C A P Í T U L O 3 6

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Lana se muerde el labio inferior con fuerza. No puedo ver sus ojos, así que no sé si lo hace con rabia, o con tristeza, o porque quiere acordarse malamente de todos mis ancestros y sabe que no sería correcto... Sea cual sea el motivo, imagino que la respuesta va a ser negativa.

—¿Tienes idea de lo horrible que es para mí escuchar esto? —me explica, agarrando con fuerza su bolso—. Hace años, yo estaba en tu lugar... Y la otra persona, la persona con la que quería estar sin importar el dónde, o el cómo, no daba su brazo a torcer. ¿Quieres saber por qué me duele? Porque puede que todavía no entienda por qué se negaba..., pero sí que comprendo lo triste, incómodo e injusto que es tener que rechazar a alguien que quiere algo de ti. Ahora sospecho que no debía ser fácil para él... —Su voz va perdiendo intensidad—. Te pido, por favor, que no insistas más. Y te lo digo como consejo; por experiencia sé que da igual cuánto te arrastres. No voy a cambiar mi opinión.

Decir que me quedo helado sería desaprovechar la magnífica oportunidad de anunciar, no con tanta ilusión como desesperación, que me acabo de convertir en una nueva versión del David. Mármol pulido, y sin ningún corazón que rescatar. En lugar de pensamientos que afirmen, me abruman las preguntas.

—No tienes que seguir su ejemplo... Que se portase como un imbécil renunciando a ti no significa necesariamente que fuese el hombre más feliz del mundo. A lo mejor ocurrió lo contrario y se convirtió en un desgraciado.

—Lo dudo —responde ella, con una sonrisa vacía—. Pero, ¿qué más da? Esto no lo hago por él. No quiero darte una oportunidad.

—¿Por qué? Tiene que haber una razón —insisto—. Siempre hay un motivo.

—No lo hay. Él no tenía ninguno. Por mucho que insistí, nunca me dio una explicación. Ese hombre me enseñó mucho, Alexander, y pienso seguir su ejemplo...

La cojo por la cintura y tiro de ella hasta tenerla apresada entre mis brazos. Lana tiembla por la sorpresa del impacto, pero curiosamente se relaja en cuanto nuestros pechos llegan a un acuerdo físico.

—Claro que lo tuvo —suelto sin pensar. Al ver se que humedece los labios, carraspeo y lucho por ordenar mis ideas—. Es decir... Imagino que lo tuvo. Repito: siempre hay un motivo. ¿Es porque lo hice mal? ¿No te gusto nada? ¿Prefieres a Eugene? ¿Quieres vivir eternamente sola? ¿Sigues...? —Me aclaro la garganta y me concentro en su boca—. ¿Sigues enamorada de ese hombre que has mencionado?

Lana exhala bruscamente.

—¿Estás loco? Pues claro que no —espeta, con voz temblorosa. Me empuja por los hombros y se separa, aunque sigue muy cerca de mí—. Ha pasado muchísimo tiempo.

—¿Entonces? —insisto. Ni siquiera sé por qué dos frases me han perforado el pecho. Ella misma lo ha dicho: ha pasado mucho tiempo—. ¿Es por mi personalidad? ¿Es eso? Lana, por favor... —La cojo de la mano, entrelazando los dedos con los suyos—. Sé que puedo parecer un degenerado, suplicándole una oportunidad a una mujer que he visto cuatro veces, pero... De verdad que te admiro por tu situación, y...

—Así que es eso, ¿no? Admiración. Si es que lo sabía... —masculla—. Te pone la idea de tirarte a una ciega, ¿no?

Pero, ¿qué cojones...?

—¿Qué?

—¿Te crees que serías el único...? Hay todo un club de morbosos detrás de mí, que ven mi problema como un fetiche sexual. Imaginaba que serías uno de ellos. Una mujer guapa es interesante, pero una mujer guapa y ciega, es la perfecta desesperada a la que trincarse... Hará cualquier cosa, porque se muere por un polvo y no cualquiera se atreve con ella —espeta—. ¿Quieres saber por qué salgo con Eugene y no contigo? Porque Eugene se enamoró de mí antes de verme, y cuando recuperó la vista total, siguió a mi lado en lugar de buscarse a otra mujer. Una con la que no tendría ninguna clase de problema.

—Eso es...

—Eso es algo que nadie ha hecho, y que nadie haría. Así que déjame en paz, y no intentes hacerle pensar que eres competencia para él, porque no lo eres. Ahora, vete. Se supone que no deberías estar aquí si no eres un paciente. ¿Qué hacías en el hospital, y en esta planta...? ¿Has venido específicamente para obligarme a salir contigo?

—Claro que no, no seas ridícula —espeto, ofendidísimo. ¿Cómo se atreve a leer mi pensamiento, y a atacarme por ahí cuando estoy en shock?—. Tampoco ibas a ser el centro de mi mundo después de echar un polvo.

¿Qué pasa? ¿Ella puede meter el dedo en la herida y yo no? Ni que ella tuviese llaga; el que sangra todo el rato soy yo.

—Si no soy el centro de tu mundo, deja de actuar como si lo fuera —escupe, antes de llamar a Eugene, quien se acerca diligentemente a nosotros—. Y no me persigas yendo a los sitios en los que suelo estar.

—¡Venga, por favor! ¡No estoy aquí por ti! —exclamo—. He venido para... —Miro a mi alrededor, buscando desesperadamente una excusa. La encuentro hablando con una chica de pelo largo: el especialista de la barba pelirroja—. ¡Para hablar con mi psicólogo!

—Sí, claro, psicólogo... ¿Te crees que soy imbécil?

No, pero esperaba que colase.

—¿Piensas que miento? ¡Oye! —lo llamo, chasqueando los dedos. El barbudo me mira directamente, y parece reconocerme, porque se acerca a mí con interés—. ¿A que tengo cita contigo ahora?

El tipo facilita la credibilidad de la última de mis mentiras con un asentimiento lleno de curiosidad.

—¿Ves? ¡Te lo dije!

—¡Entonces me alegro! —responde ella en el mismo tono. Se coge del brazo de Eugene—. ¡A ver si te trata la locura, que bien que lo necesitas!

Lo que me faltaba, que me acuse de loco... Aunque no es nada que me pille por sorpresa. Estoy al tanto de que mi cabeza ya no funciona como debería. Y definitivamente, verla marcharse del brazo de un hijo de puta que encuentra el momento para guiñarme un ojo con arrogancia, no ayuda a que recupere la cordura. En todo caso, alimenta mi curiosidad hacia los detonadores y los lanzallamas.

—¿Pasamos a consulta? —me pregunta el tipo, poniéndome una mano amable en el hombro.

Voy a girarme para fulminarle con la mirada —lo que estaría fatal, después de haberme cubierto—, pero Lana sigue demasiado cerca y voy a tener que insistir en mi coartada. Demostrando, pues, que estoy aquí para verme con el loquero y no para perder la dignidad delante de Lana Douves —otra vez—, asiento cabizbajo y lo sigo.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now