Capítulo 3: Resistiré.

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Cuando Caballo de Copas cumplió 18 años tenía toda la intención de comerse el mundo, lo celebró por todo lo alto con Sota de Copas bebiendo a tope de forma legal. No todos los días se llega a la mayoría de edad. Es cierto que ya había disfrutado a tope de su adolescencia, pero eso solo era un paso previo para lo bueno. Lo bueno de verdad. Tocaba disfrutar de la juventud por todo lo alto, con todas las ventajas que eso tenía.

Por desgracia, su gozo quedó en un pozo. A los pocos días de cumplir 18 años, se declaró la epidemia de peste negra en el Reino de Copas. Eso solo pudo decir una cosa: cuarentena. A Caballo de Copas eso le sentó como un tiro, todos sus sueños de salir a vivir la vida, de pasárselo como nunca y de comerse el mundo se habían ido volando y no iban a volver. Ahora, al contrario, le tocaba estar encerrado en su casa, aburrido y más solo que la una. Porque Sota de Copas, al ser una hechicera de renombre con gran poder, se iba con el resto de hechiceros y magos sanadores a los puestos habilitados para curar a los enfermos. Un desastre, vamos.

Al menos tenía la suerte de no haber aprendido a curar, a pesar de haber cambiado de energía negativa a energía lasciva (esta última, curiosamente, sí permite hacer magia blanca). Las curaciones siempre se le atragantaron y nunca fue capaz de hacer una en condiciones, ni siquiera curar un pequeño corte. Eso tenía sus ventajas, sería un mago inútil, pero al menos no le tocaría trabajar de gratis.

¿Lo malo? Que no salía de casa. No saliendo de casa poco cacho iba a pillar. Total, que estaba carcomido por la frustración. Hacía las labores de la casa con desgana, comía y cenaba (legumbres, porque durante la epidemia no había otra cosa), esperaba tumbado a Sota de Copas mientras se moría de asco y después de que llegase se iba a dormir.

Oía con amargura todos los días a las ocho de la tarde los aplausos a los hechiceros y magos sanadores. También oía a los vecinos jugar al veo veo o al pinto pinto por las ventanas. Y la gente manteniendo conversaciones de balcón a balcón. Aquello era un suplicio. Por supuesto, él no salía nunca, no se quería juntar con esa gente aburrida, pesada y molesta. Y así es como pasaban los monótonos días en tiempos de cuarentena. Caballo de Copas veía cada vez más lejos el final, estaba cada vez más mustio con toda la situación y se pasaba las tardes mirando al techo de su habitación.

Un día como tantos estaba tumbado, tranquilito, respirando la paz que le quedaba hasta las ocho de la tarde cuando los vecinos se pusieran a aplaudir. Entonces, algo perturbó su tranquilidad. Algo empezó a oírse a través de la ventana.

Voz: Cuando pierda todas las partidas... Cuando duerma con la soledad... Cuando se me cierren las salidas... Y la noche no me deje en paz... Cuando sienta miedo del silencio.... Cuando cueste mantenerse en pie.... Cuando se revelen los recuerdos... Y me pongan contra la pared...

"Qué mal canta el tío", pensó Caballo de Copas, molesto porque su tranquilidad fue hurtada de un momento a otro. Eso ya fue la gota que colmó el vaso. Tenía muchos problemas en mente, la vida venía dándole palos desde el momento en el que cumplió la mayoría de edad. Y ahora eso. Aquello era demasiado, por ahí no iba a pasar. Enfadado, con la ira ardiendo, se levantó con ganas de marcha. Iba a ir a la ventana a cantarle las cuarenta a quien fuera quien estaba dándole la tarde con sus cánticos. "Se va a enterar".

Cuando se asomó por la ventana, lo que vio le sorprendió y mucho. 

Vecino de enfrente: Resistiré, erguido frente a todo... Me volveré de hierro para endurecer la piel... Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie... Resistiré, para seguir viviendo... Soportaré los golpes y jamás me rendiré... Y aunque los sueños se me rompan en pedazos ¡¡resistiré!! ¡¡¡RESISTIRÉ!!!

La expresión de Caballo de Copas cambia por completo. Lo que antes era enfado, pasó a ser aprobación. "Pues no está nada mal, hmmmm". Viendo que el chico que canta la canción en la ventana de enfrente no está nada de mal ver, Caballo de Copas se queda allí como público de su espectáculo. Intenta hacer oídos sordos a la canción para deleitarse con la vista de un chico de su edad, alto, de pelo castaño rizado, ni muy corto ni muy largo y piel más morena que la suya que le pareció lo que viene siendo "un bombón".

NAIPES (II): UN VIAJE LARGO Y DUROWhere stories live. Discover now