C A P Í T U L O 1 6

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He tenido todo el viaje hasta el edificio donde vive para meditar acerca del impacto que podría tener en mí el hecho de su ceguera física... Es decir: verla directamente. Que me mirase a la cara con los «ojos de ciego».

La verdad es que no me hacía falta meterme en Google Imágenes y buscar ejemplos para inspirarme. He estudiado una rama de la Medicina —fisioterapia, ¿recordáis?—, y al haberme especializado en terapia ocupacional, he trabajado rehabilitando en grupos a mucha gente con problemas de visión... Pero tengo una vena masoquista, y necesitaba ponerle a Lana esos ojos tan terribles que he visto en las fotos.

También me he estado fijando en su aspecto, en los cambios que ha sufrido. ¿Os he hablado de sus uñas de gel? Eran para ella lo que son para mí los coches. Lo más parecido al cielo; una deidad sin parangón... Y ahora, nada. Las lleva cortas, sin pintar; igual que no hay rastro de maquillaje, ni parece que acabe de salir de la peluquería. Eso... Bueno, no es que sea importante el impacto que tiene sobre mí. No tengo ningún derecho a decir lo que prefiero, ¿no? Ni si me gusta o si no me gusta... Pero el cambio me hace sentir extraño.

Parecerá una tontería. No espero que entendáis hasta qué punto es sorprendente que Lana haya decidido prescindir de sus postizas cuadrangulares y su rímmel efecto manga. Pero si ha dejado atrás algo así, ¿qué más podría ser distinto? ¿Es cosa de la madurez, o madurez forzosa, o una manera de aceptar que ya no volvería a ser la misma desde lo que quiera que desencadenase su ceguera...?

—Bienvenido a mi casa —anuncia, empujando la puerta.

Gracias a Chulo, hemos llegado al portal sin problemas... Pero ha sido un verdadero show verla palpar el cuadrante del ascensor con los pisos del edificio, y acariciar toda la pared hasta llegar a una puerta que tiene una muesca en el marco derecho. Lo de meter las llaves en la cerradura por poco nos toma un graduado.

Dios, ser ciego tiene que ser una mierda.

Pero una vez dentro, es de lo más interesante seguirla con la mirada, y no solo porque siga teniendo un trasero espectacular. Lana se mueve en silencio, como un mimo o una bailarina de danza contemporánea; va avanzando sin temor, relajada, abriendo las puertas correderas y palpando los frisos para reconocer la estancia en la que se encuentra.

—El baño es fácil de reconocer porque tiene azulejos —explica—. Los muros de la cocina están compuestos por unas baldosas anchas, frías... La pared de la habitación de invitados junto con la terraza, es gotelé... El salón, liso, a un color, y mi cuarto tiene papel de pared. Con las texturas es todo más sencillo. Y con las puertas correderas; si no me estaría desnucando todo el rato. Cocino con una placa no-táctil, de esas viejas que se pueden modular. Aunque sin Momotaro no sería lo mismo, me ayuda bastante.

—¿Momotaro? ¿Es como... La mujer que viene a limpiar, o algo así?

—Ah, no. Es mi hermana la que viene a limpiar —se regodea. Nada que me sorprenda; la muy hija de puta era una guarra, se pasaba el día ensuciando y luego le daba tanta pereza limpiar que tenía que encargarme yo. Y eso que ni vivíamos juntos—. ¿Has oído el cuento de Momotaro? Era una niña que nació de un melocotón, lo que quiere decir que vivió dentro de algo mucho tiempo... Igual que la voz que me indica lo que estoy haciendo. Momotaro es la señora que vive dentro de mi placa. Es como Siri, solo que si le cuentas un chiste, no te hace ni puñetero caso. De todos modos no la iba a usar hoy, quería pedir comida china. ¿Te gusta la comida china?

No, no me gusta la comida china. Me parece una jodida aberración. Para cebarme a platos asiáticos, escojo el sushi o como mucho el estilo tailandés, pero no esos fideitos aguados, y ni mucho menos las galletas potrosas que intentan definir la finalidad de tu existencia con frases de mierda, escondidas en una notita horizontal. ¿Qué le voy a hacer? Me dan mal fario los horóscopos, las lecturas de manos y todas estas cosas que tienen un alto porcentaje de acierto. El futuro es un misterio por algo, no pienso comerme algo que sabe mejor que yo lo que va a ser de mi vida.

Pero como a Axel no le gusta la comida china, pues Alex tiene que ser un gran fanático. Por eso casi aplaudo de emoción ante la sugerencia.

—Genial... Ven, vamos al salón.

—¿El salón es el de color verde?

—Sip.

No me lo pienso dos veces y, para ahorrar tiempo, la cojo de la mano y yo mismo la guío con cuidado de que no se tropiece.

Lo siento, ¿vale? Hay ciertos patrones irresistibles en este planeta, y tocar a Lana Douves es uno de ellos; esté ciega, coja o tuerta. O todas al mismo tiempo.

Ella da un respingo, sorprendida por las libertades, pero no se aparta. De hecho, sonríe de un modo muy dulce, y... Se ruboriza.

Sí, se ruboriza.

¡Se ruboriza!

Ya os he dicho que a mí el rubor me cae mal; es como un contrasentido en el tipo de mujeres que me gustan, y una característica común en las niñas de las que pretendo mantenerme alejado. Pero Lana ruborizándose porque la he cogido de la mano es, cuanto menos... Insólito. Sorprendente. Y muy especial, porque nunca la he visto hacerlo. Más que molesto, es único e irrepetible. Y, ¿qué clase de loco despreciaría lo más parecido a un animal mitológico que existe?

Solo por el placer de acentuar ese atisbo de timidez en sus mejillas, entrelazo los dedos con los suyos y uso la yema del pulgar para acariciarle distraídamente el dorso de la mano. Ella aprieta los labios para no sonreír, pero le tiemblan las comisuras, revelando su verdadero estado de ánimo.

Su piel es tan suave que podría quedarme ahí para siempre, y eso es lo que me dispongo a hacer. En medio del pasillo, y con su pequeña mano en la mía, me olvido de que tengo que hacer de perro guía y me acerco un poco. Ella oye mis pasos, y aunque parece reticente, tampoco mueve un músculo.

Estoy tan cerca de su cara que puedo detallarla perfectamente. Aún no se ha puesto las gafas, así que en vez de ciega, parece la bella durmiente, o un hada demasiado bonita para ofrecerse directamente a un pobre mortal.

En serio, ella es... Es preciosa. Tiene la nariz respingona, una boca muy apetecible y la sonrisa más sexy en la que he tenido la mala suerte de matarme varias veces. Y vuelve a estar delante mía, respirando artificialmente, con el mismo perfume, y esa naturalidad para manejar a la gente sin preocuparse por su pasado que resultó ser, en su momento, lo que me salvó de tener muy claro que no estaba a su altura.

¿Queréis que lo diga? Pues lo diré. Quiero besarla. Quiero besarla y que me bese de vuelta, y quitarle la camiseta, y luego el sujetador, y después los pantalones, y finalmente las bragas... Quiero enterrarme en su cuerpo aquí, en este pasillo, en esta pared. Pero por encima de todo, quiero que sepa que soy yo quien lo hace... y es imposible.

—No hace falta que me lleves... Es mi casa —dice con voz aguda—. El último lugar del mundo en el que podría perderme. El único recorrido que no se me olvida, aunque no pueda verlo.

—Claro. —Suelto su mano, sintiéndolo en el alma—. ¿Quieres que llame yo al chino?


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now