Cambio

By SirumYem

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Seth McFare y Jenna Kent no se llevan lo que se puede llamar... bien. Pero un buen golpe del destino hará un... More

Cambio
1. Despierta
2. Esa soy yo
3. Qué pesadilla
4. Infierno y Paraíso
5. ¿Me recuerdas?
6. Primer beso
7. Segundo beso.
8. Tercer beso.
9. Cuarto beso
10. Quinto beso
11. El sol detrás de las nubes
12. Noticia de fiesta
13. Cumpleaños de Louis (Tony)
14. Cumpleaños de Louis (Tony) II
15. Cumpleaños de Louis (Tony) III
16. Festival de primavera
17. Walton en El País de las Maravillas
18. Habitación 426
19. Un día con Seth
20. Seth, perdóname
Mini EXTRA
21. Entre confusiones, se levanta el hacha de guerra
22. ¿En qué estabas pensando?
23. ¿Una conexión?
24. La otra mitad del verano
25. La otra mitad del verano ll
26. La otra mitad del verano lll
27. A ti no te voy a soltar
28. Un día especial
29. No era un sueño
30. De dolores y sorpresas
31. Bajo el guindo
32. Escondida
33. Citas, citas everywhere
34. Melisa y el árbol que ardió
35. Veinticuatro horas
36. Lazos rotos
37. Rastro de fuego
38. Extraordinaria velada
39. Primera cita
40. Nuevos clubs, nuevo sentimiento.
41. Amor joven
42. No es lo único.
43. No más un secreto
44. ¿Entonces sí me crees?
45. Por verlo
46. La cereza del pastel
47. Un beso tuyo
49. Sorprendente II
50. Aviones de papel que no vuelan
51. Una araña en el lienzo
52. Peligro
53. Algo superficial
54. Una sílaba
55. Las mejores cosas
56. Primer beso (última parte)
Epílogo: Su palabra
Entrevista a Sirum.
Gabriel responde.
Louis responde
Jamie responde
Greg responde
Liz responde
HOLA DE NUEVO
ANUNCIO
BUENAS BUENAS
FINALMENTE
BUENAS Y MALAS

48. Sorprendente I

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By SirumYem

Antes que nada, ¡feliz Navidad y Año Nuevo! Al fin les traigo su regalito, que será de Reyes. 

Al lugar al que me fui de vacaciones no había internet, por lo que me la pasé escribiendo este capítulo que tantas ganas tenía ya de escribir. Al regresar a mi ciudad nos recibieron unos inconvenientes poco convenientes de los que me costó recuperarme. En cuanto me recuperé del shock seguí escribiendo y no quería subir el regalo si no terminaba todo de una vez, y me llevó más tiempo del que tenía pensado. ¡Lamento la demora! (como siempre, coff coff) Este capítulo soltarlo todo en palabras fue extraño pero relajante ya que tenía mucho tiempo en mi cabeza. ¡Y eh aquí! 

Sin más, Feliz Día de Reyes, disfruten la lectura, pandas.

***

Los exámenes aspiraron la tranquilidad de la semana siguiente como dementores succionando las almas de los pobres estudiantes. La peor parte era que, terminando éstos, vendría una semana de descanso antes de comenzar los que definirían la vida escolar definitivamente: los semestrales. Con el puro nombre, la leche se corta y el cielo se torna negro y llueve como si El Diluvio se fuera a repetir, y no eran gotas caídas del cielo, sino de los ojos desesperados y frustrados de los estudiantes.

El cataclismo estudiantil.

—No sé si llorar porque me fue mal, o de alivio porque ya acabó —había exclamado Lily, estirándose cual gato mientras salíamos del colegio después del último examen.

—Yo lloraré porque el campeonato es el martes —gemí, agachando la cabeza con fingido dolor.

—Les irá bien —me animó Jamie, dándome una palmada en la cabeza—. Son muy veloces y todas están enormes.

—Yo las veo normales —masculló Liz con aire distraído, inclinando la cabeza hacia Jamie mientras cruzábamos la puerta principal de Walton.

—Están enormes, punto —insistió Jamie.

—Todo saldrá bien —me sonrió Seth, a mi lado, apretando mi mano—. Yo estaré ahí y seré su amuleto de la suerte.

—No me hagas vomitar, McFare —escuchamos detrás de nosotros y nos giramos a Greg, quien se acercó a nosotros y pasó de largo sin antes guiñarme un ojo—. Iré a verte, buena suerte.

—Gracias —le dije antes de que se alejara a zancadas, alcanzando a una bola de chicos y chicas que parecían esperarlo.

—Yo que tú, Seth —dijo Jamie, posicionándose entre nosotros—, le rompo la jeta.

—Me ignoró por completo —se indignó Liz, sin dar crédito.

—Tal vez no te vio —sugirió Lily, alzando los hombros, concentrada en acabarse una barra de cereal que acaba de descubrir en el bolsillo de su abrigo.

—Me verá ahora —gruñó mientras echaba casi a correr, con ese inconsciente paso suyo que llamaba tanto la atención (paso–cadera–paso–cadera) hasta alcanzar a Greg y llamarlo a gritos por su nombre.

Todos nos quedamos a la espera de lo que sucedería después, como si todos lo supiéramos y al mismo tiempo no, y nos quedamos expectantes al resultado. Liz tiró, no sin cierta violencia, del hombro de Greg, interrumpiendo la viva charla que le daba a sus amigos, y lo puso frente a ella para jalarlo del cuello y plantarle un beso en los labios que lo tomó totalmente desprevenido.

Creí escuchar la barra de cereal caer sobre el cemento.

Lily se apresuró a quedar a la par de los dos y acompañar la apresurada caminata de Liz hacia el exterior de los límites de Walton, después de que ésta se separase de un beso húmedo que dejó a Greg plantado con los ojos bien abiertos y a sus amigos vociferando bullas y risas con respecto a su cara.

Jamie y yo teníamos la boca en el suelo.

—¿Viste eso? —le pregunté a Jamie.

—¿Ver? Casi lo sentí —me respondió, riendo.

Seth soltó un suspiro demasiado largo que no me pasó desapercibido.

—¿Qué sucede? —le pregunté.

—Nada —se giró a mí y noté cómo sus ojos recorrieron mis labios en una milésima de segundo—. Me dio algo de envidia.

Sonreí con ternura pero no pude evitar sentir cierta tristeza.

—Qué lindos —exclamó Jamie, no supe identificar si con sarcasmo o no.

Su móvil comenzó a sonar con el típico timbre de teléfono viejo y su fruncido ceño se iluminó en cuestión de segundos—. Hablando de lindos. Me adelantaré. ¡Adiós! —dio unos pasos más mientras atendía con una voz de lo más alegre.

—¿Listo para ganar? —le pregunté a Seth, apretando su mano y sonriendo a una victoria que aún no llegaba, pero que ya sentía en lo más hondo de mi pecho.

—Parece que tú sí —dijo, contagiándose de mi sonrisa.

—¡Claro! Siempre lo estoy.

Como respuesta, pegó sus labios a mi frente y los dejó ahí durante unos largos y eternos segundos, en los que deseé que no se despegara nunca. Cerré los ojos para abandonarme a la sensación de mi corazón golpeando con estridente fuerza mi pecho pero él se separó y miró al frente. Su sonrisa se había desvanecido y una pequeña arruga se formó en su frente.

—¿Seth? —pregunté—. ¿Estás bien?

—Sí, es sólo… —su ceño se frunció aún más. De repente se giró a mí y la arruga se desvaneció para ser remplazada por una pequeña y cansada sonrisa—. No es nada.

—¿Seguro?

—Sí. Andando, o llegaremos tarde —tarde a lo que sería nuestra último día haciendo frente a los gritos de los entrenadores para sacar lo mejor de nosotros.

… Bueno, la penúltima.

La última se acercó el lunes. Lenta, como temiendo llegar. O tal vez esa era yo.

Nos tocó ser residentes, algo que agradecí enormemente: Seth tendría su competición el mismo día en una de las mejores piscinas olímpicas de la ciudad, dos horas después del partido de básquetbol femenino.

