C A P Í T U L O 3 9

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Durante la ducha no puedo pensar en nada que no sea mujeres ligeras de ropa. Me parece antinatural desaprovechar el rato en el que estás obligatoriamente en pelotas pensando en tonterías, cuando puedes invertir esos minutos en darte el gusto, si sabéis a lo que me refiero... Por eso procrastino la introducción de mi tesis doctoral sobre las heridas de guerra de Jerome a la hora de ir a casa de mi princesa.

O esa era la intención, porque resulta que para aparcar el carro cerca de la choza de Leon, tengo que hacer uso del parking que está cerca del cementerio, y eso hace que pierda completamente las ganas de meditar.

Los cementerios y yo no somos buenos amigos, y no me las voy a dar de hombre excéntrico, ni voy a decir que sea una gran curiosidad: creo que cualquier persona normal le tendría respeto, si no miedo, a todo camposanto. Yo no soy especialmente creyente, de ninguna religión o superstición. Ya sabéis que no leo horóscopos ni como galletas de la suerte porque prefiero no saber qué va a ser de mí. Pero es cierto que en estos lugares tan tétricos, hay otra energía en el ambiente, como si en lugar de generarse, crearse o cambiar, se destruyera... Como si cayera por un vacío interminable, y consumiera tus ganas de reír.

En lo que sí soy distinto, es en que no me producen tristeza. Solo he pisado el cementerio dos veces, y no recuerdo haberme llevado ningún impacto. La primera, con dieciséis años; cuando me enteré de que mi madre había muerto en un accidente de coche, yendo con su nuevo marido. Estuvo en el otro barrio en cuanto ocurrió la colisión. Todo un siniestro que salió en las noticias durante la próxima semana, en parte porque el hombre era un tipo de dinero, bastante importante, y en parte porque mi madre, pese a ser una actriz de teatro no precisamente internacional, era casi un icono en la ciudad por sus múltiples obras de caridad.

En ese entonces estaba en mi época de niñato rebelde, asqueado con todo y con todos; especialmente con ella, a la que consideraba culpable de todos mis males. No lloré, aunque a mi alrededor no faltara nadie haciéndolo, y supongo que por eso no puedo relacionarlos con algo triste.

La segunda vez que fui a un cementerio, fue para acompañar a Leon al funeral de su padre. Me dolió ver a mi amigo destrozado, y me dolió más pensar que pudiera heredar la enfermedad que le había ido debilitando los músculos al patriarca, pero tampoco lloré.

Os estaréis preguntando a qué viene esta chapa: si es porque planeo hacer la tercera visita. La respuesta es un poco compleja, pero por ahora diré que hoy no es el día. Que no sea supersticioso no significa que vaya a presentarme en el cumpleaños de Dau con las botas llenas de la tierra que oculta los féretros. Solo de pensarlo, me da un mal rollo increíble.

Sin embargo, no me cabe duda de que tengo que pasarme por ahí. No porque no quiera molestar a Jerome: si de eso dependiera, le daría cuerda a mis pesadillas para tocarle más los cojones. Lo tengo que hacer porque no pretendo pisar el loquero, y porque leí en Internet que nunca está de más despedirse de los muertos en condiciones cuando sigues soñando con ellos.

Claro que Internet dice que tengo un trauma grave, que probablemente cargue con una interesante depresión y que es posible alargarse el pene clicando en un enlace... No es para tomárselo en serio.

Arribo al apartamento de mi mejor amigo y a la que ya he decidido destituir como némesis a las once en punto. El plan general es pasar todo el día en el escueto jardín de la terraza, como si fuéramos una familia americana y Dachau cumpliese sus dulces dieciséis. Mi plan concreto, es entregarle a Dau su regalo, pasarlo muy mal si le gusta más otro que el mío, y vigilar las cejas de Adrienne con turbación.

Y aparentemente, también ver cómo Lana se pasea de un lado a otro con otro invitado. Un tío que no pinta nada, y no pinta nada en todos los sentidos. Ni entiendo qué hace en casa de mis amigos, cuando no les relaciona ninguna clase de parentesco, ni comprendo los motivos que podrían empujarle a llevar de la mano a Lana. Sobre todo cuando fui específico refiriéndome a lo que pasaría con él si se atrevía a seguir persiguiéndola.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Место, где живут истории. Откройте их для себя