C A P Í T U L O 6 3

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¿A que no sabéis quién es la culpable de que no haya podido meterle mano a Lana en el cine...? Os daré una pista: no puedo enfadarme con ella ni aunque me haya arrebatado toda la diversión... Exacto, es Dau. Y diréis: ¿en serio, Axel? ¿Te arrebata la diversión no toquetear a tu novia? Pues sí, cuando se trata de una película que no va ni de tiros, ni de coches rápidos, ni de transformaciones en robots o guerras intergalácticas, y encima no me entretengo en envainar la bayoneta, pierdo el tiempo miserablemente.

Pero tengo que hacerles el favor a Leon y Adrienne, que han decidido irse de cenita romántica y no tenían con quién dejar a la cría. Tampoco me voy a poner en plan abuelo cascarrabias... Bueno, sí lo voy a hacer: si quieren pasarse la noche besuqueándose, no haber engrasado el ruleman sin condón, no te jode. Y me tiene que encasquetar a su progenie cuando tengo que practicar cómo embarazar a mi parienta: es sencillamente desagradable.

De todos modos, estamos hablando de Dau, que cuando se ha enterado de que era una película de animales, por poco se echa a llorar de la emoción. A mí, en lo personal, no me van especialmente los filmes cutres con ardillas parlantes, o cantarinas incluso; los únicos mamíferos aparte del ser humano que acepto como elenco, son Beethoven y Hachiko. Ese cuatro patas cabrón me hizo llorar como un hijo de puta...

En resumen, no ha sido tan horrible como imaginaba, salvo por el hecho de tener el culo encajado en el asiento durante casi dos horas. No estaba tanto tiempo quieto desde que mi madre me obligó a tragarme El paciente inglés sin pestañear, para luego ayudarla con su caracterización de Catherine. Excepto por eso que os digo, y porque Dau, cuando la llevaba a mi casa para pasar la noche, se ha empecinado en ponerse delante —pese a estar prohibido— y ha reconocido las bragas que llevo atadas a la palanca de mando como amuleto de la suerte. ¿Que cómo he logrado salir del paso? Pues haciéndome un Jerome: convenciéndola de que es una pulsera y solo la dejaba ahí para ponérmela en ocasiones especiales.

¿Problema? Que Dau ha querido ponérsela, y se la he tenido que arrancar de la mano y metérmela en los vaqueros. Fijaos cómo lo digo, en femenino: hasta yo me he creído que es un accesorio. El trabajo del buen mentiroso, ¿no? Tragarse sus trolas.

—Si quieres podrías dormir con Nanna —le sugiero a Dau—. Ya sabes que yo doy muchas patadas, y no sé cómo duerme ella, pero cuidará bien de ti.

Joder que si lo hará. Con que la cuide solo un tercio de lo bien que me trata a mí, acabaré devolviéndole la niña a Leon envuelta en oro y sedas.

—¿Quién es Nanna? —pregunta Lana, haciendo esos morritos que ponen nerviosa a mi palanca de mandos incorporada—. Tiene nombre de abuela, o de perro pachón...

—En realidad se llama Ivanna, y es... —No voy a decirle que es guapa, ¿no? Conociéndola, se enfada y me toca pasar otra temporadita sin pasar el plumero—. Es como una abuela, sí.

¿Qué? No he mentido. Entre la colección de tés, la obsesión que tiene con regar todas las plantas de la casa a horas intempestivas —esas en las que no podemos hacer ruido— y sus ridículas supersticiones, responde claramente al perfil de septuagenaria apasionada del punto de cruz.

—Espera, voy a presentártela.

La cojo de la mano y tiro de ella por el amplio pasillo. Hace unos minutos que Dau ha desaparecido, supongo que a la búsqueda del zulo donde Jerome descansa sus huesos. Desde que pasó olímpicamente de ella hace un mes o más, no ha dejado de preguntarme por él. Y digo yo: ¿qué cojones les pasa a las mujeres con los tíos que no les hacen caso? ¿Es que tienen un encanto especial? ¿O es solo cosa de Jerome?

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now