—Bueno, eso sí lo sé —le dio una mordida a su sándwich—. ¿Qué te pasa?

—No me siento muy bien —alegué con la voz algo pastosa.

—¿Cólicos?

Negué lentamente con la cabeza y lo miré, sujetándome la barriga con los dos brazos. Estiró la mano y me deshizo la cola de caballo que tanto me esforcé en hacer, pero el dolor era tan demandante que no le dije nada.

—Se supone que mi periodo acaba mañana, pero siento como si fueran cólicos —me quejé—. ¡Jamie, me voy a morir! —chillé—. ¡No quiero morir tan joven! ¡Dile a Tayler que se puede comer mi pudín!

—Sí, yo le digo —contestó indiferentemente dándole un sorbo a su jugo de cajita.

—Me ignoras cuando estoy en mi lecho de muerte. ¡Qué clase de amigo eres!

—¡Ay, Jenna, qué exagerada! Cállate y déjame disfrutar mi pan.

—¡Yo me estoy muriendo y tú estás comiendo pan! ¡Por Dios, qué aberración! —sacudí la cabeza contra mis brazos—. ¡Sacrilegio, blasfemia!

—¡Vale, vale, ya entendí! Vayamos a la enfermería, ¡Dios mío!

Le sonreí inocentemente y me puse de pie como buenamente pude. Jamie era de los que cuando caminan, saben a dónde van y no se entretienen en otras cosas, por lo que sus pisadas son rápidas y cualquier cosa que lo retrase le desespera hasta darle dolor de cabeza; sin embargo, me acompañó en mi lento paso por los pasillos, sin una sola palabra respecto a mi lentitud, ofreciéndome un brazo en el que apoyarme si lo necesitaba. Esto me hizo darme cuenta de que, si no se estaba arrancando los pelos, algo grande ocupaba el noventa y nueve por ciento de espacio en su cabeza.

—¿Cómo vas con...? —chasqueé la lengua al no dar con el nombre.

—¿Jared? Lo voy a terminar.

—¡¿Qué?! ¿Por qué?

—Me engañó con su ex. Y lo que es peor, el imbécil lo niega.

—¿Y cómo lo sabes entonces?

—Los escuché.

—Qué fuerte.

—¡Eso, fuerte! Quise vomitar. Vomitaré un día de éstos. ¡Y voy a vomitar si no avanzas más rápido!

Sonreí: mi Jamie había vuelto.

Hellen me dio unas pastillas y me recomendó descansar un rato, a lo que Jamie decidió quedarse conmigo hasta que el timbre demandara lo contrario. Le mandé a Seth un mensaje diciéndole que estaría en la enfermería, que no me sentía muy bien.

—¿Estás comiendo bien, Jenna? —me preguntó Hellen, la enfermera.

—Sí, sí.

—No es cierto —salió Jamie con la verdad—. No te he visto comer en tres días.

—No como en frente de ti —le saqué la lengua y me hizo una mueca que me arrancó una risotada.

—Estás pálida -observó Hellen—. ¿Has notado algo inusual en estos días?

—Algo, pero debe ser por el periodo.

—¿Estás estresada?

—Algo.

—¿Cansancio repentino, dolores de cabeza, mareo cuando te pones de pie?

—Todo eso.

—Jamie, vigila que coma bien. Eso no es bueno, Jenna. Son los síntomas de una anemia, ¿sabes qué es eso?

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