54. Una sílaba

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—Eso parece -respondió Stanley, distraído por los resultados que mostraba la máquina—. Pero han sucedido más cosas de lo que creen. Jordan, anota esto —le pidió a otro hombre con rasgos hindús y éste hizo lo propio—. Sus cuerpos experimentan lo mismo que dos personas comunes al besarse. La sustancias que el cerebro despide, la sangre corre más rápido por sus venas, el corazón se acelera, unos cosquilleos aquí y allá, todo eso no difiere —se giró a nosotros y se detuvo unos segundos—. Jenna, háblame.

—Aquí estoy —levanté la mano.

A sus ojos, el chico de casi metro ochenta, cabello y ojos del color del interior de una cueva, tez pálida y mirada impenetrable, alzó la mano.

—Seth.

La chica, un poco más morena que él, ojos curiosos y grises, y cabellos lacios y oscuros, una cabeza menos alta que él, alzó la mano como respuesta.

—Lo que sí difiere —continuó Stanley, tras cerciorarse de que sí habíamos cambiado de cuerpos— es que al modularse sus respiraciones, siguen el ritmo que antes tuvieron en su cuerpo anterior.

Gabriel, de pronto interesado en ese dato, se acercó a su tío y vio los resultados sobre el hombro del llamado Jordan, para después arrebatarle la tabla y compararla con lo que la máquina ofrecía.

—¿Entiendes lo que transmite, sobrino? —Stanley se interesó con una mueca divertida, cruzando los brazos.

—¿Podemos volver a la normalidad? —me preguntó Seth, alzando la voz para que se le escuchase.

—Por favor —respondió el tío y así lo hicimos.

—¿Se te ha quitado el dolor de cabeza?

Me detuve un momento para verificar, con emoción, que así era.

Santísima madre del cielo, ¡se fue!

—Sí —sonreí.

—Bien —me sonrió.

—Gordon, necesito una copia de éstos resultados —Stanley le tendió indiferentemente la tabla al pelirrojo hombre y éste hizo una mueca de disgusto, sin tomarla. Al tiempo que el primero movía botones y cables, añadió—: Ah, y ya no hay tinta. Dile a Vanessa que necesitamos dos cartuchos.

—Hágalo usted mismo, no soy secretario —y se alejó de él para comenzar a quitarnos con cuidado los cables del cuerpo—. Será mejor que se laven, éste material pica la piel.

Stanley le tendió la tabla a su sobrino, sin molestarse a verlo.

—Gabe, haz eso, por favor.

Él cogió la tabla antes de salir de la sala. 

—Los baños están por el pasillo a la derecha -nos indicó Gordon.

—Esperen —gritó Stanley cuando estábamos frente a la puerta—. Eso es todo por hoy, pueden irse a sus casas. Regresen en tres días, lo que haremos requiere más tiempo de planificación. Los necesito recién bañaditos, y con las orejas resplandecientes.  

No añadió más y Seth y yo salimos.

***

—¿Cómo les va con los científicos locos? —me preguntó Jamie a la hora del almuerzo al día siguiente.

—Muy loco —contesté, apoyando la mejilla en la mesa de la cafetería.

Por alguna razón, sólo éramos los dos ahí, esperábamos a los demás.

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