C A P Í T U L O 6 2

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Había tres cosas que tenía que hacer, y son las siguientes, no precisamente por orden de preferencia: encontrar a Even y exigirle que me acoja en plantilla. Si no lo hace, llamaré al sicario de Jerome para que lo mate. Después, buscar a Victor para molestarlo un poco con mis devaneos mentales. Por último, y no por ello menos importante —de hecho, esto es lo más importante—, arrancarle a Lana la camiseta de mi cantante preferido, que se compró hace años solo por hacerme feliz, y follármela hasta volcarle los ojos.

Ahí se ha echado de menos un eufemismo, ¿no? Bueno, pongamos... Fumar el puro rosa, o echar a pelear a los meones. Joder, esa última es la leche, ¿no creéis? Soy un puto genio.

El caso es que ya he resuelto lo de Even. Me he presentado en su consulta —que por cierto, no sé por qué tiene consulta cuando es cirujano; no es como si la gente pudiera pedir cita para que le abran el cráneo en el acto— y he resuelto el tema del trabajo sin necesidad de emplear la fuerza.

Justo al entrar en la habitación fue resuelta mi pregunta inicial sobre su lugar de descanso. No resuelta por él, pero sí que me ha venido una ligera idea a la cabeza de por qué. Exacto, sí: justo cuando lo he pillado manoseándole las tetas a una mujer contra una estantería. Un momento increíble, y no solo porque me encante mirar, sino porque vaya par de tetones...

Resulta que no era una enfermera cachonda, como le habría gustado saber a Lana o a Adrienne, dos viciadas sin remedio a Anatomía de Grey, sino su esposa. Una morenaza espectacular a la que no pude evitar mirarle el culo cuando salió, ganándome una reprimenda por parte del médico.

Venga, hombre, ¿él se podía follar a Adrienne y yo no puedo gozarlo con la retaguardia de su parienta? Esto es una compensación por lo mal que se lo hizo pasar a mi colega, tío. Una cuestión de honor.

Después y tal y como he mencionado, he pillado a Victor saliendo de su cueva de locos, o castillo highlander, como prefiráis, y lo he seguido hasta el baño por el placer de asustarlo.

En serio, es un tío muy extraño. No hay manera física de sorprenderlo, o de tocarle las narices. Por el contrario, parece que cuanto más lo quieres joder, más simpático es.

—Hola, Axel —me saluda, sonriéndome a través el espejo. Abre el grifo y se lava las manos—. Justo esta mañana estaba pensando en ti.

—No me jodas, Victor; ya te he dicho que lo nuestro es imposible, olvídalo... Tengo novia.

Eso capta su atención más allá de la bromita.

—¿De veras? ¿Has conseguido arreglar las cosas con Lana? No sabes cuánto me alegro.

—No mientas, señor de la sidra. Sé que estás celoso —le provoco. Él estira los labios, pero tampoco se ríe. No hace nada, solo sonreír: parece una puta azafata de vuelo—. Pero sí, lo hemos arreglado todo, creo. Y le he contado algo sobre mí. De hecho, ha sido contándole algo sobre mí cuando he visto el cielo abierto. Me he dado cuenta de algo y pensé que querrías saberlo, ya que estás obsesionado conmigo...

—Me encantaría que me lo contaras, Axel, pero por desgracia ahora tengo un asunto que atender. —Señala su ropa, y entonces me doy cuenta de que no lleva la típica batita de mierda, sino un jersey de rayas, de esos ridículos que dejaron de llevarse en los cuarenta, y unos vaqueros—. Hoy es mi día libre. Mañana a primera hora, si quieres...

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now