C A P Í T U L O 5 7

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Ahora sí: ha llegado la hora de la verdad.

Voy armado con un ramo de tulipanes amarillos —está ciega, pero tiene manos y sigue siendo romántica: apreciará el gesto y al menos, las flores harán su trabajo oliendo bien—; recién me he puesto el chaleco anti posibles rechazos iniciales y estoy hasta los topes de munición... Con eso quiere decir que si me falla el primer flanco, que es el discurso bonito y previamente estudiado, echaré mano del plan B, que es bastante menos romántico pero tendrá final feliz de todos modos. Exacto... La convenceré para sangolotear la garipaucha.

A lo mejor estáis pensando que soy un pringado por ir detrás de ella cuando ha clarificado algunos puntos, y que soy estúpido también por arrastrarme cuando me ha mentido, me dejó por otro hace años, y encima pretendía mantener en secreto sus sentimientos reales hacia mí. Tal vez lo sea, quién sabe... Pero es mejor ser un imbécil y un arrastrado feliz, con la mujer que quiere a su lado, que ser un amargado durante el resto de su vida, ¿no?

No es ella la que abre la puerta, como es evidente, sino su hermana. Va acompañada de una de las chicas que vi en el cumpleaños de Dau; aquella aficionada al gimnasio y que sueña con ser rubia, teniendo que conformarse con las mechas a media melena. Es un bonito recibimiento, no lo voy a negar... Aunque la cara de Nina no sea precisamente una de «me alegro de verte».

—¿Son para ella?

—Sí. A no ser que no las quiera, en cuyo caso podrían ser tuyas.

Nina pone los ojos en blanco y apoya la cabeza en la puerta.

—Está con alguien ahora mismo.

Ese disparo ha silbado muy cerca de mi oído... Pero este soldado no se va a dar en retirada, no señor. Aunque Nina sea lo bastante expresiva para hacerme saber sin palabras que ese «alguien» podría tener algo que ver con esponjas amarillas y calamares permanentemente malhumorados.

—Seguro que quiere verte —se adelanta la de las mechas, con una sonrisa genuina—. Entra y habla con ella.

—Pero, ¿qué dices...? Katia, no quiero derramamientos de sangre en mi salón. Luego me toca a mí limpiar.

Oh, la entiendo. Ya sé lo frustrante que puede llegar a ser tener que recoger la chatarra de los demás... Pero no he venido a presenciar una discusión entre lo más parecido a Barbie Hetero y Barbie Lesbiana, con perdón por los estereotipos, así que antes de que puedan retenerme, me cuelo en el recibidor. Agradezco de todo corazón que Lana me invitase una vez, o no habría llegado a mi destino antes de que su hermana pudiera agarrarme.

Tal y como imaginaba, Eugene está sentado a su lado. No hay contacto físico, ni tampoco visual —por motivos que ya sabemos—, pero sigue sentándome como una patada en los mismísimos que ese desgraciado esté ahora en su sofá, y no yo, desnudo, encima de ella...

Céntrate, Axel. No puedes mandar al carajo todo tu plan de conquista solo porque lleve un vestidito veraniego jodidamente sexy. Ni siquiera si el escote es una bestialidad. Recuerda que estás en una misión de vida o muerte, soldado.

Joder, pero es que... Me están entrando los sudores. Van a tener que ascenderme a general, o a coronel, por ser capaz de ceñirme a mis propósitos iniciales.

—Hola, Lana. He venido a hablar contigo.

Lana pierde la sonrisa de repente, y con esa misma inercia brusca, se pone de pie de golpe, olvidándose de Eugene.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora