C A P Í T U L O 7 8

6.8K 1.3K 384
                                    

Os podréis hacer una idea de que mi vida en Múnich dejaba bastante que desear, por eso no me costó tomar la repentina decisión de darle un giro de ciento ochenta grados y mudarme a París. No planeo volver a cambiar mi domicilio —y por si acaso se me presentaba la tentación, he dejado a Lady Di en Francia, para forzarme a regresar—, pero es verdad que dejé alguna que otra cosa de valor aquí. Como, por ejemplo, mi anciana vecina, a la que he estado visitando estos días para entretenerme un poco y posponer lo que tengo que hacer aquí a modo de retiro espiritual: meditar.

Pero no creáis que no se hace un buen trabajo hablando con una señora mayor. Tienen mucha sabiduría que repartir, muchas enseñanzas con las que ponerte a pensar, y esta en concreto, la vieja Alberta, no está precisamente rodeada de nietos para volcar sus conocimientos sobre ellos. Yo soy lo más parecido a un hijo que nunca tuvo, y no voy a mentir... Me aprovecho bastante del cariño que me profesa —y que yo le profeso a ella, eh— para ir a merendar todos los días. Alberta necesita controlar su dieta para evitar desastres de colesterol e hipertensión, así que sus galletas nunca contienen chocolate.

Al margen de eso, claro que le he dado vueltas al asunto de Lana, pero no consigo llegar a ninguna conclusión. Lo que cada vez es más evidente para mí, es que más o menos estamos en punto muerto, que ninguno de los dos se libra de culpa. Ella me mintió cinco años, y yo me aproveché de que estaba ciega para presentarme como otra persona... Aunque bueno, ella también mintió haciéndome creer que no lo sabía, por lo que ese punto supongo que sería para mí. Ella me dejó tirado porque no estaba preparada para afrontar una relación en su estado, y yo jamás definí la relación porque tampoco estaba por la labor de lidiar con sentimientos ajenos cuando no podía ni con los míos... Pero mandó a su amiga, joder; a su amiga. Al menos podría haber cogido el teléfono y contármelo ella, o llamarme en cuanto empezase a recuperarse. El problema sigue por aquí, porque seguramente Lana no pensaba que fuese a esperar a que marcase mi número, y porque tiene razón al asumir que habría sido egoísta por su parte contactar conmigo largos años después. Ya, bueno... ¿Y cuál es la excusa a que no me lo contase cuando empezamos a salir hace unos meses? ¿Se supone que tengo yo la culpa por no preguntar? Coño, para mí estaba muy claro: se largó con otro, y punto. Y ahora resulta que ese otro no ha existido...

Me siento un poco estúpido, respecto a eso... Pero estoy acostumbrado. Es decir; no es nada nuevo que cometo mis errores y soy bastante obtuso en algunos casos. O en casi todos. Sin embargo, estoy sintiéndome estúpido por esos cinco años que pasé engañado, y eso no es tan normal. Cinco años se dice pronto, ¿no? Parece que solo pasé cinco días sufriendo, pero fueron más de mil ochocientos preguntándome qué hice mal. Y diréis: pudiste perdonar que te dejase por otro cuando te reencontraste con ella. Claro que pude... Uno no elige de quién se enamora, y no habría sido su culpa pillarse de un gabacho durante la despedida de soltera de su amiga, o su boda, o lo que fuese. Ahora... Una mentira de ese calibre es otro tema. No se puede borrar como si nada. Y repito que no soy SuperMoral, yo también he soltado mis trolas, pero nunca, jamás, ha sido para hacerle daño a alguien.

¿Qué más hay por tocar? ¿Que estaba segura de que no me haría cargo de ella? Quizá no demostré como debía que estaba enamorado, e incluso aunque Lana supiera que a mi manera la adoraba, acepto que esa es mi parte de culpa. Pero igualmente eso no le daba derecho a concebirme como una bestia y un desentendido, asumiendo que no me dolería, o haciéndolo a pesar de ser consciente de que me mataría... La verdad, no sé cuál de las dos cosas es peor.

Y por último, la ceguera. Eso es sobre lo que más he meditado, porque es el único camino por el que sé que podré volver a sus brazos sin sentirme gilipollas, o sin tener la ligera sospecha de que nos estoy engañando a ambos. Lana tuvo un accidente que supone un gran choque emocional, y para una persona como ella, debió ser especialmente duro. Entiendo que no pensara en mí, que me apartase sin miramientos, y que se borrase del mapa. Pero, ¿hasta qué punto puedo justificar sus mentiras escudándome en su problema de visión? Porque no quiero, ni debo, ni voy a utilizar la ceguera para tenerle compasión y decir «pobre Lana, pobrecita Lana». Es verdad que fue «la pobre Lana». Dejó de ver, joder. Y de la noche a la mañana, sin que pudiera imaginarse lo que vendría... Pero si quiere ser tratada con normalidad, y me consta que es lo que necesita para dejar de odiarse por ello, no puedo basarme en que siga siendo ciega para disculpar su comportamiento. Al principio vale, por el shock y todo lo demás. Ahora... Es distinto.

