Destinados #D1 (Completa)

By DeniseAyleen

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Destinados es la historia de dos mejores amigos de infancia, Brisa y Gastón, quienes en su adolescencia se al... More

Destinados #1
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Epílogo
Siempre serás tú
Nuevo título
¡Próximamente en librerías!
¡A LA VENTA EL 20 DE ENERO DE 2022!
LIBRO EN FÍSICO: dónde conseguirlo

Capítulo sesenta y uno

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By DeniseAyleen

Brisa

Gastón paga un hotel lujoso y pide que nos traigan una botella de champán. Lo veo meter la llave en la cerradura y abrir la puerta un segundo después. El interior del cuarto es grande, con una cama enorme, una puerta que da al baño y un balcón largo que da a la ciudad.

—Es la primera vez que vengo a un hotel —confieso mirándolo.

—¿Qué?, ¿Liam nunca te ha traído a uno?

—No, porque teníamos nuestro departamento juntos y las navidades nos quedábamos en su casa.

—¿No se te ha hecho un poco vergonzoso que el hombre te viera cuando tuvimos que pagar la habitación?

—¿Por qué la pregunta? —me siento en la cama. Él abre la ventana para que entre un poco de aire. Dejo que el viento llegue hasta mi cuerpo, pero estoy segura de que en un rato le pediré que la cierre porque empezaré a temblar.

Cuando entramos al hotel, el joven y elegante recepcionista nos miró hasta que llegamos al majestuoso mostrador, y pedimos una habitación para pasar la noche. Noté que mis mejillas en su momento se pusieron coloradas, porque sabía que el hombre se estaba imaginando las cosas que iban a pasar entre mi novio y yo.

Tener sexo no es algo del otro mundo, no es algo que se siga considerando como un tabú, pero, aun así, el nerviosismo se coló en mi cuerpo y me hizo poner un poco roja. Además, Gastón es conocido, seguramente el muchacho lo reconoció y hay una probabilidad de que esto salga en los chismes de la tele. O tal vez me preocupé por nada. A veces me pasa. A veces pienso tonterías.

—Porque nunca has venido a uno.

—Un poco —confieso—. ¿A ti no te pone incómodo que te vean entrar aquí?

Se ríe.

—No es la primera vez que vengo a un hotel.

—¡Ah!, ¿no? —sé que no, pero aun así pregunto.

—No, Bri.

—¿Has venido con muchas chicas? —me entra la curiosidad. Y los celos. Pero me muerdo la lengua. Si ha ido a muchos hoteles a acostarse con chicas, no puedo decir nada. Lo pasado es pasado.

—Bri, no creo que esa sea una pregunta que se tenga que hacer ahora —me sonríe y se me acerca. Se inclina hacia mí para darme un beso en los labios, y justamente ese corto beso empieza a generarme calor.

—¿Podemos darnos una ducha caliente?

Me da otro beso, pero en este aprisiona mi labio inferior y lo estira, provocándome un gemido.

—Podemos —me acomoda el pelo—. Podemos hacer todo lo que tú quieras.

Me doy cuenta de que ni siquiera he soltado mi bolso con mis cosas desde que llegué, así que lo dejo sobre el sofá del centro y saco dos toallas, asegurándome después de que no se vean los regalos que tengo para Gastón.

Me meto en el baño con él, quiero deshacerme de toda la ropa que llevo encima, pero Gastón me detiene porque quiere encargarse él mismo. Lo dejo desnudarme, sus ojos sobre mi piel me encienden, prenden mi apetito sexual, ese que he estado intentando mantener desactivado durante todo el rato que estuvimos juntos en la casa de mis padres.

Mi ropa interior de encaje negro cubre mis partes íntimas. Me siento nerviosa por todo esto. Lo hemos hecho varias veces desde que empezamos nuestra relación amorosa, pero quizá me sienta así porque es un lugar nuevo, un lugar que desconozco. No sé.

—Esas bragas te quedan de muerte —me da un beso lento y luego quiere meter su lengua en mi boca, pero no se lo permito para molestarlo.

