancia a su pregunta; como si le dijera. —"No lo sé, sólo creo que eres sexy."

Una vez pasada la primera impresión, Rachel y Anthony siguieron bromeando, hablando y conociéndose hasta que la noche los atrapó. —Que pena, ya debo volver a casa pero, ¿Volveré a saber de ti? —Rachel se levantó de la mesa subiendo su capucha verde lista para irse del bar.
—Espera ¿Podría acompañarte a casa? Así no tienes que despedirte de mí.

Rachel se rió por eso, al final se inclinó para plantar un beso en los labios del doctor dejándolo entre perplejo y tarado. —Sabes, tendré otra pelea por aquí dentro de un mes... Si quieres verme sólo pregunta por La Bestia. —Luego de esas palabras, la chica del hoody se despidió con un gesto de su mano. Anthony no quería esperar un mes para volver a ver a esa mujer tan linda así que la siguió a la calle con la mala suerte de que ella ya no estaba, se había esfumado en la oscuridad. —"Rachel... ¡Que mujer tan linda!" —Pensó el doctor mientras volvía al restaurante con una sonrisa como de primer amor.

Al llegar a casa, Rachel pasó a la cocina para saludar a su madre y contarle como había ido su día; pasando desde su pelea hasta platicarle de ese apuesto hombre del bar. —Debes estar cansada hija, ¿quieres algo de comer? —Preguntó la señora. —No, gracias. Solo quiero ir a dormir.

Esa chica tan vivaz y con una sonrisa encontadora. ¿Que la hizo volverse una auténtica bestia dentro y fuera del ring?

Bestias AgresivasWhere stories live. Discover now