C A P Í T U L O 6 0

6.7K 1.3K 310
                                    

—¿Quién es Victor?

Levanto la cabeza de las tostadas que he tenido el valor de hacer. No puede ser muy difícil; llevo un par de semanas comiéndomelas. Es la mención del psicólogo lo que me saca un poco de mis casillas... Porque sí, puedo admitir que estoy enamorado, no es nada que os fuera a pillar por sorpresa. Ni a vosotros ni a Lana. Pero, ¿confesar que visito asiduamente a un loquero porque, efectivamente, formo parte de su cortejo de desquiciados? Eso ya es otro tema.

De todos modos, le acabo de prometer que no voy a mentirle. Podría ser un cabrón —además de un cerdo, un mentiroso, etc, etc— y aprovechar que se ha tomado bien lo de Alexander el policía para soltar otra interesante milonga. O podría aprovechar también que se lo ha tomado bien para agradecérselo siendo sincero por una vez.

En realidad no es tan raro tener un psicólogo, ¿no? En Estados Unidos, toda familia que se precie tiene uno de cabecera... Y vale, es verdad que en América del Norte la gente está suficientemente mal de la cabeza para necesitarlo —y como para no, teniendo acceso a armas de fuego—, pero si es la primera potencia mundial es por algo.

—Es mi psicólogo —contesto rápido. Lana frunce el ceño—. Un buen tío, en serio te lo digo. Si pudieras verlo no te lo presentaría, porque a mi parecer está bastante bueno... También es simpático, así que quizás tampoco te lo presentaría, por si llega a ti con sus frases sacadas de los libros de Maquiavelo...

—¿Has dicho psicólogo?

¿Estoy a tiempo de rectificar? Porque no parece que se lo esté tomando muy bien. Y lo entendería. La gente que tiene un psicólogo al que ve más de dos veces al mes no es de fiar...

—¿Victor Davenay? —repite—. También fue mi psicólogo. Es buenísimo en lo suyo, tanto que ha pasado de especializarse en niños a tratar a cualquiera. ¿Por qué lo estás viendo?

—Oh, por nada —respondo desinteresadamente, jugando con la comida. Si mi madre me viera, ya me habría dado una colleja por no comer ni estarme quieto—. Ya sabes que Leon cree mucho en esas cosas. Me dijo que no venía mal que lo viese de vez en cuando, para hablarle un poco de cómo me siento, y tal...

Lana suspira profundamente y apoya los codos en la mesa. No puedo decir que me mira, porque sus ojos son incapaces de enfocar, pero por lo menos hace el intento abriéndolos. Y no os creáis que es desagradable. Todo lo contrario. Me parece interesante ese nuevo aire que tiene de estar drogada hasta las cejas. Es incluso divertido.

—Eres un pésimo mentiroso, pero no voy a insistir porque sea lo que sea que Vic esté haciendo contigo, lo estará haciendo bien. Le confiaría mi vida a ese hombre —asegura. Le da un sorbo a su café. Ese es el tiempo que tarda en arrepentirse de lo que acaba de decir—. Vale, sí, sí que voy a insistir. No soporto no saber algo. Dime, ¿qué estáis hablando ahora?

Se puede decir que esto me lo he buscado yo. A fin de cuentas, he sacado a Vic a colación... O quizá es culpa de Vic, por estar permanentemente en mi cabeza, hablando sobre estupideces sobre quererse a uno mismo.

—Pues... En las últimas sesiones hemos estado hablando de mi familia. No me está haciendo terapia, por ahora solo me escucha y apunta cosas en esa estúpida libreta. El otro día soñé que se la quitaba y me había hecho un retrato a pequeña escala. En mi sueño pintaba muy bien —apostillo—. Lo suficiente para dedicarse a eso y no manipularme como a un crío para que le hable de las miserias de mi vida.

—Eso está bien. A mí nunca me hablaste de las miserias de tu vida, o de tu familia —dice ella, encogiendo un hombro—. Siempre pensé que era porque no querías tener nada serio conmigo, y era tu manera de no involucrarte, pero Leon acabó diciéndome que no me preocupara por eso, que nunca hablas de ti mismo en esos términos.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now