Su cuerpo queda cerca del mío, su cara se acerca a mi cuello y pienso que me va a dar besos, porque él sabe cuánto me excitan, pero lo único que choca contra mi piel es su respiración caliente. Aun así, las cosquillas emprenden un camino desde mi panza hasta mi clítoris. Sus manos tocan mi espalda, me desprenden el brasier para luego deslizar las tiras por mis brazos y dejarme sin nada que me cubra los pechos. Sin permiso alguno, se inclina un poco hacia abajo y succiona un pezón. Me encanta cuando las cosas se ponen candentes.

Gastón juega con el elástico de mi braguita solo para provocarme. Me da un apretón en el trasero que me hace gemir. Presionó con fuerza, pero me gustó. En sus ojos puedo ver ese brillo de deseo. O tal vez sus ojos reflejan los míos. Me quedo desnuda completamente cuando decide que es momento de verme sin nada.

—Quedo embobado contigo —me sonríe—. Las cosas que te voy a hacer hoy... —murmura mordiéndose el labio.

Ahora es mi turno. Le desabotono lentamente la camisa para ir viendo poquito a poquito su cuerpo marcado. ¡Dios!... este hombre me vuelve tan loca y me deja tan excitada... Tomo su camisa antes de que se caiga al suelo y me tengo que morder el labio para que no se me escapen suspiros. Quiero tenerlo dentro de mí, quiero escucharlo gemir y suspirar de placer. Quiero estar encima de él, o que él esté detrás de mí tomándome del pelo, embistiéndome y haciendo que mi excitación crezca.

Sigo con su pantalón, él se quita el calzado. Desabotono sus jeans y bajo el cierre mientras lo miro. Quiero hacerle entender que me encanta todo el juego previo que estamos teniendo. Bajo sus jeans con un poco de dificultad, pero lo logro y él se queda solo con sus bóxers negros ajustados. Ahí puedo ver el bulto que me llama la atención. Estoy por tocarlo y bajarle la ropa interior cuando él me detiene y me obliga a que lo mire.

—No me tocarás hasta que te tenga en la cama —se acerca a mi boca para provocarme, porque ni siquiera me deja darle un beso.

Me río.

—¿Así vamos a jugar ahora? —le digo.

—Tú empezaste —me recorre la mirada y me alza para meterme bajo la regadera.

El agua caliente y su compañía para esta noche festiva y de frío es la mejor combinación. Tenerlo cerca de mí me deja por un lado tranquila y por el otro con ganas de hacer las más eróticas travesuras. Siento que a su lado puedo hacer todo.

Creo que nos quedamos en la ducha durante una media hora, quiero tocarlo en más de una ocasión cuando me olvido de que estamos jugando a provocarnos, y él lo nota y me vuelve a provocar. En este juego es el claro ganador. Gastón se seca el cuerpo y me pide secármelo a mí también, a lo cual accedo sin problema alguno.

—¡Ya no aguanto más las ganas! —escucho que dice y me da la vuelta para besarme en los labios.

Le sigo el juego animadamente, notando cómo del calor pasamos al fuego. Se siente la vibra sexual que nuestros cuerpos desprenden. Ambos queremos dos cosas, la unión corporal y espiritual.

Mi espalda choca contra la cama y su cuerpo desnudo se posa encima del mío. Siento su erección allí abajo. No hay ropa que represente una barrera para nosotros. Me besa por todas partes y no me deja moverme en ningún momento, lo que me pone peor. Lo quiero dentro de mí. Necesito tenerlo dentro de mí.

—Gastón... —murmuro con la voz llena de deseo—. ¡Ya, házmelo, por favor! —ruego sin vergüenza.

Su mirada choca contra la mía. Otra cosa que tenemos en común esta noche es la intensidad de nuestras respiraciones.

—¡Bien! —responde excitado.

—Lo haremos de perrito, como te gusta —le aviso, y él me sonríe con deseo. Sé que esa posición a él lo deja como loco. Y a mí también.

Me acomodo sobre la cama, espero a que se ponga el preservativo y se adentre en mí. Cuando lo siento penetrarme, cierro los ojos automáticamente, y mi boca se entreabre para dejar escapar un gemido. Ya no siento el fresco de la habitación por la fina capa de sudor que me cubre la piel. Y algo me dice que a él le pasa lo mismo.

Nos hundimos en un placer inexplicable. De pronto, el mundo se me borra, y solo somos él y yo... como si fuéramos uno en un solo... ¡éxtasis!

Cuarenta minutos después, estoy relajada y con la cabeza recostada en su pecho desnudo.

—Bonita manera de pasar la Navidad, ¿no crees?

—Ha estado muy caliente todo —le hago saber.

—¿Lo disfrutaste?

—Muchísimo.

—Sabes que esto no termina ahí nomás, ¿verdad?

—Lo supuse.

—Creo que tú esta noche no vas a dormir —bromea.

—No me importa —comento con picardía.

—¡Qué traviesa!

Me río.

—Tengo algo para ti —le digo. Me levanto de la cama y voy hasta mi bolso. Rebusco entre mis cosas. Saco los dos paquetes con envoltorio verde y rojo, los sacudo en el aire al darme la vuelta.

—Los regalos se dan en la mañana —me dice con una sonrisa en el rostro. Gastón tiene los brazos detrás de la cabeza. Se ve muy sexi de esa manera.

—Yo te los quería dar ahora —le hago saber. Me siento en la cama, me tapo las piernas y sostengo las sábanas sobre mi pecho desnudo—. Ábrelos.

El primer regalo es una camisa blanca que me pareció superhermosa cuando la vi en la vidriera de una de las tiendas de California. La compré imaginándome lo sexi que se vería Gastón con ella puesta.

—¿Te gusta? Si no te agrada la podemos cambiar —le digo mientras le acaricio su pelo.

—Está perfecta, mi amor. Se ve bonita y es de mi estilo —me acerca para que le dé un beso.

—¿En serio te gusta, amor? —le sonrío con emoción.

—Sabes que tengo un fanatismo por las camisas blancas y negras. Ésta que compraste está preciosa, me encanta —me quita una sonrisa—. ¡Muchas gracias, amor!

—¡De nada! Me alegra que te guste. Ahora, abre el otro, amor.

Dejo a un lado el envoltorio de la camisa y acomodo la prenda en la mesita de luz mientras Gastón desenvuelve el otro regalo. Una sonrisa se forma nuevamente en su semblante.

—Es un álbum de fotos —afirma.

—¡Es nuestro álbum de fotos! —lo corrijo cuando lo abre. Dentro están todas las fotos en las que aparecemos juntos desde que nos reencontramos, pero al principio también quise añadir algunas de cuando éramos pequeños. En la tapa están las iniciales de nuestros nombres decorados con brillantina—. Puede parecer muy de niña la decoración, pero...

—¡No! —me detiene con un beso—. ¡Está perfecto!

—¿Sí?

—Está perfecto. Me encanta tener nuestro propio álbum fotográfico.

—Ve a la parte del medio —le digo—. La de la hoja azul.

—¿Qué hay? —pregunta con curiosidad mientras busca.

—Fíjate —le acaricio la pierna sobre la sábana.

Gastón encuentra la hoja azul y queda a la vista el corazón rojo con la palabra especial en el medio.

—¿Qué es «Briston»?

—Es la conjunción de nuestros nombres —respondo.

—¡Ah!, ¿sí?

—Sí... Stef dijo que ese es nuestro ship.

Se ríe.

—¿Nos hizo un ship?

—Sí, desde mucho antes de estar juntos.

—Quizá una parte de ella presentía que nosotros íbamos a terminar ennoviados, ¿no crees?

—Por nuestras conversaciones pasadas, puedo decirte que sí —concuerdo. Me aferro a su cuerpo y le doy un beso en la mejilla.

—Este álbum es el más especial que tendré en toda la vida —expresa, tomándome de la cara para besarme con fuerza. Termino sentándome sobre él, y de inmediato empiezo a notar algo duro debajo de mí. Y sé perfectamente qué es. Y sé perfectamente cómo terminarán las cosas—. Tu regalo te lo daré mañana en la mañana, ¿sí? Te lo daré en un parque, cuando estés tomándote un helado de agua. ¿Te parece?

Le digo que sí, y lo vuelvo a besar. Ahora lo único que quiero es quedarme en su boca y que las cosas sigan su curso. Nuestras caricias se van intensificando y nuestros cuerpos se buscan con desespero en una noche que se queda corta para todo lo que queremos hacer...

A la mañana siguiente me despierto con el desayuno en la cama que el hotel nos trajo a pedido de Gastón. Lo veo vestido con la endemoniada y sexi ropa de anoche, sosteniendo un ramo de rosas en las manos y sonriéndome tiernamente.

Desayunamos, y luego me doy una ducha rápida para irnos del hotel. Pasamos por su casa a dejar unas cosas, y Gastón me pide mi bolso para meter el obsequio que tiene preparado para mí. La regla que él me obliga a acatar es que no debo abrir el bolso, en ningún momento, para no darme ni una idea de lo que es.

Salimos a almorzar a un restaurante en el centro. Luego me lleva a la heladería, y me dice que caminemos hasta el parque que está a una cuadra. Al llegar nos sentamos alejados de las personas allí presentes, en un banco que parece ser nuevo y bajo un árbol viejo y enorme.

Le doy una cucharada a mi helado, y finjo una mala mirada cuando él me roba un poco del mío.

—¡Tú tienes el tuyo!

—En el mío no hay de limón —replica divertido—. Voy a darte tu obsequio, ¿sí?

—Bien —amplío mi sonrisa. Parezco una niña pequeña en el sofá y con la mirada en la chimenea esperando a que Papá Noel baje para darle los regalos.

Gastón abre mi bolso y saca dos obsequios. Primero me tiende uno que tiene forma rectangular.

—Abre ese primero.

Le hago caso. La textura es un poco dura, pero no tanto, y cuando termino de sacarle el papel de regalo confirmo mis sospechas. Es una cajita negra gamuzada. La abro, una pulsera de plata con un dije de corazón está perfectamente acomodada en la almohadilla roja. Cruzo miradas con Gastón, y creo que no hace falta que diga nada para que sepa lo agradecida que me encuentro, pues mis ojos lo dejan a la vista. Pero, aun así, me lanzo hacia sus brazos con fuerza y le doy un beso en el cuello.

—¡Gracias, gracias, gracias!

—Sabía que te iba a gustar. Te la mereces por ser tan buena novia conmigo.

—¡Te quiero!

—¡También, te quiero! —me separa de él, y con sus ojos me guía par que mire el otro regalo.

Este es más duro que el anterior, también tiene una forma rectangular. Lo abro y me encuentro con un cuaderno rojo, al costado tiene una cerradura. Busco la llavecita y abro el cuaderno, encontrándome desde un principio con una foto nuestra en el medio y palabras escritas alrededor. Quiero leer todo lo que dice, pero él me pide que siga pasando las hojas. Cuento diez hojas en el cuaderno que tienen algo escrito y fotos en medio.

—Las tienes que leer cuando no estés conmigo.

—¿Por?

—Es para cuando tú estés en tu cama y yo no esté contigo. Si me extrañas, puedes abrir el cuaderno y leer algo de lo que te he escrito. Todas las fotos allí pegadas son de días distintos, cada foto tiene su historia y en cada hoja escrita te cuento lo que más me ha gustado de esos días contigo. Las demás páginas en blanco son para que tú cuentes lo que quieras sobre nuestra historia de amor.

Me parece algo cursi, pero yo no soy de las personas que rechazan las cursilerías. A mí me gusta que sean atentos conmigo, que de vez en cuando me den una cartita o me recuerden que me aman. No es por inseguridad, es solo por gusto. No tiene nada de malo esperar que tu pareja te ame tanto como tú lo haces.

—¿Y?, ¿te gusta? —me pregunta.

—Me encantan los dos regalos que me has dado, Gastón —le afirmo con una sonrisa mientras él me coloca en el brazo la pulsera que me dio.

Quiero que esta escapada festiva que hemos hecho dure por mucho más que unos simples días. No quiero irme de Nueva York después de año nuevo. Me gusta estar aquí con Gastón, en nuestra ciudad natal. Y no quiero regresar a Los Ángeles, porque eso implica volver a centrar un poco de mi tiempo en la universidad, y ahora solamente quiero entregarle mi tiempo a Gastón.  

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