C A P Í T U L O 6 8

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Yo, por mi parte, le he regalado un llaverito con forma de probeta, un vale de descuentos en Levi's y una caja de almacén llena de tés de jengibre, que seguramente le dure hasta el final de sus días. No me he gastado apenas un duro, pero lo he clavado. Creedme; he abarcado toda la personalidad de Adrienne Saetre con estos tres cutres regalos. Y yo pensando al principio en presentarme con una pulsera de Tous o algo así... Ya, como si fuera a ponérsela. Esta mujer es tan fanática de las joyas, la ropa o el maquillaje como el topo del Animal Crossing.

Sí, he jugado a ese juego. Y sí, se me ha olvidado guardar la partida infinidad de veces.

La verdad es que ha merecido la pena invertir en Adrienne, porque es una persona agradecida en lo justo. Ni se deshace en besos y abrazos, algo que habría sido incómodo, ni tampoco oculta lo mucho que te has equivocado eligiendo el regalo con sonrisas falsas. Es sincera, y por eso me alivia saber que le ha gustado. De hecho, me alivia demasiado. ¿Qué se le va a hacer? Soy un desesperado de la atención femenina. Y hablando de atención femenina... A Lana solo se le ha ocurrido regalarle un collar de la amistad, o algo así.

—¿Cómo estás?

Me giro para dar con Leon, que me mira con la misma cara que pone el gaitero cuando estamos en terapia. Esa expresión suave que viene a significar «parece que lo tengo todo bajo control, pero estoy preocupado por si de repente sueltas espuma por la boca».

Vale, Victor no me mira así... Pero casi.

—Muy bueno, ¿y tú?

—Muy cansado —suspira—. ¿Se ha portado bien la niña? ¿Te ha dejado tranquilo? Ha aparecido con ojeras...

—Mi compañero de piso la estuvo entreteniendo con historias de ñus.

—¿Tu compañero de piso? ¿Ese que dices que tiene las pintas del Joker de Jared Leto y que crees que se dedica a secuestrar vírgenes por las noches?

—Qué va, es otro.

¿Cómo coño se responde afirmativamente a eso sin que me mate? Tampoco le sorprenderá que haya estado machucando el meadero en horario de niñera, ya sabe cómo soy de sobra, pero no pienso admitir que he tenido el desatino de dejar vagar a Dau a sus anchas por el reformatorio de esquizofrénicos en el que vivo.

—En fin... Cómo pasa el tiempo, ¿eh?

Esa es una de las pocas cosas que mi padre me ha enseñado: a cambiar de tema utilizando una pregunta retórica, muy a menudo con un aire místico irresistible para mentes despiertas. No quiero ni que me pregunte por el otro Jerome, ese que me acabo de inventar —Axel, deja de mentir... Ya, ya—, ni que remita la conversación a mis citas con el tío de la sidra, así que era o eso o preguntarle por un libro de Cesare Pavese. Y entre vosotros y yo, no estoy de humor para escuchar amplias disertaciones sobre poetas existencialistas que se suicidaron a los cuarenta. No por nada, estoy de muy buen humor... Simplemente nunca tengo ganas de que se haga el listo y me ridiculice con su sabiduría poética. La única materia que conozco mejor que él es el de los carros, y mira que eso no está a su nivel intelectual.

—Ni que lo digas... Parece mentira que hace cinco años estuviera a punto de morir —comenta, clavando la vista en Adrienne—. ¿Sabes? Para ser un tipo que suele tenerlo todo planificado, nunca se me ocurrió que esta podría ser mi vida a los treinta y seis.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now