C A P Í T U L O 2

16.3K 2.4K 194
                                    

El tío hace amago de arrearme un puñetazo, pero al final debe darse cuenta de que el espacio físico entre nosotros no le dejará acertar, porque empuja la puerta del piloto y sale haciendo ruido. Para cuando ha rodeado el coche medio a trompicones, yo ya he saltado a mi asiento, me he asegurado de que la morena se ha puesto el cinturón y he acelerado, con una de esas sonrisas escuetas que añadí a mi repertorio después de ver al Bond de Daniel Craig.

Os estaréis preguntando qué coño acaba de pasar. Yo, como humilde servidor, os respondo.

Lo que acaba de pasar es Axel Volney haciendo lo que le apetece, cuando y como y le apetece, porque le apetece. No me malinterpretéis; no soy ningún caprichoso. Todo lo que tengo y me ha sido posible hacer, me lo he ganado con esfuerzo, sudor, y a veces incluso sangre. La cosa es que ese tipo se ha ganado que le den una lección. Claro que ese no es mi problema... Mi problema es que la impulsividad tiene sus contras. En este caso, que vaya uno a saber cómo me lo voy a montar ahora.

—Probablemente nos siga —comento, echando un vistazo al espejo retrovisor.

—Entonces para y bájame...

—Creo que en estos cinco segundos lo he llegado a conocer tan bien como tú, y los dos sabemos que lo que le ha jodido no es que te subieras en el coche, sino que yo te invitara a subir. Va a venir a darme un puñetazo a mí. Hazme caso, es cuestión de orgullo masculino.

—¿Y piensas recibirlo? —me pregunta, alzando las cejas. Su tono revela cierto regocijo—. ¿Por mí, una desconocida?

Supongo que esta es la parte de mierda de ser el héroe, aunque os aseguro que no era mi intención inicial. Si veo algo que no me gusta, le pongo arreglo; es el síndrome del manitas, o del que sabe buscarse la vida. El manitas, claramente, trabaja solo. No le hace ninguna ilusión dar palmaditas en la espalda a una tía buena, o consolarla entre sus brazos, o escucharla hablar de él como si fuera la jodida hostia en verso.

Y puedo ser un cerdo, pero no voy a tirarme a una víctima de violencia solo porque se sienta en deuda conmigo.

—Voy a acompañarte a poner la denuncia en la comisaría.

Otro problema de ser impulsivo es el siguiente: podría no querer ponerla, y yo he actuado sin ser consecuente. Podría ser su padre, no su novio, y tener plena potestad sobre ella en caso de ser menor —lo que me metería en un buen lío—. Podría ser su dueño, y ella una prostituta a su merced. Podría tener síndrome de Estocolmo, y en realidad lo adora. Podría ser una amante del sadomasoquismo, y vivir colgada de los golpes de su macarra...

En fin, no soy nadie para juzgar un modo de vida. Me daría pena destrozarle la melena a mi novia teniendo un pelo tan bonito, pero si les gusta jugar duro, no voy a meterme.

Cada loco con su tema, ese es mi lema...

—¿Crees que servirá? ¿Crees que podrá mantenerlo alejado?

...Aunque en este caso, me ha salido bien la jugada. Demasiado bien para ser real.

—¿Por qué no se la habías puesto todavía?

—Porque no me dejaba sola ni un segundo. Si salgo a la calle, es con él... Siempre. Le pedí a una amiga que la pusiera por mí, pero no les valía una firma digital enviada por correo electrónico. La policía necesitaba que estuviera allí con ellos, y... Oye, si no va a servir, será mejor que salga de aquí. —Señala hacia atrás con el pulgar—. No deberías cobrar por mi culpa.

—Descuida. Me encantan las peleas. Soy boxeador, ¿sabes?

No, no lo soy. Pero soy fisioterapeuta, que viene a ser lo mismo. No sé si alguna vez habréis ido a uno. En caso afirmativo, seguro que coincidís conmigo en que mi trabajo es bastante más temible que la amenaza de un maltratador. Algunos del oficio se esmeran diciendo que no va a doler, pero yo por lo menos admito que el camino a la relajación muscular sale a coste de partirte la cara, la espalda o las piernas, lo que sea que te duela, durante una sesión de media hora.

¿Es mejor que ser boxeador? Pues no lo sé..., pero está mejor pagado.

Lady Di se pone en mis manos para darle esquinazo al tipo, y ya más relajado, conduzco hasta ubicar una comisaría aleatoria. No soy de París, pero mi madre era francesa y me inculcó, además del idioma y la deprimente obsesión con la fondant de chocolate, un mapa mental de su ciudad natal. Algo que no viene mal cuando tienes que llevar a una mujer a charlar con la pasma sobre su novio cabrón, ¿a que no?

—¿Dónde vives? —le pregunto, en cuanto la dejo en la puerta. Su cara me lo dice todo—. De acuerdo... ¿La casa de tu amiga sería segura para pasar unos días hasta que la cosa se calme? ¿Sabe él dónde vive? Porque yo ahora mismo tengo que ir a una boda y no me puedo quedar contigo, pero en última instancia te podrías acoplar. No creo que les importe.

—No, no, no... No te preocupes. —Encoge un hombro—. Ella podrá ponerme a resguardo.

Sonríe agradecida, y entonces me doy cuenta de que la piba es bastante guapa. Es decir; percibo que lo es naturalmente entre tanto maquillaje. Y no, no critico el maquillaje. Las mujeres se gastan una fortuna en llenarse los labios, taparse las pecas y agrandarse las tetas, pero los hombres invierten en champús anti-caída, alargamientos de pene y coches con los que impresionar a las titis. En realidad, los dos estamos igual de obsesionados con ser mejor de lo que parecemos, o con cubrir nuestras inseguridades de mierda.

Así que es lo justo. Casi poético.

—¿Seguro?

—Sí. Muchas gracias...

—Volney. Axel Volney. —Me vais a perdonar, pero siempre quise hacer eso. Y por la cara que ha puesto la guapita, yo diría que siempre quiso que alguien le dijera esa mierda —. No soy de aquí, pero si tienes algún problema, puedes ponerte en contacto con mi amigo. Se llama Leon Dresner; lo puedes encontrar en los laboratorios a su nombre. Si necesitas dinero, también puedo darte la contraseña de su tarjeta de crédito. Me la sé de memoria.

Ella se ríe de manera encantadora.

Realmente es una pena que, aquí donde me veis, tenga códigos morales. No me habría importado darle un paseo en mi coche, en el asiento del piloto, sobre mí. Desnudo.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now