Cambio

By SirumYem

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Seth McFare y Jenna Kent no se llevan lo que se puede llamar... bien. Pero un buen golpe del destino hará un... More

Cambio
1. Despierta
2. Esa soy yo
3. Qué pesadilla
4. Infierno y Paraíso
5. ¿Me recuerdas?
6. Primer beso
7. Segundo beso.
8. Tercer beso.
9. Cuarto beso
10. Quinto beso
11. El sol detrás de las nubes
12. Noticia de fiesta
13. Cumpleaños de Louis (Tony)
14. Cumpleaños de Louis (Tony) II
15. Cumpleaños de Louis (Tony) III
16. Festival de primavera
17. Walton en El País de las Maravillas
18. Habitación 426
19. Un día con Seth
20. Seth, perdóname
Mini EXTRA
21. Entre confusiones, se levanta el hacha de guerra
22. ¿En qué estabas pensando?
23. ¿Una conexión?
24. La otra mitad del verano
25. La otra mitad del verano ll
26. La otra mitad del verano lll
27. A ti no te voy a soltar
28. Un día especial
30. De dolores y sorpresas
31. Bajo el guindo
32. Escondida
33. Citas, citas everywhere
34. Melisa y el árbol que ardió
35. Veinticuatro horas
36. Lazos rotos
37. Rastro de fuego
38. Extraordinaria velada
39. Primera cita
40. Nuevos clubs, nuevo sentimiento.
41. Amor joven
42. No es lo único.
43. No más un secreto
44. ¿Entonces sí me crees?
45. Por verlo
46. La cereza del pastel
47. Un beso tuyo
48. Sorprendente I
49. Sorprendente II
50. Aviones de papel que no vuelan
51. Una araña en el lienzo
52. Peligro
53. Algo superficial
54. Una sílaba
55. Las mejores cosas
56. Primer beso (última parte)
Epílogo: Su palabra
Entrevista a Sirum.
Gabriel responde.
Louis responde
Jamie responde
Greg responde
Liz responde
HOLA DE NUEVO
ANUNCIO
BUENAS BUENAS
FINALMENTE
BUENAS Y MALAS

29. No era un sueño

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By SirumYem

Hizo bien en no prometer nada. 

Los días pasaron y no volvía, y yo miraba la flor de cristal más tiempo del debido. Sentía que necesitaba verla, como si fuera a desaparecer si le quitaba los ojos de encima solo un segundo.

No le conté a nadie sobre ella, absolutamente a nadie. Tyler entraba a mi cuarto y la veía pero tenía un pepino de idea de lo que significaba, no sabía que eso era lo que había estado dentro de la caja que me dio aquella mañana. Sentía que tal vez estaba siendo egoísta al no decirle a ninguna de mis amigas, o a Jamie, pero simplemente no podía, quería que solo me perteneciera a mí y que nadie más se la comiera con los ojos como lo hacía yo. ¿Y si la rompían? ¿Y si se la querían llevar?

Ni pensarlo. Esa flor de cristal era mía.

Guardé el mensaje con la letra de Seth en un cajón. Para ti, decía. Y como no decía que era para nadie más, seguí las palabras al pie de la letra y no le mostré la flor a nadie más. 

A diario checaba sus redes sociales, pero Seth nunca fue de actualizar todo lo que pensaba o hacía. Aunque sí subía fotos, pero nunca eran de él o lo que hacía en ese momento o con quién o donde estaba.

Maldita sea, a veces deseaba que fuera un chico aburrido que publica todo cuanto le venga en gana.

El primer día de clases, tampoco lo vi. Pero me topé con una gran sorpresa, parecía que estaríamos en el mismo salón. Claro que ver una silla vacía en el asiento de hasta atrás no era reconfortante pero al menos sabía que pronto alguien estaría sentado ahí, y ese alguien sería Seth. Debí haber visto la lista de los salones, debí haber buscado el nombre de Seth, pero eran los maestros los que nos indicaban en qué salón estaríamos. Pero esa silla me daba la certeza de que ahí estaría el bonito trasero de McFare.

