C A P Í T U L O 3 3

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No pasa nada si Lana Douves no me quiere en su vida, porque mi tabla de Crossfit puede llenar cualquier vacío. Hay veintiún chicas en las rondas de pull ups y squats, dispuestas a ponerme a sudar como un condenado. Y creedme... Las doñas del entrenamiento no son ninguna estupidez. Podrían hacerte olvidar hasta tu nombre, para luego caer rendido en la clase de sueño profundo al que hace unas semanas que no aspiro.

Patético, ¿no? Parece que no tuve suficiente con que me mandara al carajo una vez, que he ido a buscar más y a hacerlo mejor en una segunda casualidad. No creo en fuerzas sobrenaturales que empujan a los seres humanos a coincidir en determinados momentos de su vida, y preferiría no pensar que lo mío con Lana fue una excepción, porque en ese caso, el Destino estaría siendo un auténtico cabronazo conmigo. ¿Me devuelve a la mujer que se fue para verla irse de nuevo, o peor: para que me dé otra patada en el culo? ¿Qué broma de mierda es esta?

Es evidente que alguien ahí arriba se está riendo a mi costa. Y estaría de acuerdo con que lo hiciera si yo también pudiera pasarlo bien, pero estoy frustrado, no contento. De hecho, estoy tan confundido que en cuestión de dos días, la volubilidad me ha poseído, y la cabezonería que me viene de serie se ha agravado considerablemente. Una suerte que por fin haya encontrado un gimnasio que se adapta a mis gustos y pueda descargar mi decepción allí.

No lo pensé mientras estaba entre sus piernas porque... Pues porque estaba entre sus piernas, claro. Pero cuando llegué a casa y me arrastré hasta la ducha —que todos sabemos que es el lugar de encuentro con tu yo meditabundo—, me di cuenta de que Alexander se había tirado a Lana apenas una semana después de conocerla. ¿Entendéis por dónde voy? Alexander con apellido por especificar, un tío al que ni ha visto y no conoce, tuvo el honor de acostarse con Marianna Douves, y sin suplicar en lo absoluto..., cuando Axel Volney estuvo meses rogando de rodillas por un beso cutre.

Está claro que hay algo horrible en mí, en Axel. No le encuentro otra explicación. Y en este caso, no se puede recurrir a la excusa de que Lana no quería tirarse a Axel porque prefería tener una relación seria: al final no la tuvimos y seguimos acostándonos regularmente. No, no... Esto es tan simple como que no debí ser suficiente para ella, mientras que este personaje inventado es el epítome de lo sensual. No sé qué tiene Alex que no tenía Axel, porque creo que no he avanzado demasiado en movimientos: sigo barajando el naipe como lo hacía en sus tiempos. Ergo, debe haber un problema en mi personalidad. O en mi físico.

Aunque, ¿qué estoy diciendo? Tanto Axel como Alex han sido mandados a su puta casa. Que uno tuviera privilegios sexuales no significa que sea el amo. Si eso, sería el patético esclavo.

En esas ando pensando cuando llego al piso después de tres horas matándome en el gimnasio. Lo único que había en la despensa esta mañana era un taco de barritas calóricas y cereales con chocolate, así que he preferido pasar del desayuno. Ha acabado pasándome factura mientras me ejercitaba, pero en mi humilde opinión, no hay sensación más reconfortante que la de sentir el estómago vacío. Sobre todo cuando tienes la impresión de ser el tío más asqueroso sobre la faz de la Tierra y necesitas hacer algo con tu cuerpo para tener algo de valor.

Entro en la cocina, como cada mañana, y ahí está Jerome. Casi suspiro de alivio al ver que en esta ocasión no habrá duelo del lejano oeste gracias a Remi. Este me intercepta antes que mi compañero de piso, quien está ocupado dándome la espalda y bailando como un drogadicto cegado por las luces de neón. No reconozco la canción, pero es por lo que ya os he mencionado: no escucho indie deprimente.

—Buenos días —me saluda Remi, sentado junto a la barra. Teclea un par de cosas en el portátil, que reposa sobre los muslos, y luego vuelve a mirarme con una sonrisa cálida—. ¿Qué tal has dormido?

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora