C A P Í T U L O 4 4

6.9K 1.6K 334
                                    

Lana suspira, temblando de pies a cabeza. Al principio no se mueve; su barbilla reposa en mi hombro con suavidad, como un reflejo de lo que siempre he querido. Después, firme a sus tics nerviosos, empieza a acariciarme el cuello la nariz. Sonrío por las cosquillas.

—Gatita traviesa...

No la veo, pero sé que responde a mi gesto, y eso me llena de una emoción para la que no encuentro palabras. Las mías no me sirven, supongo que son demasiado brutas para referirme a algo tan extraordinariamente bonito como ella... Y creo que las de Remi tampoco lograrían abarcarla. O sí. La verdad es que no sé qué significan más de la mitad.

—Creo que deberías llevarme a casa —musita, aún tan aplastada contra mí que dudo que sea un ser humano, y no una prolongación de Axel Volney.

—El hogar de uno está donde se siente bien... —respondo, recorriendo su espalda con los dedos—. Y yo no podría sentirme mejor en ninguna parte. ¿Qué hay de ti?

Ella no contesta. Pasan uno, dos y hasta cinco segundos en silencio. Luego suspira profundamente. Su aliento me calienta el pecho y me pone los pelos como escarpias.

—Es muy tarde —dice al fin. Imagino que se refiere a que está a punto de anochecer y quiere llegar ya a casa, pero por un segundo tengo la sensación de que se refiere a otra cosa—. Vamos... Sepárate de mí.

—¿Por qué no lo haces tú?

De nuevo, silencio. ¿Tan bien le he comido la lengua a esta gata que ha perdido las ganas de hablar?

—Me siento bien cuando me abrazas y me coges de la mano. Es como si... Un calor familiar me envolviera —confiesa—. No te conozco, Alex. No sé cuál es tu color preferido, ni tu serie favorita, ni si alguna vez te han roto el corazón, ni con qué soñabas cuando eras pequeño. Pero es verdad lo que dijiste. He conectado contigo, y por eso... Tienes que separarte tú. A mí me cuesta.

Trago saliva, preocupado por lo que pueda significar la separación. Puede que esté volviéndome loco y vea fantasmas donde no los hay, pero si está aprovechándose del asunto concreto de apartarse para vestirse y volver a su piso, para insinuar que no me cogerá el teléfono mañana, voy a tener que tomar medidas.

No puede follarme como si fuera el último día sobre la tierra y luego irse tan tranquila. Mi vida cambia un poco más, quizá tirando para el desastre sin retorno, cada vez que me muerde la boca. Qué menos que salvarme antes de caer prometiéndome que estará ahí mañana.

—Mi color preferido siempre ha sido el verde. El de los tréboles. Cuando era pequeño, había unos cuantos brotes en el jardín, y me gustaba hacer ramos con ellos para luego regalárselos a mi madre. Solo los de cuatro hojas, porque traían suerte, y ella la necesitaba con sus audiciones... Una mariconada, lo sé —me apresuro a añadir, algo avergonzado—. Mi serie preferida es Perdidos, pero porque nada pierde más a un masoquista consagrado que un mal final. Aún hoy sigo soñando con que ese último capítulo no fuese real, como tantas otras cosas en mi vida. Sí me han roto el corazón —confieso, apretándola contra mí. Su cuerpo tibio me ayuda a soltarlo de carrerilla—. Dos veces. Una de ellas fue una mujer que quise. Y de pequeño soñaba con desaparecer.

Eso despierta su curiosidad.

—¿Desaparecer? ¿Por qué?

—Porque necesitaba que parase —murmuro, aún dedicado a la línea de su columna—. Te llevaré a casa.

Me estiro hacia el lateral para coger el vestido que le quitado de mala manera. Le ordeno que levante los brazos y se lo coloco con cuidado, asegurándome de que encaja en cada curva, de que se ciñe a los perfectos relieves de su cuerpo. No puedo resistirme a dejar varios besos en su escote, o a jugar con la cremallera un buen rato solo para seguir rozándola sin tener que dar explicaciones.

Paso de largo en lo que al tema bragas respecta, y abandono su cálido interior para sentarla en el asiento del copiloto. Me limpio un poco y arreglo los pantalones, antes de emprender la marcha definitivamente.

Pasamos el viaje en silencio, yo observando cada uno de sus gestos a través del retrovisor. Juega con su pelo, se recoloca los tirantes cada dos por tres, se remueve con incomodidad, y hace esos morritos tan adorablemente tentadores, rifándose otro polvo inesperado.

Pero por fortuna logro contener al amiguito.

—Mi color favorito es el rojo —se aventura a decir, rompiendo el silencio—. Con un vestido rojo siempre me he sentido capaz de cualquier cosa; los labios rojos pueden convertir a un adefesio en una diosa provocativa... Si cierro los ojos y debo imaginarme un beso, sé que es rojo, como los corazones, el amor, el rubor, las marcas de unos dientes... —Contiene el aliento, y yo también—. Mi serie favorita es Suits, porque la veía con una persona muy especial. Nos sentábamos en mi cama, hacíamos apuestas, nos reíamos de las mismas cosas, peleábamos por las palomitas, y no pensábamos en tener sexo porque esa complicidad era mucho mejor. De pequeña soñaba justamente con eso —admite, con una sonrisa avergonzada—. Soy una persona romántica. Me gustan las cursiladas, los romances, las cosas de pareja, las bodas, y me gustaría poder decir que hago el amor y no follo, pero siempre siento que quedaría mal porque pocas veces he hecho lo primero. Cuando era niña, quería cubrir esa parte. Y... Empiezo a pensar que no me han roto el corazón —termina—. Tengo la ligera sospecha de que me lo rompí yo sola.

No quiero sonar vanidoso, ni engreído, ni pretendo convertirme de la nada en el centro de su mundo, pero sé que se refiere a mí —a Axel Volney— cuando habla de la serie, unos recuerdos que he atesorado con muchísimo cariño, incluso en esos días en los que pensé que podría odiarla. Lo que ya no sé es si habla de mí con lo último.

Preguntarle está descartado, así que tengo que despedirla sin decir nada cuando termina de hablar. Solo un segundo antes, la voz de Dau aparece en mi pensamiento, hablando de la necesidad de protección de su tita Lana.

La cojo de la mano y entrelazo los dedos con los suyos, reteniéndola un segundo. Aunque no pueda verme, espero a que se gire, y clavo los ojos en sus gafas.

—Si me quieres, me tienes.

Lana se queda un segundo parada, callada, como si estuviera esperando a que le echaran una foto. Y luego, sin adjuntar nada, se deshace de mi mano y sale del coche con el bastón por delante.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon