Cambio

By SirumYem

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Seth McFare y Jenna Kent no se llevan lo que se puede llamar... bien. Pero un buen golpe del destino hará un... More

Cambio
1. Despierta
2. Esa soy yo
3. Qué pesadilla
4. Infierno y Paraíso
5. ¿Me recuerdas?
6. Primer beso
7. Segundo beso.
8. Tercer beso.
9. Cuarto beso
10. Quinto beso
11. El sol detrás de las nubes
12. Noticia de fiesta
13. Cumpleaños de Louis (Tony)
14. Cumpleaños de Louis (Tony) II
15. Cumpleaños de Louis (Tony) III
16. Festival de primavera
17. Walton en El País de las Maravillas
18. Habitación 426
19. Un día con Seth
20. Seth, perdóname
Mini EXTRA
21. Entre confusiones, se levanta el hacha de guerra
22. ¿En qué estabas pensando?
23. ¿Una conexión?
24. La otra mitad del verano
25. La otra mitad del verano ll
26. La otra mitad del verano lll
27. A ti no te voy a soltar
28. Un día especial
29. No era un sueño
30. De dolores y sorpresas
31. Bajo el guindo
32. Escondida
33. Citas, citas everywhere
34. Melisa y el árbol que ardió
35. Veinticuatro horas
36. Lazos rotos
37. Rastro de fuego
38. Extraordinaria velada
39. Primera cita
41. Amor joven
42. No es lo único.
43. No más un secreto
44. ¿Entonces sí me crees?
45. Por verlo
46. La cereza del pastel
47. Un beso tuyo
48. Sorprendente I
49. Sorprendente II
50. Aviones de papel que no vuelan
51. Una araña en el lienzo
52. Peligro
53. Algo superficial
54. Una sílaba
55. Las mejores cosas
56. Primer beso (última parte)
Epílogo: Su palabra
Entrevista a Sirum.
Gabriel responde.
Louis responde
Jamie responde
Greg responde
Liz responde
HOLA DE NUEVO
ANUNCIO
BUENAS BUENAS
FINALMENTE
BUENAS Y MALAS

40. Nuevos clubs, nuevo sentimiento.

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By SirumYem

Sé que quieren empezar a leer cuanto antes, así que seré breve: ¿Por qué SirumYem? Bueno, cuando no sabía qué nombres raros inventar para páginas como WP, puesto que mi nombre está siempre usado, fui a google traductor y traducí "te amo" en diferentes idiomas hasta que alguno me pareciera digno de un nombre. Sirum Yem significa "te amo" en Armenio.

*

Capítulo 40

—Jenna, ¿estás bien? —me preguntó Louis, aparentemente preocupado.

Jadeé buscando aire pero me atraganté y rompí a toser, apoyándome en la mesa y dejando que la mochila resbalara por mi hombro.

Levanté una mano extendida, en señal de que esperara.

—Todos a sus asientos —exclamó el profesor Thorton antes de cerrar la puerta detrás de sí.

Me dejé caer sobre mi asiento y apoyé la cabeza en la mesa.

—Por poco… no… llego —jadeé.

Louis rió como respuesta y se sentó a lado de mí, en su puesto usual.

Acababa de mudarme con Seth, al apartamento a lado del suyo. Justo después de despedir a Tayler en el aeropuerto, mi padre me llevó a donde él, y mientras ambos padres platicaban y tomaban vino en la cocina que pronto yo usaría, Seth me explicó cómo utilizar la lavadora y la secadora. Pero esa mañana, acostumbrada a mi despertador, me levanté realmente tarde: fue Seth quien me despertó con sus golpes en la puerta principal. Logramos cruzar el portal de entrada escolar justo cuando daba el timbre.

—¿Se te hizo tarde? —me preguntó Louis bajito, no queriendo llamar la atención del profesor al inicio de la clase.

