C A P Í T U L O 5 3

6.5K 1.4K 462
                                    

Me incorporo precipitadamente, comprimiendo las sábanas en mis puños. Miro a mi alrededor con los ojos desorbitados, con solo un nombre en la cabeza.

—¿Nicole?

—¿Quién es Nicole?

Echo un vistazo a mi derecha, y ahí está Leon. La persona que tengo agendada como prioridad en mi lista de contactos, no solo porque sea la única que me importa que sepa de mi pronta defunción, sino porque me consta que solamente él vendría corriendo en caso de que algo me pasara.

Como siempre, es la definición de perfección. Alto, en forma, rubio y encorbatado. Parece que no hay otra prenda de ropa en su puñetero armario; debe salir a la calle como si fuera a encontrarse a la reina de Inglaterra de un momento a otro.

—Estás en el hospital. Te has desmayado porque tenías la tensión muy baja, ni rastro de azúcar en el cuerpo y el estómago vacío —enumera. Eso último lo recalca con retintín—. Axel, ¿por qué lo estás haciendo esta vez?

—¿Lo ha hecho otras veces?

Giro la cabeza hacia la izquierda, encontrándome con el gaitero, que no puede soltar su dichosa libretita ni para ir a cagar. Aunque ahora no está liberando a Willy, sino mirándome fijamente, tan serio que nadie diría que es un amable escocés.

Me dan ganas de encogerme sobre mí mismo al recordar lo último que le dije, e imaginar a qué se debe su expresión infranqueable. Está dándome justamente la mirada que merezco. Está dándome... La mirada que necesitaba evitar para no sentirme peor.

—Axel, ¿estás aquí? —interviene Leon, agitando una mano delante de mi cara. La deja caer sobre la cama en cuanto frunzo el ceño—. ¿Qué pasa, amigo? ¿Por qué has dejado de comer otra vez?

—No he dejado de comer. Solo estaba a dieta.

—Te has desmayado porque estabas bajo de defensas. Tu cuerpo no ha recibido alimento real en semanas. Has estado sobreviviendo a base de tus asquerosos batidos, ¿no es así? —Su tono suena cada vez más frustrado. Se pasa la mano por el pelo, dándole un aspecto menos ideal—. Axel, por Dios... Me prometiste que no lo harías. Y dijiste que ya estaba todo bien. ¿Qué ha desencadenado esto? Maldición —siguió mascullando, esta vez en alemán—. Haces que quiera culparme a mí mismo por no haber estado pendiente de ti.

—No tienes la culpa —contesto rápidamente—. No importa, Leon. Solo necesito verme bien.

—¿Cuánto ejercicio haces al día? —me corta.

—Leon...

—Cuánto. Ejercicio. Haces. Al. Día.

—Lo de siempre —respondo, ambiguo—. ¿Qué pasa? ¿Qué más da? Estoy perfectamente bien. Leon... —insisto, incorporándome. Me siento un despojo humano al verle frotándose la cara, seguramente decepcionado—. En serio, solo ha sido...

—Has vuelto. Has vuelto a caer —musita—. ¿O nunca se ha ido? ¿Has estado estos años haciendo lo mismo en Múnich, cuando no te veía...? Dios, Ax. Sigues teniendo vigorexia.

Basta con oír esa palabra para ponerme tenso.

—Yo nunca he tenido de eso, no seas ri...

—No, deja de ser ridículo tú —espeta, perdiendo los nervios. Se pone de pie, con el ceño totalmente fruncido—. Estoy harto de que no afrontes tus putos problemas. Te lo dijo el jodido orientador del colegio: dismorfia muscular. Yo estaba allí. Yo te levanté del suelo todas las veces que te desmayaste, así que no me vengas con gilipolleces de que nunca has estado enfermo. Ya vale, Axel —acaba, sin voz—. Con dieciséis fue porque querías adelgazar, y porque tu madre acababa de morir. Con veintitrés fue porque me diagnosticaron cáncer. Con veintiocho fue porque Lana te dejó. ¿Qué lo ha desencadenado esta vez? ¿Qué ha atacado ahora tu autoestima? ¿Quién te ha hecho sentir insuficiente ahora?

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now