El color azul rey de Los Halcones de Walton, dominaba cada rincón y casi todas las gradas del gimnasio, mientras que el amarillo de la escuela contraria, Las Águilas de Monte Real, se limitaba a un cuarenta por ciento del espacio. Muchos comentarios sobre un partido épico entre Walton y Monte Real, equipos fuertes tanto en básquet femenino como masculino, se disiparon semanas antes del gran día, despertando el interés de los cazatalentos, de los niños que creían que sería una obra de teatro y de quienes disfrutaban de un buen partido colegial. Walton y Monte Real: los enemigos clásicos entre las escuelas superiores de Sheffield. Los Halcones y Las Águilas. Las mascotas de cada respectiva escuela se gritaban en un punto de la cancha a la vista de todos los espectadores, hablando en idioma ave y levantando las alas a su vez más altas, demostrando que, entre más alto las elevaran, más fuerza tenían. El público reía cuando batían las alas con parsimonia y juntaban pechos y picos, desafiándose.

Papá y Tayler y Sarah, la nueva novia de Tayler, ya se habían conseguido lugar en las gradas más altas, saboreaban frituras tranquilamente mientras yo calentaba en la cancha con mi equipo. La entrenadora Howits fue clara: «once jugadoras, cinco en la cancha, un mismo objetivo. Denlo todo hoy y no se arrepentirán mañana».

Mis nervios se dispararon —sólo un poco—cuando me dijeron que yo sería parte del primer quinteto en la cancha.

—Heeey, vean eso. La novata va a jugar —bromeó la número 3 cuando Howits nos dio nuestros puestos.

Si bien recibí una que otra mortífera mirada por parte de mis compañeras, no era que no lo esperara. Pero tampoco es que no lo mereciera. Estaba orgullosa de mi multiplicado esfuerzo, de mis rápidos avances y de las palmadas acompañadas de una risotada y un «bien hecho» de parte de Howits. Troncha Toro estaba satisfecha con mi esfuerzo y no planeaba doblegarme de vergüenza por ello, al contrario. Ese orgullo y mi instinto altamente competitivo aplastaron al nerviosismo, reduciéndolo a una octava parte de lo que antes era.

Divisé a Lily entre la multitud, lejos de donde se encontraba mi familia, casi en una esquina inferior, en las gradas meridionales. Melisa estaba a su lado, portando un cubre bocas y pañuelos en la mano. La pobre había tenido que asistir a los exámenes a pesar de su deplorable estado y gracias a la exposición ante el frío y el constante movimiento, no había mejora. Gabriel, por supuesto, estaba a su lado, compartiendo confidencias a corta distancia de su encantador tío, el cual nos presentara el otro día en la mansión de su abuelo. Ante la tozudez de Melisa por asistir al partido, Gabriel se vio obligado a pedirle de favor a su tío llevarlos hasta Walton, quien no dio señales de retirarse o tener algo mejor que hacer.

Al otro lado de Lily, un asiento vacío. Jamie no daba señales de llegar temprano, por lo que Lily optó por poner la bolsa de enfermería completa que Melisa cargaba —obligada por su madre, llena de medicamentos, y prevenciones a síntomas peores— como señal que ese asiento se ocuparía en un momento u otro.

También divisé a Louis, acompañado de su familia y de Liz, jugaban con la pequeña Penélope y le explicaban las reglas básicas del juego, por lo que pude ver cuando apuntaban a cierto punto de la cancha y la niña observaba con transparente atención y admiración ahí donde su dedo señalaba, arrugaba su pequeña frente y terminaba exclamando algo que hacía reír a la familia entera.

A quien no lograba encontrar era a Seth.

—¿Lista, Jenna? —me preguntó Kate mientras estirábamos en el suelo, tratando de alcanzar nuestros pies con la punta de los dedos.

—¿Para ganar? ¡Claro!

Tal vez Katenka no me cayera del todo bien, pero en ese momento formábamos parte del mismo equipo y debíamos actuar como uno —y que Howits nos colgara si no era así—. Disipé de mi mente cualquier tipo de sentimiento negativo hacia ella y me enfoqué en que su altura y gran habilidad para quitar balones nos harían ganar más puntos. Así que le sonreí fortuitamente y me concentré en estirarme.

Después de unos minutos haciendo lanzamientos libres, fuimos a las bancas a tomar agua y quitarnos la camisa de algodón blanca para que quedara a la vista nuestros brazos desnudos, nuestro número y apellido en la parte de atrás del uniforme azul marino.

 —¡Jenna! —se acercó corriendo alguien mientras me ajustaba la diadema deportiva.

Greg se detuvo a pocos metros de mí, encorvándose y jadeando con los brazos en las piernas.

—¿Llegué tarde? —jadeó, buscando el marcador.

—No, apenas empieza —contesté apenas volteando a verlo.

—Quería desearte suerte.

—Gracias, pero no la necesitamos. Por cierto —apunté con la cabeza hacia las gradas—, si tu novia te ve conmigo, te va a agarrar como el otro día.

Greg resopló molesto e hizo una mueca.

—¿Sabes cuántos tipos me quieren asesinar ahora mismo? Creen que estoy saliendo con Liz.

—¿Y no lo estás? —alcé las cejas.

—¡No, Jenna! Mierda —se pasó una mano por la cara, frustrado—. ¿Por qué no lo entiendes? ¿Es tan difícil de ver?

—Hablando de difícil de ver —desvié el tema, presintiendo hacia dónde iba. Me senté en la banca y me deshice las agujetas para volverlas a hacer—. ¿Has visto a Seth?

Vi cómo su mandíbula se apretaba y una sombra pasaba por sus ojos.

—Sí.

—¿Dónde?

—¡Kent! —me gritó Howits—¡Te quiero en la cancha! ¡Ahora!

Me alejé de Greg sin despedirme y me adentré trotando en el área donde el partido se llevaría a cabo. La madera bajo mis pies lucía impecable, como si ésta también se hubiera estado preparando para ese día, preparándose para las numerosas caídas, los golpes del balón, la fricción de diez pares de tenis. Por el rabillo del ojo pude ver a Seth, que finalmente hacía acto de presencia. Mi familia le hacía señas y, vacilante, se reunía con ellos abriéndose paso entre la muchedumbre que colmaba las gradas. Escuché, entre tantas voces, las de mis amigos, haciendo megáfonos con las manos y vociferando mi nombre a todo pulmón. No me molesté en regresarles una sonrisa o una señal de que los había escuchado, me concentré en posicionarme a unos metros detrás de Katenka, quien estaba frente a frente con la jugadora de piel oscura del equipo visitante. La chica tenía la mirada concentrada en la sonrisa confianzuda de Kate. El árbitro, en medio de las dos, sostuvo en alto el balón y cuando dio el silbatazo, éste salió despedido hacia arriba y entonces el silencio que se había acumulado en mis oídos, expectante ante el primer movimiento, se llenó de gritos, derrapes contra la madera, el caos que encendió cada partícula de mi ser y la adrenalina se acumuló en mis dedos, ansiosos por sentir el balón bajo ellos.

Si bien el béisbol es un deporte de equipo, cada carrera, cada home run, cada golpe, se realiza individualmente. En el básquetbol funcionábamos como un solo cuerpo, cada jugadora representaba una parte equitativa y sin una, todo dejaba de funcionar. Brazos, piernas, cabeza. Dos cuerpos, cada uno conformado por cinco personas, corriendo hacia un mismo objetivo. Un objetivo que no podíamos ver.

—«El arte del básquet está en controlar el balón sin ponerle ningún ojo encima»— nos dijo Howits en su lacónica charla motivacional en los vestuarios.

Controlar algo sin verlo.

Sencillo.

Kate se impulsó hacia arriba y fue quien se adueñó del juego. Los vítores de parte de nuestro equipo se elevaron hasta llenar el gimnasio entero y existió el ruido. Ruido, mucho ruido.

Busqué con mis ojos el balón y al localizarlo todo, excepto su votar y los derrapes en el tablero, fue silencio. De forma automática, mi mente puso toda su concentración en el sonido de la madera cuando el balón era golpeado contra ella. Me desconecté por completo del mundo y mi cuerpo estaba concentrado en tener el balón en mis manos. Despertó por completo mi lado competitivo e instintivamente bueno con los reflejos, eso que papá no dejaba de presumir que había heredado de él.

Cuando ejercí presión sobre mi pierna izquierda para echar a correr, escuché la queja de la madera contra mis New Balance a reacción de la velocidad y la fuerza que usé.

Después de ese movimiento, no fui consciente de nada de lo que hice, me abandoné por completo al juego y mi cuerpo desarrolló una capacidad para moverse sin mi consentimiento. Tal y como lo hacía siempre que me dejaba llevar.

La mayoría de veces, era yo quien lograba arrebatarle el juego a alguna Águila, animando a los vítores que apoyaban a las Halcones, y provocando bailes graciosamente ridículos de la mascota, zarandeando el trasero delante de la contrincante, que arrancaban risas de parte del público acom pañado de una melodía victoriosa por parte de la banda escolar que jamás me enteré que teníamos hasta ese momento.

Era difícil, muy difícil, que después de yo lograrle arrebatar el balón a alguna chica, me la quitaran casi de inmediato, pues me aseguraba de tener siempre a alguien a mi izquierda para pasársela enseguida, quien no daba más de dos rebotes con ella antes de lanzarla a la jugadora más cercana a la canasta y la que menos problemas tuviera para evadir a las Águilas. Era difícil, por supuesto, pero no imposible.

Faltaban cinco minutos para que terminara el tercer cuarto cuando, detrás del Águila número 5 que hacía de pared entre el balón y yo, supe que intentaría engañarme virando a la derecha unos centímetros para volverse a la izquierda y salir con el balón en su custodia. Fue apenas un segundo. Un pequeñísimo segundo en el que, sabiendo que me engañaría, fingí que caía en su trampa, pero fui más rápida y doblé ligeramente la pierna izquierda para hacer en ella fuerza y abalanzarme sobre la chica. Ese segundo; ese segundo en el que, logrando arrancarle el juego de las manos, seguí hacia delante y localizando a la primera chica de Walton que me mirara con ojos implorantes, me dispuse a lanzar el balón en su dirección. Mis ojos dieron con los de Katenka y su gesto me dio a entender que estaba lista para recibirlo. Vi, mientras plegaba mis brazos hacia arriba, con el balón en la yema de los dedos, que Amelia y la 3, Emily, nos cubrían la jugada. Fue ese pequeño segundo en el que mi gesto se congeló y mi cuerpo lo acompañó, mis ojos bajaron desde Kate hasta el suelo.

La chica a la que había logrado quitarle el balón, aprovechó ese pequeño segundo para pasar por delante de mí con la fuerza suficiente para adueñarse de él nuevamente. Pero yo estaba ya en el suelo, sujetándome la rodilla.

—Mierda —susurré, presa del dolor.

El árbitro principal hizo sonar su silbato y toda actividad se detuvo, incluido el correr del reloj. A pesar de que nunca me gustó ser el centro de atención, agradecí que mi caída hubiera abarcado la mayoría de las miradas del gimnasio y así pudiera recibir asistencia lo más pronto posible. Mi mente seguía dentro del balón y en lo único que podía pensar además de eso era en la preocupación que le proporcionaba a mi familia, mis amigos y a Seth.

Seth. Eso es.

Mientras mi rodilla era revisada y yo levantada para ser examinada con menos presión de detener el juego, busqué con los ojos a Seth donde antes lo había visto. Se había puesto de pie, al igual que el resto de mi familia, una evidente mirada de preocupación gobernaba su semblante y cuando nuestros ojos se cruzaron rogué que estuviera pensando lo mismo que yo.

—Kent, ¿cómo te sientes? —me preguntó Howits, interrumpiéndonos.

—Puedo seguir jugando —dije con la voz más firme de lo que pretendía.

—No lo creo —dijo el chico de asistencia médica que me revisaba. Sujetó mi pierna entre sus manos y la dobló ligeramente hacia la derecha, a lo que respondí con una mueca de dolor—. ¿Lo ves? Tendrás que descansar el resto del juego.

—Smith, sustituirás a Kent —le dijo Howits a otra chica que ya parecía esperarse la noticia y se preparaba para saltar a la cancha.

—¿Qué? No, no, no —me apresuré a decir—. Estoy bien. De verdad.

El de asistencia médica volvió a doblar mi pierna y más que por dolor, grité por sorpresa.

—¡Demonios! ¡No haga eso! —le grité.

—Si no soportas eso, no durarás ni cinco minutos allá —apuntó a la cancha con la cabeza y se puso de pie, sacudiéndose los pantalones—. Es un esguince. Primer grado; con un poco de descanso estarás como nueva en unas semanas.

—¿Semanas? No, puedo jugar ahora.

A su espalda, el juego reanudaba. 

¿Dónde estás, Seth?

—No más juego, Kent —sentenció Howits antes de alejarse.

—¡No! ¡Troncha… Entrenadora Howits! Quiero seguir jugando. No entrené horas extra por nada.

—Probablemente esas horas extra han afectado tu rodilla. Si sigues forzándola las ligaduras terminarán por romperse.

Le dirigí una mirada asesina al asistente y éste levantó las cejas, desafiante antes de apartarse a una distancia prudente. No tenía ningún maldito problema con las ligaduras, pero debía evitar a toda costa que Howits escuchara aquello: sólo se multiplicarían sus negativas.

—Lo sé —le contesté y después me dirigí a la entrenadora—. Pero puedo seguir, y lo haré.

—Kent, deja de insistir o te mandaré casa en este instante.

Cruzó los brazos y siguió el balón con la mirada, que rebotaba de mano en mano entre los dedos enemigos, hasta que fue alzado en el aire y cerré los ojos con fuerza —maldita sea— para evitar ver la canasta de Las Águilas y cómo éstas celebraban la pequeña victoria con gritos guturales dignos de piratas del siglo XVIII.

Troncha Toro profirió una maldición por lo bajo; sin embargo —no sin cierto desaire—, levantó los brazos e invitó con éstos a mis compañeras a acercarse cuando el tercer cuarto terminó.

—Jenna —escuché la voz de mi salvador exclamar mi nombre desde unos metros.

—Seth —me giré con luz en el rostro.

Bajaba las gradas con algo de dificultad al pasar y dio un salto para brincar la última grada y llegar hasta mí. Como pude, sentada en la banca, me alejé lo más posible de Howits y las palabras no tan motivadoras que le dirigía a mi equipo y le pedí a Seth que se arrimara.

—¿Estás bien? Tu padre y  Tayler están algo preocupados y me han pedido que…

—Bésame, por favor.

—¿Qué —pareció confundido.

—¿Recuerdas lo que pasó en mi casa, la cena? —me apresuré a decir, atropellando las palabras—. Estabas mareado y al cambiar de cuerpos, mejoraste. Lo necesito ahora, por favor. Tengo que seguir jugando.

—Jenna, no sabemos si funciona con una lesión física. Además…

Por favor.

—¿Cómo está tu pierna? ¿Es grave?

—Sólo es un esguince. Me han dicho que con reposo mejoraré en unas semanas. Pero sabes que este juego terminará en unos minutos. Quiero jugar. Te prometo que después de este partido dejaré el equipo —. Después de una pequeña pausa, añadí—. Y no puedo dejar el básquetbol sin haber ganado un partido. Por favor.

Me miró con los ojos entrecerrados, tuvo una mirada fría al principio, dura.

—¿Estás consciente de que es trampa?

—¿Mejorar de la rodilla milagrosamente es considerado trampa?

Negó con la cabeza, como dándose por vencido.

—Lo haré sólo —levantó el dedo índice— porque las ganas de besarte no se me quitan.

Sonreí y lo jalé de la nuca para acercar su boca a la mía. Escuché bulla por parte del público y de mis compañeras cuando unimos nuestros labios.

“Se acaba de lastimar y ya se está besuqueando con el novio. Qué bien, ¿no?”, estarían pensando algunos, con todo y la tonelada de ironía.

 —¿Está funcionando? —pregunté muy cerca de sus labios cuando estuve en su cuerpo y él experimentaba el ligero dolor de mi rodilla.

—Sí —jadeó y volvió a besarme, ésta vez con más prisa y desesperación.

A pesar de la tentación de volverme a abandonar a él, logré separarme porque el bullicio a nuestro alrededor —las voces de la gente, las mascotas peleando, Howits aclamando la atención de su equipo— era más fuerte en ese momento.

—Ganaremos, te lo prometo —le dije, ya sin sentir ningún dolor físico, con la voz bañada de esperanza.

No supe con exactitud si había preocupación o desaprobación en sus ojos, pero caían entre el sentimiento de tristeza y molestia.

—Te estaré esperando —se despidió y se giró para regresar a su lugar en las gradas.

Me levanté de golpe, flexionando y estirando ambas piernas, probando su nueva pero al mismo tiempo jamás expirada capacidad. Era como retroceder en el tiempo, como si la misma Rapunzel hubiera envuelto mi rodilla con su cabello mágico, cantando esa canción que decía algo sobre volver las cosas a lo que antes fueron.