Joder, creo que no le he dado tanto al coco en mi vida. Voy a acabar echando humo por las orejas. Debe ser que el enfado aún me dura, o que el rencor se está instalando en mi cuerpo, o que los destornilladores de punta estrellada me ponen melancólico... Sea lo que sea, necesito desconectar un poco, así que abandono la tienda —en la que ahora estoy ayudando por mera costumbre— y decido dar una vuelta por Múnich. Y os juro que no es una excusa para ejercitarme, eh. Aunque si quisiera hacerlo, podría... No está el molesto gaitero para supervisar.

Como si lo hubiera invocado, recibo una llamada entrante.

—Déjame en paz, Victor. He almorzado legumbres.

Me alegro —responde Adrienne. Freno bruscamente—. ¿Cómo estás, Axel?

Estas cosas me pasan por andar presuponiendo.

—Bueno, ya sabes, he estado mejor... ¿Me llamas para contestar a los mensajes que te he enviado?

Tampoco la he estado enterrando en correos, básicamente porque solo uso el correo para chequear las ofertas del gimnasio. Solo pregunté cómo estaba Lana, si se andaba preparando para la operación... También por Dau, que no se tomó del todo bien que marchase, aunque acabó comprendiéndolo y prestándome su peluche del ñu como garantía de que volvería. Y por Leon habría preguntado, pero no está en París y tampoco coge el teléfono personal, por lo que supongo que estará dando vueltas por sus hoteles, liado con el que utiliza para el trabajo.

Lana está bien. Un poco nerviosa... Ya sabes que la operación es el viernes que viene —puntualiza—. Te echa de menos, pero no quiero hablarte de eso, y seguro que tú tampoco quieres escucharlo. —Está totalmente en lo cierto—. Solo creo que dejamos algunas cosas por zanjar. No me lo has dicho, pero sospecho que en algún momento habrías sacado el tema y prefería evitar el riesgo de que fuese gritando en una cena de Navidad.

—¿A qué te refieres?

—A por qué no intervine contándote la verdad sobre lo que pasó, y por qué fui cómplice de la mentira de Lana en su momento. Fue lo que me pidió, que conste; nada ni nadie pudo disuadirla de lo contrario. Y estaba tan hecha polvo que no se me habría ocurrido contrariarla. —Suspira—. Uno no pierde la vista todos los días, ¿verdad?

—No, no es algo que uno vaya a hacer todos los sábados por la noche.

O, bueno, visto de otro modo... Un poco sí, ¿no? ¿Conocéis la expresión de«cogerse un ciego»? Significa pillarse un pedo, o ir perjudicado, o estar tajado, o llevar el puntito... Nada sobre follarse invidentes, que os conozco, latinas.

Quería disculparme. Indirecta o directamente, he herido tus sentimientos, y quiero que sepas que nunca estuve satisfecha con lo que hice. Me gustaría que no me guardaras rencor, aunque eso es muy difícil por ahora, ¿no?

—Por extraño que parezca, no te odio por eso. No soy tan cabrón como para ir por ahí con la doble moral, ¿sabes? Y me molesta que lo insinúes. Yo sabía que Leon se estaba muriendo y tampoco te lo dije. Ni siquiera hice el amago... Nunca te pedí disculpas, tampoco. Porque no las necesitabas, igual que yo no las necesito a estas horas. Es algo entre dos personas, nadie tiene por qué meterse.

Hay un breve silencio.

Te hemos subestimado demasiado. Al menos deja que me disculpe por eso —dice al fin—. Espero que vuelvas pronto, y con una decisión... Y te pasaría a Dau, pero acaba de quedarse dormida.

Asiento y suspiro, lamentándome internamente de haber perdido mi oportunidad con Dachau. Adrienne me pregunta lo básico, qué tal estoy, lo que estoy haciendo, si me encuentro mejor —y lo curioso es que lo hace sin que parezca un interrogatorio— y tras unos minutos en los que atravieso la ciudad sin ningún rumbo fijo, me despido y cuelgo. Sin saberlo, mis pasos me han llevado al patio de recreo de mi viejo instituto.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now