C A P Í T U L O 7 0

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No sé cuántos días han pasado. Solo sé que me alegro de que me hayan dado las vacaciones en el trabajo —ese que ya ni recordaréis que tengo—, y que he consumido un total de trece tés por cortesía de Nanna, la única persona a la que permito que entre en mi habitación, y solo porque me dejó su regazo para blasfemar en cuanto llegué a casa. El número de los tés es interesante, ¿no os parece? Hace apología a mi deprimente mala suerte. Esa que pensé que empezaba a dejar atrás, pero que ha vuelto con fuerzas sobradas para hacerme morder el polvo. 

Algunos pensaréis que estoy exagerando. Otros estaréis de mi parte, supongo; me conocéis desde hace unas cuantas páginas, lo lógico es que os solidaricéis con mi causa. La verdad es que ahora mismo no me importa la opinión de nadie, ni quiero pasar el rato en compañía de nadie, ni pretendo dedicar mis horas a nada que no sea ir asumiendo poco a poco que la palabra traición se queda corta para englobar lo que mis seres queridos han hecho conmigo.

Prefiero no preguntarme si Leon sabía que Lana estaba mintiéndome, porque si por casualidad la respuesta fuese afirmativa... Tendría que tomar serias medidas, y siendo honesto, me costaría concebir un mundo en el que me veo obligado a odiar a Leon. Sé que me repito mucho, pero hoy más que nunca, tengo muy presente que es mi mejor amigo, la personas que siempre ha estado a mi lado, que ha salvado mi culo, que ha protegido mi culo, y muchas más cosas con mi culo que no voy a alargar por si vuestras desquiciadas mentes pensantes deciden tergiversarlo todo. De todas las personas del mundo, él es la única a la que le confío absolutamente todo, en términos emocionales, sentimentales, físicos y materiales. Si tuviera que afrontar que supiese la verdad y se la reservara, sabiendo cómo lo pasé... Todo eso se iría al garete, porque sencillamente hay cosas que no pueden perdonarse, sin importar lo que diga el tío ese que camina sobre el agua y predica lo de las setenta veces siete. Ya sé que se llamaba Jesucristo, solo necesito desahogarme tratándolo todo de despectivo.

En cuanto a Adrienne... Mejor ni mantenerla en el pensamiento. Ciertamente no me debe nada. Yo tampoco le debo nada a ella. Por orden de prioridad, Lana es más amiga suya de lo que yo soy su colega, y eso significa que en caso de tener que cubrir una coartada, protegería la de la susodicha. Es verdad que al llegar a casa y despertarme de la primera sucesión de siestas para no pensar, se me ocurrió que debía vengarme, pero tampoco estamos en la escuela, ¿no? Conociendo a Adrienne, y tal y como oí entre la confesión del sucio complot que armaron contra mí, considera a Lana lo suficientemente madura para lidiar con sus problemas en solitario, sin necesidad de intervenir. Aunque bien que se metió de por medio para decirle a su amiga que Alexander no era otro que Axel, ¿no?

Sobre Lana no quiero hablar. Se acabó, y tenemos nada que decirnos. Ya sé que ella no sabía que tenía problemas de autoestima, y que es posible que me tuviera como un imbécil al que todo le importa un carajo, incluido un accidente de coche con consecuencias indefinidas... No critico del todo la mentira, sino su duración y el modo de tirármela a la cara. En serio, pensadlo. ¿Perdonaríais que vuestro novio o novia desapareciese un día sin más, y enviara a su amiga para deciros que no quiere saber nada, haciéndoos pensar indirectamente que es vuestra culpa? 

No creáis que no he meditado acerca de la culpabilidad. Tengo un jodido máster en terapia ocupacional, y otro en echarme las culpas de todo lo que pasa a mi alrededor. Que esté cabreado y no quiera saber nada de ella no significa que me haya desenamorado de ella; por desgracia para mí, no soy un inmaduro en términos sentimentales. Si quiero a alguien, lo quiero para siempre, y si no, preguntadle al cerdo de mi padre, a la perra de mi madre y a la falsa de Marianna Douves... Bueno, si podéis comunicaros con mi progenitora significa que veis a los muertos, en cuyo caso me gustaría que saludarais a Carrie Fisher. La echo de menos.

