C A P Í T U L O 4

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Pero volviendo al tema inicial y abandonando el cutre sentimentalismo femenino, no creáis que soy un hipócrita de mierda. Adrienne sabe que aunque la admire, valore e incluso le mire las tetas de vez en cuando —el código de no mirar a la mujer de tu amigo no existe, lo siento muchísimo—, le guardo muchísimo rencor.

Es verdad que ella tenía cosas mucho más importantes que hacer en París que seguir trabajando en una organización que resultó ser un fraude... Pero Leon sí que debía atender algunos deberes, como su puñetero hotel. Y me tenía a mí, su compañero de crímenes, su colega aquí presente, el queso de sus macarrones.

No me toméis por un engreído, tampoco digo que debiera dejar a Adrienne por mí, pero podrían haber tenido una relación a distancia. Y hablo con conocimiento de causa al mencionar las ventajas: tuve una relación abierta con una tailandesa a la que veía tres veces al año, y hacedme caso, fue la mejor que he tenido. La más duradera... Y la que menos quebraderos de cabeza me dio.

Ahora diréis, insertando un tonillo traicionero muy repelente: pero, Axel, ¿cuántas novias has tenido? Y yo, excluyendo a la tailandesa con la que en realidad nunca llegué a definir la relación pero sí sus límites practicando con consoladores a pilas, os diré que ninguna.

Sí, ninguna.

Pero eso no significa que no pueda dar mi opinión, ¿a que no? Esto es un jodido país libre. O relativamente libre, dada la pseudo democracia en la que vivimos. Aunque no habéis venido a escucharme hablar sobre política, eso lo tengo claro; y mejor, porque no es mi especialidad. Imagino que tampoco estaréis interesados en escucharme cantar a todo trapo Volatile times de IAMX, pero es justo lo que estoy haciendo mientras paso del juzgado y aparco directamente en el hotel donde se celebra la fiesta.

¿Escuchar la friolera de dos —no una, dos— declaraciones de amor en un estrado, mientras todo el mundo sonríe como si acabaran de sacar una Live Action de One Piece y los más sensibles incluso se ponen a moquear? No, gracias. Prefiero ir directo al reggaeton antiguo, la barra libre, las damas de honor temerosas por cumplir los treinta y desesperadas por un polvo... Y a todo lo que puedo manejar sin correr el riesgo de morir por exceso de azúcar, a secas.

Tampoco habría llegado a tiempo a la ceremonia. Nicole y su Bruce Willis me han llevado un rato de paseo por la ciudad y, la charla en la comisaría, más de lo mismo. No voy a decir que espero que haya merecido la pena perderme los votos para salvar a una morenaza, porque hasta pillarme los cojones con la cremallera y acabar en urgencias habría sido una excusa de puta madre para no aguantar ese peñazo... Pero sí que pienso en Nicole, en que rezo para que le vaya bien y se libre de su asqueroso novio.

Entro en la recepción del hotel, doy mi nombre, comento sin muchas ganas que vengo en son de bodas y calidad de padrino, le guiño un ojo a la secretaria, y arrastro mis atléticos y flamantes músculos al salón de fiesta.

Habéis oído bien. Soy el padrino y no he estado en la boda. Terrible, ¿no? «Qué infantil y desgraciado eres, Axel...» Pues sí, no me las voy a dar de rey del mambo en este caso. Estoy cabreado porque soy un celoso y un niñato. Ni siquiera sé si tengo ganas de verle el careto a mi mejor amigo. Bastante he hecho apareciendo...

—¡Axel! —exclama Leon, encontrándome enseguida en la entrada.

Si esperáis que os cuente que va guapo, vais listos. Llevo viéndolo ir de acá para allá con traje desde que heredó el negocio de su padre: que le haya añadido un ramillete al bolsillo y haya hecho el favor de peinarse tampoco le añade mucho más glamour.

Se acerca a mí a paso ligero, sonriendo, y antes de que pueda hacerme un ovillo en el suelo para evitarlo, me abraza.

No es la primera vez que nos abrazamos. Leon y yo somos amigos desde la más tierna adolescencia y estuve con él mientras pasaba su enfermedad... dos veces, de hecho. Le he visto en sus peores momentos y he estado a su lado viviendo los mejores. Aunque un abrazo parezca una mariconada —y es muy probable que lo sea—, a mí me alegra sentir de vez en cuando el calor humano. No soy de piedra, ¿sabéis? Y este tío de aquí es una de las tres únicas personas que me importan en el mundo, junto con Luke Skywalker y Lady Di.

—Se ha notado tu ausencia en la boda —comenta una vez se separa.

Estaría bien que os hablara un poco de quién es Leon personalmente, por si aún no lo conocéis.

Leon es, tal y como acabáis de percibir, esa persona políticamente correcta que en lugar de meterte un puñetazo por no estar allí con los anillos, te señala de manera suave que eres un hijo de puta que no merece vivir, transformando su discurso en una reprimenda pasiva sazonada con tenue victimismo.

Además, es de esos que sonríen pero no están sonriendo en realidad; tiene una sola mueca, y por suerte para él, es tan ambigua que sirve como sonrisilla de «me alegro de verte», de «este rosbif está de muerte» y de «eres un miserable y te mataré en cuanto te descuides». Un ser humano de lo más curioso, os lo aseguro. Sobre todo para las mujeres, debido a esa apariencia de príncipe encantador, tan rubio, con los ojos tan verdes y, en general...

Tan perfecto.

A decir verdad, siempre me ha hecho sentir inferior. Soy un tío sexy, inteligente e ingenioso, pero Leon Dresner es un tío doblemente guapo, ridículamente agudo y absurdamente encantador. Traduciendo... Yo puedo conquistar a las chonis con seis frases guarras, mientras que él se lleva el oro de las damas con un beso en el dorso de la mano.

Solo hay que ver a quién se ha agenciado cuando Adrienne advierte mi patética presencia, y se acerca a mí agarrando el vestido de un blanco impoluto.

A estas alturas ya sabréis que no me van las rubias, y menos las que parece que no tienen cejas, pero es brutal lo que uno siente solo mirando a esa mujer.

La roba-amigos, digo.

Sin miedo a equivocarme, aseguro que es la piba más atractiva, elegante y guapa que he conocido en mi vida, y no lo digo solo porque vaya vestida como una princesa —el vestido es más bien sobrio, parece que cogió lo primero que pilló—; la he visto en chándal y en bata, y sin maquillaje, y seguía siendo brutal.

Al lado de los dos, no me queda otra que sentirme un payaso después de juerga. Tras un viaje de siete horas y media, y una persecución de cuarenta y cinco minutos, tengo unas ojeras horribles y probablemente me cante el aliento. Y en fin... No es por desprestigiar mis botas moteras listas para pisar cabezas, mis pitillos de cuero con cadenas y la camiseta de media manga bastante ceñida, pero cuando tienes a los príncipes de Mónaco delante y tú llevas un piercing en la ceja y otro en el labio, un poco macarra sí que te sientes.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