Esta vez, Louis estaba también en la misma aula que yo. Jamie, Gabriel, Liz, Lily y Melisa habían sido acomodados en otros dos y Fatima, para mi disgusto, se sentó a un lado de mí. Me saludó felizmente y no le regresé el saludo. Pero fue más por estar preguntándome por Seth que por no ponerle atención. 

Me fijé que ya no usaba lentes, y el cabello le caía libremente por atrás. Ahora estábamos al revés, yo era la de la cola de caballo. 

Le pregunté a Louis si sabía algo sobre Seth, una llamada, un mensaje, pero nada.

-Sé tanto como tú -dijo mientras se encogía de hombros y le gritaban los del club de natación para que fuera con ellos. Se despidió con un gesto de la mano y se fue corriendo tras ellos. 

Jamie y Louis ahora salían, no tenían mucho, apenas una semana. Todo se había complicado cuando llegó la noticia del fallecimiento de la señora Elizabeth, cuando habían estado "reconciliándose" (o algo así) en la terraza de la casa de playa. Ahora que los dos estaban más o menos recuperados de tanta conmoción, tuvieron el valor de salir. Pero últimamente había tensión ante las palabras: díselo a tus padres.

Tanto los de Jamie como los de Louis. Los dos estaban nerviosos, y tenían miedo, podía notarlo, pero sabían que si querían avanzar, debían dar ese paso. 

Estaba feliz por ellos, de veras. Muy feliz. Tanto que cuando llegó Jamie a abrazarme y darme vueltas en el aire, yo estaba un poco ocupada revisando los mensajes en mi celular. Intenté despejarme y quitarme a Seth de la cabeza para felicitarlo y darle mi apoyo y quitarle la bolsita de gomitas que había sacado de mi bolsillo al levantarme en el aire.

Mientras observaba, junto a un dormido Jamie tirado a mi lado, sentada en el suelo a unos metros de la piscina, a Louis nadando un poco y desaciéndose de todo ese estrés que había acumulado, pensé en qué estaría haciendo Seth, si estaría pensando en mí (oh, por supuesto que lo hacía), qué tal le estaba yendo, cuándo planeaba volver. ¿Por qué no mandaba signos de vida?

¿Le habría pasado algo? 

La idea me aterrorizó.

No, claro que no, Jenna, no seas ridícula. No le puede pasar nada. A Seth no le puede pasar nada. Es Seth. 

Pero sí que podía. Y con esa idea metida en la cabeza, no podía permanecer tranquila, imaginándome todo tipo de cosas que le pueden pasar a alguien cruzando la calle, siendo asaltado, en carretera, debajo de un estante de libros. Oh, ¿por qué seguía pensando en esas barbaridades? 

-Jamie -lo desperté tocando su brazo. Hizo un sonido gutural a modo de respuesta de que me escuchaba. -¿Crees que Seth regrese pronto? 

Cuando escuchó el nombre de Seth, abrió los ojos y buscó los míos, angustiados y preocupados. Me miró, descifrando lo que estaba sintiendo; un vacío en mi pecho que se llenaba cuando Seth estaba cerca de mí. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser tan cruel y dejarme aquí? Sabía que no estaba sola, tenía gente maravillosa a mi lado, pero era como me sentía. Ni si quiera recordaba cómo había vivido antes de reconocer a Seth. ¿Cómo dormía tranquila sin dar millones de vueltas en la cama con imágenes de él en mi cabeza? ¿Cómo siempre ponía atención en clases? ¿Cómo comía y reía con mis amigas sin él? ¿Cómo me divertía sin él? ¿Cómo discutía con Tyler si ahora Seth era el tema de discusión? ¿Cómo había podido vivir sin él?

Qué vida tan lejana se veía sentada desde aquí antes de conocer a Seth. Y ahora, había vuelto todo como antes, omitiendo que ahora conocía a Louis (ahora uno de los chicos más populares de la escuela), a Jamie, Gabriel y Liz... Y que Seth bailaba en mi cabeza todo el tiempo.

Mierda, me sentía mal. No había día que me despertara sintiéndome mal. Quería a Seth de vuelta, quería verlo, tocarlo, perderme en sus ojos, sentir la proximidad de sus labios a centímetros de los míos y esa frustración de no podernos besar. Porque tenerlo a milímetros era mejor que tenerlo a kilómetros.

-No lo sé, Jenna -me respondió Jamie después de un silencio prolongado. Me miró, disculpándose; pero Jamie no tenía culpa de no saberlo, nadie lo sabía. Era culpa de Seth y cuando regresara, le daría un madrazo antes de abrazarlo. Jamie se incorporó y apoyó los brazos en las rodillas.

¿Qué estaría haciendo Seth en ese momento? 

-¿Crees que se tarde más?

¿Estaría pensando en mí?

-No puedo saberlo, Jenna.

¿Estaba tan ansioso como yo de volvernos a ver?

-¿Y si voy a Londres?

¿Qué es tan importante que tuvo que irse?

-No creo que sea bueno en la primera semana de clases. Además, ¿a qué?

¿Por qué no llamaba?

-A buscarlo.

¿Le habría pasado algo? 

-Volverá, Jenna.

¿En dónde estás, Seth?

-Pero quiero verlo.

Quiero estar contigo.

-Lo verás, cuando vuelva.

¿No entiendes que me haces falta?

-¿Qué harías tu si Louis se fuera y no te diera señales de vida?

Necesito perderme en tus ojos para sentirme completa.

-Lo esperaría.

Quería irme a Londres, quería ir a buscarlo. Pero además de que cuando se lo comenté a Tyler, me dio un coscorrón en la cabeza, sabía que debía ser paciente. Jamie tenía razón, no podía ir y plantarme en medio de lo que tenía que hacer.  Debía esperarlo, era lo que Seth esperaba que hiciera, era lo que quería, y no tenía más opción que hacerlo. 

Al día siguiente, alguien se sentó donde la silla vacía, un chico que quería platicar con su amigo, y se quedó allí aun después de que diera el timbre. Fatima llegó y me miró, yo esquivé la mirada y miré la ventana, una refrescante y calurosa mañana del otro lado de ella. Se dio cuenta que no quería tenerla a un lado de mi y se sentó a un lado de una de las chicas que había visto con ella la primera vez que la vi.

La silla un lado de mi quedó vacía. Louis se sentaba al otro lado de mí, y también miró la silla. Nuestras miradas se encontraron y se encogió de hombros con una mueca torcida. Me preparé para tener la silla vacía a un lado de mi por el resto del día, con el presentimieto de que Seth llegaría en cualquier momento para llenarla y dedicarme una de sus incrédulas miradas.

El profesor llegó y antes de indicarnos en qué página abrir el libro, alguien tocó la puerta y el prfesor Gowbell fue a abrir. No vi quién estaba detrás de ésta pero el pecho me palpitaba fuertemente al pensar en Seth. Era él. Finalmente. 

Pero era la voz de una mujer la que escuché. 

Pero después, la mujer se despidió y el profesor dijo:

-Pasa, hijo. 

La cara se me iluminó y volteé a ver a Louis como diciendo es él, es él, es él. 

El chico avanzó y se plantó frente a la clase. Y el mundo se me vino abajo en tres segundos y mi corazón palpitó lento, amenazando con detenerse en cualquier momento. Esos ojos no eran marrones, eran azules, los más azules que jamás vi en toda mi vida.

El chico se paró a un lado del maestro y nos miró a todos. Cuando su mirada se posó sobre el asiento libre supe que Seth jamás se sentaría ahí y una infinita tristeza me invadió, dejándome con la boca seca.

Su piel era muy blanca, su corto cabello oscuro peinado un poco hacia arriba, dejando ver su frente, su boca se curvaba un poco en una sonrisa tímida, y sus ojos eran totalmente azules, no como el mar, sino como el cielo de esa mañana.

-Muchachos, él es Gregory Knight, y estará trabajando con nosotros a partir de hoy. ¿Vienes de América, hijo?

El chico asintió.

-Sí, señor. De Estados Unidos- sintió. 

-¿Y qué te parece Inglaterra? -preguntó Gowbell.

-Hasta ahora bien, trato de adaptarme al acento. 

Algunos rieron

-Bueno, señor Knight de Estados Unidos, por favor tome asiento, estoy a punto de comenzar la clase.

Volvieron a reír y Gregory, con una sonrisa, se dirigió a la silla vacía que estaba a un lado de mí y maldije todo cuanto podía maldecir, todas las groserias e insultos que se me ocurrieron, desde las más absurdas e insignificantes hasta las que no podía decir. Pero como la chica educada que era, le sonreí mientras se sentaba a un lado de mí. 

Louis también se veía un poco decepcionado, y luché contra mis lágrimas unos segundos. Maldita sea, necesitaba a Seth como Voldemort una nariz.

-Hola -me saludó con timidez, inclinándose un poco para que el profesor no escuchara. Me aterró la idea de que tendría que lidiar con la tristeza de no estar sentada a un lado de Seth por todo el año siguiente.

-Hola -le dije, y miré adelante, dispuesta a poner atención a cada cosa que dijera Gowbell. 

A la última clase, la señorita Shaila me pidió que llevara unos libros al aula del profesor Ulrik. Salí con el montón de libros apilados, amenazando con hacer que mis hombros se safaran de sus respectivos lugares. 

Gregory salió después de mí y me vio y corrió a un lado de mí.

-Oye, ¿necesitas que cargue eso por ti? -me preguntó.

-No, gracias. Tengo que llevarlos con Ulrik -respondí inclinando la cabeza a un lado encima de la pila de libros para ver por dónde pisaba.

-¿Segura? Eso se ve un poco pesado. ¿Quién es Ulrik?

Reí.

-Por eso yo los llevaré, pero gracias, qué amable -bajé las escaleras con cuidado. 

-Insisto, déjame ayudarte -dijo y bajó las escaleras más rápido para quedar frente a mí, obligándome a detenerme. Tomó la mitad de la pila y se los cargó. -¿Ves? La mitad, para que me muestres dónde es- sonrió. Lo miré ceñuda y me reí. 

-Está bien, gracias. 

Bajamos hasta la última planta.

-Por cierto, ¿de qué parte de Estados Unidos vienes? -le pregunté para romper el hielo.

-Oh, de Nueva Jersey. Es un lugar muy tranquilo, aunque de vez en cuando me escapaba a Nueva York. 

-Nueva York, eh. Debe ser muy bonito. 

Arrugó la nariz.

-Bonito es Londres, las calles newyorkinas huelen mal, y las salchichas saben horrible y el ruido nunca te deja descansar.

-Sí, pero eso es lo de menos. Todo debe ser muy fascinante. ¿Quién duerme en esa ciudad? Nadie -miré por la ventana, pensando en Seth.

-Bueno, eso es cierto -rió Gregory. Llegamos con el profesor Ulrik y le dejamos los libros, nos lo agradeció y salimos, de vuelta al salón por nuestras cosas e irnos a casa. Lily y Melisa me habían ofrecido salir a comer, pero estaba ansiosa por llegar a ver la flor de cristal puesta con cuidado sobre mi escritorio.

-Por cierto, ¿cómo te llamas?

-¿Eh? -pregunté perdida, parpadeando y adaptando mi vista a la realidad. 

-Que cómo te llamas -rió y fijó sus ojos azules en los míos. -No me lo has dicho. Supongo que, ya que somos compañeros de banca, debemos al menos saber nuestros nombres, ¿no? Y tú ya te sabes el mío -se encogió de hombros, como queriendo darle menos importancia.

-Me llamo Jenna. Jenna Kent -le extendí la mano.

-Gregory, aunque ya lo sabes -estrechó su mano con la mía, sonriendo. -Gregory Knight. Pero puedes llamarme Greg. Así me dice mundo y medio.

-Mucho gusto, Greg. 

-¿Quieres pasarme tu número de celular?

-Oh, claro -deshicimos nuestras manos y sacó su celuar del bolsillo del pantalón. Seth siempre cargaba con él, adonde fuera que fuese. Le dicté mi número y lo anotó, y me dijo el suyo, le dije que me lo aprendería pero mi mente estaba en otra parte y me disculpé mentalmente.

Me fui, negando la propuesta de Lily y Melisa, directo a casa. Llegué corriendo a checar un correo o mensaje de Seth a la computadora mientras mi papá me gritaba que bajara a comer. Nada. No había nada, no había señales de vida; y tenía que admitir, me daba miedo. Me daba miedo, maldita sea, tenía miedo de que algo pudiese haberle pasado. 

No quería interrumpirlo, quería darle su espacio, pero mis nervios podían conmigo. Después de comer, me concentré en hacer los deberes. Apagué y alejé todo objeto y aparto electrónico -y qué gran esfuerzo me costó -quité música y me concentré como nunca, repasando cosas que incluso no debían ser repasadas.

Dejé mi celular prendido por si acaso, y lo miraba de vez en cuando, como si mis ojos fueran a hacer que por arte de magia éste comenzara a timbrar y fuese una llamada de Seth. Me sentía como esas veces que abro el refrigerador a lo largo de la tarde una y otra, y otra, y otra vez como si abrirlo una hora más tarde fuese a hacer que apareciera comida nueva.

Pero el condenado celular permanecía quieto, callado, malditamente enfermo de tanto silencio. 

Mierda. 

Necesitaba salir de ahí. Dejé todo en su sitio, sin guardar nada, y salí aunque ya estuviera oscureciendo. Dije que saldría a dar una vuelta, no tardaría ni veinte minutos, pero ellos no sabían que no llevaba ni mi móvil o reloj como para ser conciente del tiempo. 

Me sentía ansiosa, demasiado, quería gritarle a la madre de Seth y preguntarle dónde estaba, pedirle que lo cuidara desde allí y, de paso, pedirle a mi madre que me abrazara en esos momentos. 

De haber tenido una madre, me abría acurrucado en sus brazos y le habría preguntado cómo afrontar esta situación. No tenía la confianza suficiente ni en mi padre ni en Tyler para preguntarles esto sin que salieran castigándome o prohibiéndome volver a ver a Seth. 

El día siguiente, en educación física, me caí. Sí, bueno, fue gracioso, mundo y medio se rió, y también pillé al entrenador tratanto de aguantar la risa. Me dio bastante verguenza haberme caido los primeros días de clase, ante mis nuevos compañeros y aun más, frente a Louis. 

Éste me ofreció la mano como aquella primera vez cuando yo estaba en el cuerpo de Seth, solo que este momento ahora carecía de magia. Ya no me sonrojaba estando cerca de él; ahora él tenía una persona la cual querer hasta romperse los labios, y yo otra hasta que me diera la diabetes. 

Este chico... ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Greg, quiso juntarse con nosotros al menos un día y ver qué tal eran las personas de nuestro círculo. Todos éramos personas diferentes y curiosas a nuestra manera, pero ésto no lo detuvo, además de que Louis -como siempre- era amable con él -¿y con quién no?-

Fue cuando Melisa se tropezó con el pie de Greg cuando me di cuenta de algo. Debido a mi estado ido, en las nubes preguntándome por el regreso de Seth, no me había dado cuenta de esto. 

Greg estaba sentado, con los dos pies estirados, y Melisa, distraída por venir platicando con Liz, se tropezó con uno de sus pies y cayó. No cayó totalmente, no, sino que tropezó. Gabriel había estado sentado justo adelante y Melisa se recargó en el respaldo de la silla de éste para no caerle encima y los dos quedaron en una posición un poco prometedora, pues Melisa había quedado inclinada de frente a él, y Gabriel, sorprendido, la miraba con la cabeza alzada, los pocos centímetros que faltaban para que sus frentes se hubieran dado un buen golpe.

Para mi consternación, Melisa se sonrojó. 

Carajo. 

Gabriel permaneció inmóvil e inmutado. 

-Lo siento -tartamudeó Melisa, quitándose de golpe y alisándose la falda. -Compermiso. Liz, ¿podrías venir? -y Liz salió detrás de ella pisándole los talones. Parpadeé y miré a Lily, que me miró sonriente. 

-Aquí me huele a algo -canturreó mientras se metía un pedazo de torta a la boca. Jamie carraspeó, incómodo y se acomodó en su silla. Greg se limitó a vernos a todos y cada uno, confuso. Louis se rascó el cuello.

-Tal vez sean mis pies -contestó Gabriel, dándole un sorbo a su té frío. Yo lo miré, indignada, sin poder creer que dijera eso. 

-¿Cómo puedes decir eso? -Lily negó con la cabeza y se puso de pie, para después seguir la dirección a donde habían ido Liz y Melisa antes. Miré a los chicos, incómodos y confusos. Me reí por lo bajo y puse los ojos en blanco. 

-¿He dicho algo malo? -preguntó Gabriel, temiendo que la respuesta fuera afirmativa. Negué divertida con la cabeza y la anterré en mis brazos. 

¿Cómo no me había dado cuenta antes? Melisa, Gabriel. ¡Claro, aquel día en el carnaval! Melisa nunca se había molestado en decirme quién era a quien ella... Nadie parecía saberlo. Bueno, ya no, ya lo sabíamos casi todos -y con casi me refiero a todos excepto Gabriel -. 

Qué estúpida había sido. No me di cuenta por estar pensando en Seth y mis egoístas y malcriados sentimientos. ¿Cómo podía hacerme llamar amiga? Debían quemarme junto con el juicio de brujas de Salem.

Y ahora, débil mentalmente y sin fuerzas ni ánimo para ir tras mi amiga, me quedaba ahí, hechada con la cabeza escondida cual avestrúz, esperando una sola cosa. 

En ese momento de silencio en la mesa, aprendí una cosa, estar enamorada te hace egoísta. Oh, y qué egoísta. En mi cabeza, versos poéticos me riñaban de lo malcriada que estaba siendo de una manera suave, sin tratar de hacerme sentir peor por poner más atención a la persona por la cual estaba enamorada que a mi amiga. Ni tampoco importarme la incomodidad de Greg ante esa situación; él no conocía a Gabriel ni a Jamie muy bien, y Louis no parecía estar dispuesto a hablar. Al igual que yo. 

 -¿Irás directo a casa? -me preguntó Greg cuando dieron el timbre del final de las clases. Estabamos recogiendo nuestras cosas. Miré a Louis, y éste me devolvió la mirada, sin saber de qué hablábamos.

-Sí. ¿Tú? -le pregunté por mera cortesía. 

-No, pasaré antes a comprar un helado. ¿Quieres venir? -se colgó la mochila al hombro y esperó mi respuesta. Dubité mirando el reloj colgado arriba del pizarrón. Por alguna razón, últimamente me giraba mucho a ver el reloj, como si Seth fuese a llegar en una hora determinada, o se le hiciera tarde a una cita.

-Tengo un poco de prisa, pero gracias -me encogí de hombros en son de disculpa.

-Será para la próxima, ¡adiós! -y se despidió con un gesto de la mano antes de salir del aula con la mochila al hombro. Miré a Louis. 

-¿Qué? -le pregunté con suavidad, sintiendo que quería decirme algo. Había sentido sus ojos en mi nuca mientras hablaba con Greg.

-¿Quieres ir a dar un paseo? -me preguntó, sabiendo que no tenía ninguna prisa y que sólo había dicho aquello para zafarme.

-¿No tienes que ir con Jamie? -traté también de zafarme de Louis; él lo supo.

-Le mandé un mensaje diciendo que saldríamos a dar un paseo -me sonrió inocentemente. Me reí y bajé la mirada a mi mochila.

-¿Me dirás alguna noticia de Seth? 

-Si quieres saberlo, tendrás que acompañarme. 

-Es un día bonito, ¿no? -dijo Louis mientras alzaba la cabeza y miraba el cielo.

-Claro, si te gustan los días nublados -ironicé e hice lo mismo, escrutando el cielo gris y sin sol. Me sentía como ese cielo en ese momento, sin emoción, sin brillo, tapando la luz. 

-Me gustan -respondió Louis. -Y mucho. Para mí estos días son más hermosos, sensibilizan a las personas, las ponen felices porque no hace calor. Estos son mis días favoritos del año, sin duda. Porque sé que va a llover, y no hay nada más tranquilizante que la lluvia, ¿no crees? -me volteó a ver, con los ojos encendidos. 

-S-sí, supongo -tartamudeé, hipnotizada por el bello verde de sus ojos. Louis jamás dejaría de cautivarme. -Tienes razón -pateé una lata que se cruzó en mi camino, ahora más segura de lo que decía. -Son más bonitos.

-Así es -Louis metió ambas manos en los bolsillos de los pantalones. Llegamos al parque trasero del Hospital de la Universidad, chiquito pero bonito, diseñado especialmente para la relajación de los hospedantes. Pasaban algunos enfermos en silla de ruedas acompañados por sus respectivas enfermeras. 

Caminamos un rato en silencio, y percaté que ese era el hospital donde había permanecido cuando me lastimé el pie al caer del árbol de Guindo santo, donde Seth había estado conmigo todos y cada día, convirtiéndose en rutina ir a visitarme durante un mes. 

¿Cuanto tiempo había pasado desde eso? Yo cumpliría diescisiete dentro de unas pocas semanas, así que en ese verano se cumplían nueve años. Pero parecía que habían transcurrido sólo meses, exactamente el número de meses que Seth y yo llevábamos de reencuentro: cuatro.  Sólo cuatro meses. Ave María purísima, sólo cuatro meses. Eso es relativamente poco. ¿Cómo habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo? ¿Cómo es que mi mundo se puso pies de cabeza en cuatro meses? Recuerdo que mi madre decía que nada en este mundo es una coincidencia, todo tiene un por qué y en ese momento quise preguntarle el por qué de todo esto. Y no sólo esto, sino también por qué Seth se tardaba tanto. Sabía que tenía cosas que saber, personas que ver, asuntos que atender; sabía que estaba siendo egoísta al querer que regresara sólo para volver a verlo y sentirlo cerca y sentirme yo completa.

Una gota que cayó en la punta de mi nariz interrumpió mis pensamientos, haciéndome regresar a la realidad y enfocar la vista donde la había perdido. Me giré para ver a Louis y me di cuenta que ya no estaba a mi lado. 

Mierda, lo había perdido

Lo busqué con la mirada por el jardín, por los árboles, cruzando la calle, pero no lo encontré. Maldito ninja, ni si quiera lo había sentido cuando se alejó de mí, ¿cómo no me di cuenta? Otra gota en la mejilla me obligó a alzar la mirada, ver el cielo gris, otra gota me cayó en la frente. Y unas cuantas más, y empezó a llover. Las enfermeras llevaron a sus pacientes adentro del edificio, pero yo no tenía dónde refugiarme. Al menos, claro, que también quisiera entrar, pero descarté la idea casi de inmediato, dándole prioridad a Louis. Me plantié llamarle por teléfono, pero yo ya estaba empapada y tanta agua echaría a perder mi móvil. Maldije por dentro y me dispuse ir a casa y llamar a Louis después.

Pero justo cuando me di la vuelta para regresar por donde había llegado, vi una figura. Empapada, también, pero a esas alturas poco importaba cuán húmedas estuvieran nuestras ropas. Me quedé de piedra, congelada, paralizada, inmóvil, con los ojos y la boca bien abiertos, sorprendida. La persona dio unos pasos hacia mí. Estábamos a cuatro metros de distancia, pero podía ver cada rasgo perfectamente. 

Dió un paso más y la distancia entre nosotros se acortó. Quise pelliscarme. Si esto era un sueño, no quería despertar nunca. Era tan surreal, tan fantástico, tan maravilloso. La felicidad acumulada en mi pecho era tanta que ni siquiera podía sonreír. No quise parpadear, sentía que si lo hacía, todo desaparecería. Pero mi corazón desenfrenado y sus oscuros y profundos ojos me dijeron que esto no era un sueño.

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