Pero volviendo al tema... Claro que he pensado que de verdad tuve yo la culpa. No le dije que la quería, no le dije que estaba dispuesto a superar mis problemas de compromiso, no la busqué lo suficiente. Luego lo he meditado largo y tendido, y, joder. ¿En serio? ¿En serio he estado a punto de coger la puerta e ir a por ella para pedirle disculpas? ¿Es que ahora solo porque no le digas a una persona que la quieres, esta tiene derecho a pisotearte y ni dar la cara? Además... Puede que no supiera del alcance de mis sentimientos, pero sabía que me quedé con Leon cuando estuvo enfermo y que nunca se habría ocurrido abandonarlo. ¿Por qué iba a ser distinto con ella? ¡Soy puto enfermero de corazón! ¡Si me conociera un poquito, lo habría tenido presente...!

Otra cosa son las veces que me ha llamado, pero entre el rencor, el vacío existencial que ocupa todo mi estómago y las películas de perros que esperan a sus dueños fallecidos para siempre que me he puesto en bucle, no he encontrado el tiempo o las ganas de contestar. Ni a ella, ni a Leon, ni a la madre que los parió a todos. Y diréis que es un comportamiento infantil, algo que con vuestro permiso o sin él, me voy a pasar por el forro. Mi padre decía que no tenía derecho a estar triste, que los hombres de verdad afrontan sus problemas, y él no ha afrontado un puto problema en su vida. Si este es el ejemplo, pienso sobrellevar toda esta mierda como buenamente pueda, y nadie tiene derecho a darme lecciones sobre cómo gestionarla. 

El problema es que es difícil gestionarlo en solitario cuando tu mejor amigo ha traído a su hija porque sabe que es el único humano de tu entorno al que no le darías un puñetazo. Están al otro lado de la puerta, conversando para llamar mi atención, mientras yo ni siquiera tengo que hacer el esfuerzo de contenerme para abrirles. Hay veces en las que únicamente quieres estar solo. No es lo más recomendable cuando te van a llevar los demonios de un momento a otro, ni cuando has tenido una crisis tras otra en los últimos meses, pero creo que no podría manejar una conversación cara a cara con gente en la que deposité toda mi confianza.

—Tito Ax —me llama Dau, por primera vez refiriéndose a mí directamente—. Te he traído un regalo.

Supongo que aquí es donde entra en juego el asunto de mi patética infancia, porque toca una fibra que de no haberla vivido, no existiría. Es verdad que Leon me ha hecho muchos regalos, pero hasta que no lo conocí, no hubo ni un jodido rotulador envuelto bajo el árbol de Navidad. Más bien porque no teníamos árbol de Navidad, ya que no la celebrábamos: sin mi madre era algo que no tenía sentido. Esto me hizo valorar muchísimo lo material, especialmente si estaba hecho a mano. 

De todos modos, no es porque Dau tenga algo para mí. Es porque es Dau, y porque en el fondo, la soledad se ha instalado dentro de mí con intenciones de quedarse. Antes estaba seguro de que era suficiente para Lana y podía confiar en Leon; ahora, Leon le cuenta a su esposa mis miserias, quizá como un mero cotilleo, y la otra nunca me consideró material de hombre comprometido, u hombre que pudiera merecer la pena... U hombre al que darle la oportunidad de demostrar que podría ser bueno para alguien. Dachau es, pues, la única persona que quiero que no me ha decepcionado, ergo, solamente a ella podría verle la cara sin temblar de rabia.

Me acerco a la puerta, cansado y me consta que ojeroso, y la abro lo suficiente para que solo una niña de complexión más bien pequeña pueda colarse por la rendija.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora