C A P Í T U L O 5 0

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—Mi proceso de negación, ¿de qué? —ladro. Él niega con la cabeza y luego la apoya en el cojín, cerrando los ojos momentáneamente—. No, no, no... Me tienes hasta los cojones con tus misterios. Ahora lo dices, capullo.

Los labios de Jerome tiemblan, como si quisiera retener una carcajada. Me alegra que alguien lo esté pasando bien en esta casa de todos los que vivimos, porque yo soy claramente la excepción. Estoy bastante irritable, y debe ser porque es martes, mis días de lloriqueo, o quizá porque llevo sin dormir desde que Lana confesó haber estado mintiéndome. Pero será mucho mejor si no vuelvo a eso.

—Me hacen gracia tus pintas de heterazo cuando es evidente que no lo eres —comenta. Mi cuerpo se tensa—. ¿Te sorprende que te haya pillado? Los «medio maricones», como tú los llamas, tenemos un radar para reconocer a los de nuestro clan de perturbados, ¿no lo sabías? Puedes esconderte todo lo que quieras detrás de tu fachadita de «no homo»..., que a mí no me engañas.

—¿Qué coño dices? ¿Así es como convences a los tíos para llevarlos a tu habitación, haciéndoles pensar que en su interior vive un sarasa deseando ser explotado? Vaya subnormal...

Jerome ni se inmuta, aunque tampoco esperaba que lo hiciese.

—Los heteros no necesitan ir reivindicándolo seis veces al día, ni se sienten amenazados cuando viven cerca de un «sarasa» —asegura, con una neutralidad que casi me ofende. ¿Está, acaso, abriendo un cajón de mi vida que odio solo por el placer de tocarme las pelotas?—. Te pongo nervioso, pero no te preocupes. No eres mi tipo.

—Ah, ¿no? ¿Y cuál es tu tipo?

—Me va la gente auténtica —responde, sonriendo ladino—. Tú eres todo apariencia.

—¿Qué sabrás tú de mí?

—Lo suficiente para saber que, si te meto mano ahora mismo, podrías correrte. Incluso podría hacer que te enamorases de mí —responde, tan seguro de sí mismo que pierdo la noción de mi cuerpo—. Pero no lo voy a hacer porque no me interesas... Lo que no significa que no necesites que alguien te haga ver que no es malo. Sé de lo que hablo, Bilzerian. Eres un reflejo de mí mismo.

—Solo dices gilipolleces.

Me gustaría levantarme y pirarme, pero de alguna manera le estaría dando la razón, y antes muerto que repartiendo motivos para que este capullo siga empujándome a hablar de asuntos que no quiero tratar. Así pues, me quedo sentado al lado de un tío que acaba de provocarme con la promesa de una paja, mirando la tele con el cuerpo completamente rígido.

—¿Qué pasó para que te convirtieras en un homófobo? —insiste, empujándome el muslo con el pie—. A ver si adivino... ¿Te pillaste por el jugador de baloncesto del instituto, te declaraste y él se lo contó a todo el mundo? ¿Estabas enamorado del novio de tu amiga y cuando lo confesaste te dieron la espalda los dos? ¿Eras de los que vestían de rosa o jugaban a las muñecas, y desde pequeño te jodían con que fueras un hombre...?

—Estás muy hablador hoy —comento, como si nada fuera conmigo—. No me importaría coserte la puta boca a hostias.

—Ah, ya sé... Caíste locamente enamorado de tu mejor amigo de la infancia.

Mi cuerpo me traiciona, obligándome a cerrar los ojos con fuerza. Tengo que contar hasta tres para partirle la nariz, y recordar que no está bien, no está nada bien.

—Fue eso... —Sonríe, satisfecho consigo mismo, aunque sus ojos se oscurecen—. Se lo dijiste y te dejó de hablar. Un clásico.

—Te animo a no proyectar la mierda de vida sentimental que tuviste en el instituto sobre mí —mascullo entre dientes—. No me ponen los tíos, y tú menos que ninguno, así que deja de tocarme los cojones.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now