Conseguí asentir, más por no quererme llevar una amonestación que por no poder hablar de corrido aún. Louis rió y se concentró en el pizarrón lo que restó de la primera hora.

Con la cabeza aún apoyada en la mesa, me dediqué a observarlo unos segundos. Lucía tranquilo, atento, indemne. Las personas se acercaban a él como era usual, y él los atendía con su habitual amabilidad y consideración, riendo y platicando con todos. Muy pocos sabíamos que para el próximo año no estaría con nosotros, pues él no quería hacerlo público sino hasta la última semana de clases, donde era muy probable que se organizaran para realizarle una fiesta de despedida. Hablaba conmigo como siempre, compartíamos respuestas en la clase de cálculo y nos sonreíamos mutuamente al comprobar que teníamos el mismo resultado. Me seguía consultando cuando tenía una duda, o cuando hacía una observación graciosa sobre el maestro, entonces ambos reíamos y yo me sentía como si deberíamos habernos hecho amigos antes. Compartíamos gustos, preferencias y… estábamos enamorados de la misma persona. 

Jamie no podía cruzar palabra con Seth, no soportaba ver a la persona con quien Louis podría ser feliz, no soportaba ni la idea. Sin embargo, Louis no demostraba resentimiento alguno hacia conmigo, a pesar de ser yo la novia de la persona que él estaba enamorado, con quien, a diferencia del caso de Jamie, Seth demostraba ser feliz. No pude sino aumentar mi admiración hacia mi compañero de banca.

No es que quisiera que me odiara, o me despreciara, ni mucho menos, pero no comprendía del todo cómo podía seguir conviviendo conmigo como si no le doliera. Jamie, por más que quisiera, no se atrevía a ver a Seth, de lo contrario, según él mismo me dijo en una ocasión, no se consideraba lo suficientemente fuerte para enfrentarse a una situación así.

Suspiré.

Cada uno era maduro a su manera, pero admiraba más la sensatez de Louis; no quería que me dejase de hablar por algo así. Aunque, pese a eso, comprendía la decisión de Jamie, y su poca confianza en su débil fuerza de voluntad.

La relación que tuvieron Seth y Jamie era mucho más pequeña, y por lo tanto más frágil, que la que yo había instalado con Louis. Además, no es que a Seth le importase.

No logré que pudiera olvidarle, fueron las palabras de Jamie cuando me confesó sus sentimientos. ¡Pero qué mierda! Cualquier otra persona, o según vi en las actitudes de Lily con sus novios anteriores, habría dicho algo como:

—Es un imbécil, por mí puede irse al infierno, ¡y que le vaya bien!

Pero no, oh no, Jamie se auto culpaba. ¿Era esto falta de autoestima?

Negué con la cabeza.

No, a Jamie si algo le sobraba era autoestima. Entonces… ¿por qué se enojaba consigo mismo?

—Jamie, ¿puedo hacerte una preguntita? —me apresuré hacia él tan pronto lo vi en el descanso. Asintió, algo anonadado por mi repentina aparición—. ¿Desde hace cuánto estás enamorado de tú ya sabes quién?

Mi amigo miró a los lados, verificando que nadie me hubiese escuchado, pero de ser así, yo no usé el nombre de Louis.

—¿Por qué lo preguntas?

—Pues… me entró la duda. ¿Qué, no puedo? —me mostré fingidamente molesta.

—No, no. Claro que sí. Quiero decir —sacudió la cabeza, divertido por la contradicción de palabras—, sí, sí puedes. ¿Pero por qué quieres saber?

—Curiosidad.

—Mmm —pareció pensárselo un poco—, creo que poco después de conocerlo. En primer año. Sí, en primer año, como un mes después de conocernos, me di cuenta de que… ya sabes, me gustaba.

—¿Y ya sabías que eras… ya sabes? —hablé en clave para los curiosos que estuvieran escuchándonos.  

—No hasta entonces —se encogió de hombros, restándole importancia.

Hasta ese momento, no le había preguntado nada sobre su sexualidad, porque nunca se me pasó por la cabeza, pero ahora que tocaba el tema, tenía muchas preguntas.

—¿Cómo lo tomaste? —pregunté mientras caminábamos por los pasillos. Seth se adelantó, pasando por un lado de nosotros, me dio un rápido apretón en la mano y giró en una esquina, en dirección al patio trasero, y supe que me esperaría ahí.

—Pues… no reaccioné como cuando tú te diste cuenta de que estabas enamorada de McFare, sin duda —rió.  

—Oh, qué vergüenza —exclamé, pero no sentía vergüenza, sino una vaga risa tonta en mi interior.

—Fue más natural —prosiguió. Fruncí el ceño sin entender, y él se apresuró a ser más explícito—. Sólo lo acepté. Es raro, ahora que lo pienso —frunció el entrecejo también y rió—, pero así fue. Después de platicar mucho con él un día dije “oh, me gusta”, y ya. Eso fue todo. Como dos meses más tarde… fue algo como “vaya, creo que estoy enamorado”. Y después me di cuenta de que estaba enamorado de un chico.

—¿Es en serio? —pregunté, incrédula—. ¿Primero te enamoraste y después te fijaste en que era un chico?

 —Me crié en un lugar donde me enseñaron palabra por palabra lo que es la equidad de género, Jenna— me explicó—, y tenía sólo cinco años. Y que no importa el género, el sexo, o lo que sea, sino la calidad de persona. Así que no estuve sorprendido, sólo lo acepté… Pero cuando me di cuenta… la sociedad ya tenía una etiqueta para las personas que gustan del mismo sexo.

—No se lo has dicho a tus padres, ¿verdad?

Negó lentamente.

—Pero dices que te lo inculcaron en casa, entonces…

—Lo sé. Es posible que reaccionen igual que yo, tal vez se sorprendan un poco —arrugó la nariz—, pero lo aceptarán. El problema es que quieren que me entregue a mis estudios, por eso no les he dicho nada.

—Ya veo…

—¿Por qué tanta curiosidad, de repente?

Giró la cabeza y me interrogó con la mirada. Me encogí de hombros.

—Sólo estaba pensando y se me ocurrió —me excusé.

—¿Pensando en qué? —sonrió y alzó una ceja.

Como respuesta, le guiñé un ojo.

—Anda, vete ya, tu novio te está esperando —me instó, con una suave palmada en la espalda.

Me alargué para darle un abrazo cariñoso.

—Eres un amor —le dije.

—Lo sé.

Lily platicaba con Seth en una de las bancas junto a las jardineras, le enseñaba algo en el móvil y reían después de que Lily movía los labios. Entrecerré los ojos para agudizar mi vista mientras me acercaba a ellos con el paso cada vez más apresurado, temiendo que no le estuviera enseñando lo que me imaginaba que le estaba enseñando.

—Dime que no son fotos de la secundaria —pedí cuando estuve lo suficientemente cerca para que me escuchasen.

En lugar de responder, Lily giró su móvil hacia mí, donde se apreciaba, en una imagen de mala calidad, una foto de generación. Lily hizo zoom en una chica de catorce años, con una sonrisa de frenillos y el cabello oscuro apenas rozando los hombros, recogido a la perfección en una media cola, enfundada en un uniforme rojo, cuya falda sobrepasaba diez centímetros bajo la rodilla.

—No puede ser —mascullé—. ¡Tenía frenillos!

—Te veías adorable —comentó mi amiga, girando la imagen hacia ella, para asegurar sus palabras.

Miré a Seth, esperando a que dijera algo, pero él me dedicó una sonrisa contenida.

—No puedo superar la falda —dijo, casi riendo.

—Me quedaba grande —me justifiqué, sentándome a un lado de él—. ¿Tú no tienes fotos vergonzosas tuyas de hace tres o cuatro años?

—Sí, pero jamás te las mostraría.

—¡Yo tengo fotos contigo a los ocho años! —recordé, señalándolo con un dedo, antes de empezar a reír—. ¡De verdad que te gustaban los Backstreet Boys!

—Seth, ¿eras un Backstreet Boy? —se sorprendió Lily, y rió conmigo.

—A mis padres les gustaban, no a mí —respondió Seth, tratando de mantener su orgullo. Lo recordaba con esos pantalones flojos de la época, y el estilo de cabello que en ese entonces se usaba en los hombres, el partido justo a la mitad, como libro abierto.

—No te preocupes —le dijo Lily, posando una mano sobre su hombro, reprimiendo la risa—, te entiendo. Mi madre fue una Spice Girl, ¡imagínate! —soltó una carcajada—. ¡Me hacía vestirme como ellas en las fiestas de disfraces!

—¡Es verdad! —solté también una risotada, inclinándome hacia delante para verla a través de Seth—. ¡Y yo siempre te preguntaba dónde estaba tu disfraz!

—Ésta infeliz —le indicó mi amiga a mi novio, señalándome— creía que así me vestía.

Seth se giró para mirarme indiscriminadamente.

—Se enojó varias veces conmigo por eso —le dije a él—, pero así nos hicimos amigas.

—Oh, qué días —suspiró Lily, bloqueando su móvil y dando una palmada en sus piernas con ambas manos—. Bueno —se giró hacia nosotros y nos sonrió antes de ponerse de pie con un gemido de esfuerzo—, ya me voy. Los dejaré solos, tortolitos. ¡No hagan cosas sucias! —exclamó cuando ya se alejaba en dirección al edificio.

—No te veías mal con frenillos —comentó Seth, con una sonrisa tatuada en la cara, después de un rato de silencio.

—Uf, después de eso utilicé un paladar… No podía pronunciar la ese. Hablaba adi. Al menos hasta que me acostumbré.  

—Yo también usé frenillos, pero más pequeño. A los trece los dejé.

—No sabía que los usabas—dije, dejando que el tema volara, y recargando mi cabeza en su hombro. Seth se apoyó en la banca y con una mano en mi cabeza me acercó más a él.

Nos quedamos observando a los chicos que jugaban fútbol a unos metros de distancia, en la cancha de césped, con los pantalones levantados hasta los muslos para evitar ensuciarlos. Algunas chicas estaban reunidas en círculo sobre el mismo césped, cuchicheando entre ellas y dando grititos cuando un chico en la cancha se daba un beso en la mano y levantaba dos dedos al saludarlas. Se escuchaban las voces de quienes andaban cerca, las risas, los pasos, pero aparte de eso, nada. Cerré los ojos y recordé que la primera vez que estuvimos en ese lugar fue cuando Seth me contó que su madre estaba en coma.

—¿Jenna?

Muchas cosas pasaron hasta entonces, y a pesar de que hubo tiempos difíciles, estaba feliz donde me encontraba en ese momento.

—¿Jenna?

—¿Mm?

—No podré regresar hoy contigo, me quedaré en el club.

—¿Natación?

—Sí.

—No te preocupes, yo tampoco.

—¿Por qué? ¿Vas a verme nadar?

—Diablos —susurré, enterrando la nariz en su cuello—. ¿Por qué no se me ocurrió eso antes?

—Ah, ¿no era eso?—rió Seth.

—No —me lamenté—. En realidad, yo también voy a entrar a un club.

—¿Ah sí? —se alejó un poco de mí, para poder verme a la cara.

—Sí, a baloncesto.

Ésta vez, me vio realmente sorprendido.

—¿Y eso? —preguntó sin salir de su asombro.

—Bueno… Yo también quiero hacer algún deporte.

—¿No jugabas béisbol?

—Sí, pero eso fue ya en la secundaria… Me gustaría probar algo diferente. 

 —Sabes que son deportes muy diferentes, ¿verdad? El baloncesto es brusco, ten cuidado.

Lo miré con ternura y emití el sonido que hace la gente cuando ve un cachorrito o un bebé pronunciar sus primeras palabras.

—¿Te estás preocupando por mí?

Me sonrió de nuevo y emitió una pequeña risa. Abrió la boca para decir algo.

—¡McFare!

El susto nos hizo dar una salto a los dos y separarnos de forma automática para voltear hacia atrás.

—¡Joder, Culpepper! —exclamó Seth, pasándose una mano por el cabello.

—Hola, Gabe —le sonreí.

—Lamento interrumpir. De nuevo —Gabriel sonrió de forma maliciosa.

—¿Qué quieres? —preguntó Seth sin un deje de amabilidad en la voz. Por la forma en la que se hablaban, cualquier diría que eran buenos amigos. Y en efecto, así era.

—Necesito hablar contigo —se puso serio—. A solas, si no te importa, Jenna.

Lo miré desde donde estaba, justo cuando pasaba una fresca brisa y hacía bailar los rubios cabellos de nuestro amigo, que nos miraba seriamente con unos fríos ojos verdes. Entendía qué había visto Melisa en él.

—No, claro que no —respondí, poniéndome de pie—. Por cierto, ¿dónde está Melisa?

—En la cafetería, con Lily y Liz.

Asentí con la cabeza y antes de alejarme por completo, les grité, repitiendo las palabras de mi amiga:

—¡No hagan cosas sucias!

Al girarme para ver sus reacciones, Gabriel tenía una ceja levantada y una sonrisa a medias, mientras que Seth mantenía la sonrisa cómplice.

Al terminar la jornada escolar, después de despedirme de todos, fui a los vestuarios para cambiarme a la ropa deportiva y fui hacia el gimnasio. Lily había querido acompañarme en mi primer día de entrenamiento, en parte para reírse de mí, y en otra para… reírse de mí.

Era poco común que entrasen personas a un club a esas alturas del año, pues seguramente se estarían preparando para algún partido, pero no hubo complicaciones para que me dejaran entrar; a decir verdad, me dijeron que necesitaban más jugadoras.

Las chicas entrenaban en el gimnasio, mientras que los que estaban en básquetbol masculino, entrenaban en la cancha, a la luz del día.

—Ella es Jenna Kent, y será una de nosotras lo que resta de la temporada. Chicas… por favor, no sean tan bruscas con ella —. Algunas chicas rieron.

La robusta entrenadora me inspiraba algo de temor, pues sabía que aunque normalmente usaba un tono neutral y calmado, tenía un mordaz y algo cruel sentido del humor, aparte de que era muy estricta y gritaba cual sargento.

Lily me levantaba el dedo gordo para desearme suerte, y algo me decía que la necesitaría.

Como el resto de las chicas, tenía una cola de caballo bien agarrada, me deslicé por la cabeza una diadema deportiva y flexioné sobre los tenis.

—¡Estiren! —gritó la entrenadora y después se dirigió a mí—. Tú, ven aquí.

Le obedecí, y de cerca pude apreciar que además de robusta, estaba musculosa, sus piernas eran enormes, y no lo ocultaba a través de ese pantalón corto holgado. Tenía el cabello teñido de rojo y corto, recogido a la perfección como si una vaca la hubiese dado un lengüetazo hacia atrás.

—¿Estás en buena forma? —me preguntó, con una mano en la cadera.

—Pues practicaba béisbol hace unos años, y a veces lo juego en el parque.

Troncha Toro… Quiero decir, la entrenadora Howits asintió e hizo sonar el silbato.

—¡Diez vueltas a la cancha!

—¡Wooo! —exclamó una chica con el uniforme del equipo de Walton, al tiempo que echaba a correr a los límites de la cancha.

—¡Eso es todo! —gritó otra, con un puño arriba.

—¡Te adoro, Howits!

—¡Deberías amarnos más seguido!

Fruncí el ceño, sin comprender la felicidad de las chicas. Le lancé una interrogativa a Lily, sentada cerca de la entrada, y se encogió de hombros con una mueca. ¿Diez vueltas? ¡La cancha estaba tan jodidamente enorme que se me iban a caer los putos pies!

—Oye… —le llamé a una chica, mientras la alcanzaba y empezábamos a trotar—. ¿Qué es lo que celebran? —señalé con la barbilla a las que trotaban delante de nosotras.

—Siempre nos pone a correr quince vueltas. Hoy tiene piedad porque eres nueva —me explicó—. Me llamo Amelia, por cierto. Jenna, ¿verdad? Me enteré de tu incidente en el almacén. Todas lo hicimos. De hecho, fue a mí a quien Fátima pidió que te hablara.

—¿Oh sí? —hice memoria—. ¿La conoces?

—Sólo de vista —me respondió.

—Tú eres la novia de Seth Andrew McFare, ¿verdad? —me preguntó una de las chicas que había celebrado las “pocas” vueltas que Howits nos puso a recorrer. En la espalda llevaba el número tres, y llevaba una castaña y alta cola de caballo. Aligeró el paso del trote para ponerse a nuestra altura.

—Sí, soy yo —asentí, no sin ruborizarme un poco.

—¡Oh, tú eres la famosa Jenna! —exclamó una chica rubia, uniéndose.

—¡No puede ser! —dijo la número tres.

—¿Habían escuchado hablar de mí? —pregunté, desorientada.

La chica rubia, con el número once en la espalda, rió.

—Eres el fantasma del almacén —dijo Amelia, como si eso lo explicara.

—¡No sólo el fantasma! ¡Eres la novia de Seth! —dijo la rubia, su respiración comenzaba a ser agitada.

—No sabía que Seth fuera tan popular… —mascullé.

—¿Es una broma? —dijo la número tres—. Es el mejor amigo de Louis Yenkeller.

—¿Quién dijo Louis Yenkeller? —se unieron otras chicas.

—Nosotras —respondió la rubia—. Estamos hablando de Seth McFare.

—Tú eres su novia, ¿no? —me preguntó una que llevaba el número cinco.

—Dios míooooooooooo —gritó otra castaña, la número cuatro—. ¿Tú eres esa Jenna?

—¿Esa? —me pregunté a mí misma.

—Sí, es ella.

—¿De qué hablan? —le pregunté a Amelia.

—Esto se va a poner interesante —me respondió ella, sacudiendo la cabeza.

—¡La novia de Andy, eh! —profirió la número cuatro.

Antes de preguntarle a qué se refería con eso, la puerta del gimnasio se abrió casi de golpe y entró, en el uniforme femenino de baloncesto con el número uno en la espalda, Katenka. Lo primero que vio fue a Lily, y le dedicó una mirada de pocos amigos, que le fue correspondida, antes de continuar su camino hacia Troncha… ¡Quiero decir, la entrenadora Howits!

—Tarde, Kozlov —le dijo a la pelirroja, consultando su reloj de muñeca.

Mi corazón comenzó a latir rápidamente por el nerviosismo. No me gustaba nada la personalidad de Kate, era peor que la de Lily y Liz juntas.

—Ya sé, ya sé —contestó ésta, con una liga entre los labios mientras se elaboraba una improvisada cola de caballo con esa mata de cabello.

No debí quedarme tanto tiempo viéndola, pero cuando clavó sus ojos en los míos fue demasiado tarde.

Mierda, mierda, mierda, mierda.

No emitió emoción alguna, me miró hasta que Howits volvió a hacer sonar su silbato.

—¿A qué hora les dije que se detuvieran? —gritó—. ¡Las quiero trotando, al menos que quieran veinte vueltas!  

Todas nos pusimos a trotar de nuevo, pese a no darnos cuenta que en algún momento nos detuvimos. Traté de no hacer contacto visual con Katenka en lo que restó de las vueltas, pero pude sentir su mirada en mí desde atrás, y eso hacía que sudara más de lo que ya hacía.

Para cuando apenas terminamos el calentamiento, yo ya estaba agotada, y me dolían las piernas. Fui hacia Lily, quien me tendió mi botella de agua en cuanto me acerqué.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¿Viste como me miraba? Mierda, me estaba matando.

—¿De qué hablas?

—¡De Katenka!

—Ah… ¿Pelirroja Senos Grandes?

Me le quedé mirando. Recordé entonces que, pese a que Liz y Lily parecían conocer la situación, no me mencionaron nada al respecto, ni siquiera Jamie.

—Sí, ella. Seth ya me habló de ella, puedes dejar de fingir que no sabes de qué hablo —dije antes de llevarme la botella a los labios, evidentemente molesta por su silencio.

—¿Qué? —se vio pasmada.

—¿Por qué no me dijiste nada, Lily? No sólo tú. Tampoco Liz, ni Jamie —le espeté.

—Seth nos pidió que no te dijéramos nada.

—¿Cómo?

—Nos dijo Seth que no quería preocuparte, y que no abriéramos la maldita boca. Hablando de Seth, ¿soy yo o ya no le habla a Jamie?

—No, ya no se hablan.

—¿Por qué?

—Después te cuento —solté, amargamente, antes de devolverle la botella y correr de nuevo hacia la cancha, aún molesta. No le iba a perdonar a ninguno de los tres ese asunto tan fácilmente. Lo olvidé en su momento, puesto que otras cosas llegaron a ocupar mi cabeza, pero ahora estaba enojada.

¿Seth no quería preocuparme? ¿Y de qué mierda me preocuparía? Me disgustaba que Katenka me tuviera como rival cuando ni siquiera lo éramos.

Nos pusimos a hacer pases rápidos, de pecho a pecho, una frente a otra, y para mi desgracia, Kate se puso a lado de mí, obligándome a verla en cada pase. Yo estaba molesta, pero ella se veía tan concentrada que parecía haberme olvidado, y pensé que lo mejor es que fuera así por el resto del año.

Después de algunos ejercicios más, se acercó a mí, y pude notar que muchas chicas se giraban interesadas hacia nosotras. Claramente sabían que a Kate le llamaba la atención mi novio.

—¿Tú eres Jenna, la novata? —su tono fue amable, suave, no distinguí rencor o arrogancia.

—Sí —asentí.

—Tu historia del almacén es una pasada, ¿lo sabías? Además, ¡eres la famosísima novia de McFare!

—¿Famosísima? —fingí ignorancia.

—¡Sí! Todos van por ahí diciendo que son la pareja del año —alardeó, radiante, y me sentí confundida. ¿Quién demonios era ella?

—¿De verdad dicen eso? —esta vez no tuve que fingir.

—¿Ah, no lo sabías? —rió—. Dicen que son pocas las veces que los han visto juntos, pero todos aseguran que son novios. ¿Es verdad?

—Sí, es verdad —respondí, más seca de lo que me propuse.

—Oh, vaya —hizo un gesto dramático con la mano—. Pues para serte franca, yo no me lo creía —su sonrisa se ensanchó—. ¡Madre, que grosera soy! Lo siento, soy Katenka Kozlov. Mi padre es ruso, pero mi madre es inglesa. ¡Estoy en el salón de tu novio, por cierto! Es una persona muy agradable.

¿Agradable? ¿Quién describe a Seth como agradable? No es la primera impresión que él da a una persona.

—Ya —asentí.

—¡Eh, ustedes dos! —nos llamó Howits la atención—. ¡Yo sé que McFare es un carita bonita pero concéntrense en el balón o harán diez vueltas por cada palabra que no callen! ¡Y ustedes qué ven, vamos, vamos, vamos!

—Uy, Howy, ¡vienes muy gritona hoy! —le dijo Katenka.

—Te quiero con los ojos en el balón, Kozlov —le advirtió la entrenadora, con mirada amenazante.

El resto del entrenamiento mantuve mis ojos alejados de Katenka, aunque ella trataba de entablar conversación conmigo, lo cual me confundía. Lily yacía sentada, mirando al vacío, y a veces me dirigía una mirada culpable.

De pronto, me sentí mal por enojarme con ella, pues fue Seth quien les pidió silencio.

Al finalizar, sudaba como jamás recordaba haber hecho en toda mi vida. Tenía sudadas partes que no sabía que se podían sudar. Me acerqué a Lily y ella de inmediato me pasó la toalla que había tenido colgada al hombro todo ese rato y la botella, a medio tomar.

—¿Estás enojada conmigo? —me preguntó lentamente.

La miré a través de la botella.

—No, claro que no, mierda —. De verdad que no estaba enojada—. Pero habría preferido saberlo por ustedes, y no darme cuenta por mí misma.

—¿Te diste cuenta?

—Sí —no entré en detalles—. Seth y yo lo hablamos… Bueno, algo así.

—¿Y bien? ¿Qué te dijo? —preguntó, extendiendo la mano para que la ayudara a ponerse en pie.

—Que algún día se cansaría de él y lo dejaría en paz —repetí las palabras de Seth con cierta vergüenza.

—Yo pienso lo mismo —asintió mi amiga, seriamente—. Seth es muy frío con ella. Ya ves… es así con todos los que apenas conoce. Seth te quiere de verdad, Jenna, no te pongas así.

—Ya —di otro trago para disimular mi bochorno. Por alguna razón, seguía algo molesta.

—Jamás creí que te vería celosa —Lily soltó una risita y yo casi me atraganto con el agua.

—¿Qué dices?

—Nada, nada… celosita.

—¡No estoy celosa! Sólo me molesta que ande de piojosa… No sólo con Seth, sino también conmigo. ¡Oye, no le paraba la boca! Además… no entiendo por qué está tan amable. Da miedo.

—Ajá, claro.

—Vámonos ya, no quiero que nos alcance.

—Cariño, mientras estés conmigo no te va a hablar, créeme. Me llevo fatal con ella.

—Mejor así —suspiré.

La entrenadora me llamó para preguntarme si sería definitivamente mi estadía y yo respondí afirmativamente. Le había dado vueltas a la idea de abandonar, pero no era cobarde, y yo quería baloncesto.

Howits me dio un número –siete– y la instrucción de pasar con unos papeles al aula de maestros el día siguiente, para recoger el uniforme femenino deportivo de Walton.

Al salir me despedí de Amelia y alguna de las demás chicas.

—Jen, yo me voy por este lado —me dijo Lily, señalando hacia el edificio—. ¿Irás con Seth?

—Sí, ya debe estar saliendo del club.

—Vale, tortolitos. Que se la pasen bien. Adieu —se despidió.

El sol no tardaría en comenzar a ponerse, y sin embargo, era una tarde a gusto y fresca.

Caminé en dirección a la piscina, deseando alcanzar a ver a Seth nadar aunque sólo fuera un ratito.

*

Perdonen la tardanza, ya me estoy poniendo al día con Cambio.

Finalmente soy libre! Los examenes semestrales comienzan el lunes, pero puedo dedicarle más tiempo al libro.

Dedicado a _danielasalas, que fue su cumpleaños el 8. Lamento la tardanza, linda:( Creanme que si pudiera etiquetar a mínimo dos, lo haría. Por que etiquetar sólo a una persona es tremendamente injusto.

Así pues, quise actualizarles lo antes posible, ya que mi familia se irá a celebrar el día del padre a la playa, y no quería atrasarme de nuevo.

Muchas gracias por todos sus comentarios y apoyo

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