C A P Í T U L O 3

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—Encantada, Axel... —Me tiende la mano, algo temblorosa—. Yo soy Nicole Feraud. De verdad que te agradezco mucho lo que has hecho, estaba harta de ese capullo.

Se ruboriza.

Oh, se ruboriza.

¡Se ruboriza!

Me encanta cuando hacen eso, pero solo si tengo mi polla dentro de ellas. Cuando no, significa inocencia, y a mí la inocencia me da grima. Aunque remontándonos al origen de todo esto, ¿qué tiene esta muchacha de inocente, cuando por poco tengo una erección al verla metiéndose el Chupa-Chups en la boca? Que eso también es un arte, así os lo digo... Aunque por otro lado, ya hay que ser fea para que no te echen un vistazo cuando lames cualquier cosa. Si eres como yo, en serio..., literalmente cualquier cosa vale, y si tiene forma de falo, mejor.

—Sé que los tíos podemos ser muy persuasivos cuando queremos, pero créeme... Cuando decimos que no volveremos a hacerlo, estamos mintiendo.

No, no agarro del pelo a mis compañeras de cama cuando me aburro. Es cierto que me he hartado de dar derechazos a lo largo de mi vida, pero solo he golpeado a una mujer, y os aseguro que esa mujer me sacaba tres cabezas a lo alto y a lo ancho y había empezado primero; yo solo me defendía. Así que, cuando digo que miento al prometer que no haré lo que sea, no hago referencia a liarme a palos. Me refiero a bajar la tapa del váter después de mear —es que, ¿para qué coño hay que bajarla?—, o decir palabras malsonantes delante de la hija de mi mejor amigo —le he dejado un muy buen legado de tacos en alemán—, o lo de quitarme los calcetines para dormir.

Una cosa es quitártelos para follar. Lo acepto, da asco hacerlo llevándolos puestos. Pero... ¿Quitártelos para dormir en pleno enero?

—Tranquilo, si no hubieras aparecido, lo habría dejado igual. Pero solo por aparecer... Gracias.

Nicole parece tranquila, aunque vaya uno a saber en qué coño está pensando. La mente de las mujeres es un completo misterio para mí; no me voy a hacer el interesante o el chulo quitándome polvito del hombro, llenándome la boca con gran sabiduría coloquial sobre vaginas que, en su mayoría, está compuesta por bulos patéticos. Si Nicole está sufriendo, o quiere llorar, o necesita un abrazo... Mi retardo mental no lo aprecia. Pero por si acaso, apelo a la educación básica... Y quizás me asoma un poco la caña por la espalda al decir:

—Bueno, me alegra que estés bien. Si necesitas cualquier cosa, o tienes problemas... Llámame.

¿Otra cosa que siempre he querido hacer? Tender una tarjeta de contacto como si fuera eso el billete directo al cielo. Que sí, no entiendo a las mujeres, pero conecto con ellas a nivel espiritual durante el sexo, así que realmente no va tan lejos la comparación. Y me preguntaréis que de qué voy imprimiendo tarjetas de contacto y llevándolas en el bolsillo... Pues yo os digo: es para entregárselas como si fueran oro en paño a todas las morenas de la zona. Y porque trabajo en una clínica de la hostia de fisioterapia, terapia ocupacional y rehabilitación, así que... No les viene mal si quieren un masajito, sea del tipo que sea.

—Lo haré —asegura. Después me apunta su número a mí, imagino que con otra clase de intenciones.

En cuanto desaparece dentro de la comisaría —y os juro que no le he mirado el culo; ha sido su culo quien me ha mirado a mí—, pongo rumbo de nuevo al coche y arranco camino al juzgado.

Sé por viejas charlas a las tantas de la madrugada que Leon se habría casado por la iglesia, solo por seguir la tradición —los hombres también hablamos de esas cosas... Ya sabéis: el fin del mundo tal y como se conoce. Lo que viene siendo una boda—, pero parece que su racional y extraña novia no podía soportar los crucifijos.

Espero que no se malinterprete lo que digo solo porque utilice un desagradable tonillo irónico. Adrienne no me cae mal, es una tía estupenda y le tengo un gran respeto; tanto que no se me habría ocurrido tirármela ni siquiera en caso de insinuárseme... Bueno, si se me hubiera insinuado, sí. Pero es de estas mujeres con las que uno no se puede mezclar si no quiere salir mal parado. Quizá por eso no llego a considerarla una amiga, pese a desearlo con todas mis fuerzas. Por su extraña manera de ser, de fácil alabanza, y obviamente porque me robó a mi mejor amigo.

Miradme como os salga de la raja, y utilizo raja porque tenéis los dos sexos. Sí, es lo que he dicho, y no lo voy a retirar. Las personas no tienen dueño, ya; si hago elegir a mi amigo, no estoy siendo un amigo de verdad, muy bien; no debería ser tan egoísta, claro, dime algo que no sepa... Pero por estar en mi mente y recorrer la amplitud de los pensamientos, os tendréis que comer unas cuantas cosas que no os gustarán. O que sí os gustarán. Quién sabe. A lo mejor estáis tan desquiciados como yo.

Sin embargo, esto es como lo pinto. Adrienne Saetre es una ladrona, una asesina. Es mi mayor enemiga, sin importar lo infantil que suene. Con solo un chasquido de sus largos y eficaces dedos —ya he dicho que no me la he tirado y que no lo haría, el adjetivo es por adornar, no para que me miréis así—, consiguió que mi amigo, mi hermano, mi media naranja, se mudara a Francia para vivir con ella, casarse con ella, y tener un retoño del que estoy imprimado... con ella, claro, no iba a tenerlo con la vecina.

En fin, una jodida mierda, hablando sin tapujos.

Si algo he tenido claro siempre, es dónde está mi lealtad, y es que está con mis amigos. Por circunstancias de la vida solo pude conservar uno desde mi adolescencia, además de esa panda de gilipollas con la que me junto para ir de cervezas de club en club hasta que encuentro compañía femenina y hago mi elección. Así que desde mi punto de vista, es una completa falta de respeto que me dejara solo en Múnich para irse con ella.

De acuerdo, la mujer es un sueño. Altísima, rubísima, listísima, y todo lo que puedas imaginar con el sufijo «ísima» detrás. Y lo quiere, por lo que ya debería dar las gracias después de haber sido un mentiroso y un falso... Pero, ¿es un metro setenta y cinco de curvas y un cerebro por encima de la media, suficiente excusa para abandonar a tu colega, que te acompañó desde que tenías granos y todo el mundo te despreciaba?

Planteado así, parece que la respuesta es afirmativa, lo sé. Pero que Adrienne Saetre no os engañe. Es un ser perverso, maquiavélico y terrible, que encima... Encima... Bueno, no quiero ser yo el que saque el tema a colación, pero colaboró en la destrucción de mi pobre corazón.

Lo tuve, ¿sabéis? El corazón, digo. Lo que pasa es que por circunstancias de la vida, pues me lo acuchillaron brutalmente, y como se hace con los perros de caza medio cojos, pues lo sacrifiqué. Pero como decía mi abuela, de todo se sale. Y yo salí. Y vosotros también saldréis, si tenéis algún problema físico, sentimental, mental, etcétera. Vuestro Axel os lo puede asegurar.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now