—Troncha Toro —la llamé y todo el equipo, ella incluida, se volvió hacia mí con los ojos abiertos como platos, anonadadas por llamarle como nadie se atrevía a hacerlo frente o cerca de ella. Sin embargo, la entrenadora, si es que me escuchó o sólo se giró hacia donde todas lo hacían, no pareció ni un poco interesada en lo que acababa de decir, sino la buena excusa que le debía por interrumpirla—. Puedo jugar —parecía grabadora descompuesta con esa frase y estaba dispuesta a descomponer otras más hasta que me metiera en el juego—. Ya estoy bien, mire. Mi rodilla está como nueva. ¿Ve? —di unos brinquitos frente al de asistencia médica para mostrarle y restregarle en el rostro que estaba más que bien.

—¿Tú qué me dices, capitana? —preguntó, cruzándose de brazos y echando la espalda para atrás.

Katenka miró a Howits algo sorprendida, después a mí, al equipo, al de asistencia, al reloj, por último a mí y sonrió.

—Entra, no nos hagas perder más tiempo —cedió por fin.

*

Qué bien se siente cuando todo el esfuerzo vale la pena, el dolor y los sacrificios. Qué bien se siente gozar de la vista, del sentimiento, después de un gran camino cuesta arriba. Es como si tragaras un pedazo de plastilina con vida propia, un gran pedazo de color rosa, que se estira, se moldea constantemente sin ganas de llegar a una forma definida, y que al tragarla comenzara a mover todo dentro de ti y hacerte cosquillas; agradables cosquillas desde el pecho hasta el abdomen, que te adormecen y atontan como una adictiva droga.

Con el ejemplo de las mariposas bastaba, genio. Bravo.

Mi corta vida me dio a entender que cada vez que sentía esa plastilina rosa dentro de mí… quiero decir, esas mariposas, era cuando experimentaba el sentimiento que en ese momento se siente infinito, usualmente llamado felicidad.

Fue ese sentimiento el que experimenté cuando, colgada de mis piernas a la cintura de Seth, celebrábamos la victoria de Las Halcones contra Las Águilas, partido clásico dentro del básquet colegial femenino, por vez primera en siete años consecutivos.

—Gracias —susurré con mi frente pegada a la suya pese al ruido de la banda y los gritos de victoria—. Sin ti…

—Shh —me calló, besando mi nariz. Sentí sus manos sujetarme de los muslos y acariciarlos—. Te voy a bajar porque tu padre y tu hermano nos están viendo.

—No nos… Sí, mejor bájame.

 Me dirigí brevemente hacia mis amigos y familia, que me felicitaron y preguntaron por mi rodilla a lo que respondí que estaba bien, sólo había sido un susto. Sabía que Seth no estaba del todo de acuerdo conmigo, pero no mostró ganas de hablarlo por el momento, y yo tampoco, ya lo conversaríamos más tarde, con más tiempo. Saludé a Louis y Liz, que se fueron juntos después de felicitarme. Liz, unos segundos antes de irse, me aseguró que estaría en la competencia de Seth.

Me dirigí con mi equipo a los baños donde celebramos con voz en grito el final de la temporada con el dulce sabor de la victoria en nuestros paladares.

—Bien hecho, chicas —nos felicitó la entrenadora, antes de comenzarnos a quitar el uniforme. Algunas comenzaron a deshacerse las colas de caballo pero pararon por respeto cuando Howits inició su discurso. Yo me quedé con la mano en el casillero, a punto de abrirlo y me giré hacia ella, objetivo de mirada de todas las Halcones—. Hoy me demostraron que sí pudieron, pueden y podrán. Agradezco todo el esfuerzo que pusieron allá afuera —clavó los ojos en mí y algunas siguieron su mirada—, y también el sobre esfuerzo, pero no quiero que ninguna, ¿me entendieron?, ninguna haga una estupidez como la de Kent la próxima temporada; no me tomaré la molestia de escucharlas, las aventaré a sus familias en ese instante. Un equipo debe seguir las reglas y órdenes predichas o se desmoronará, sin excepciones. Hoy tu tozudez no afectó a tu equipo, Kent, pero si me repites el numerito estás fuera, ¿entendido? —Asentí efusivamente con el fin de que terminara de verme tan feo y siguiera su perorata—. Buen partido, muchachas. No quiero que me bajen la guardia, esto no significa que tengamos asegurados los demás partidos, ¿escucharon? Báñense y váyanse a descansar, se lo merecen —sonrió sin sorna por primera vez desde que la conocía—. Y feliz Navidad y Año Nuevo.

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