85. ¿Quién es el rey Diaval? (2)

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La forma prolija del jardín permite que ambos podamos ocultarnos detrás de los arbustos y sentados sobre el césped me da tiempo para hacer la pregunta importante – ¿qué estás haciendo aquí?

– Vivo cerca, pensé que lo sabías y que por eso te habías mudado, ¿no me estabas siguiendo?

¿Cómo podría?

– De ninguna manera, no sabía en dónde vivías.

– ¿Estás segura?, tal vez te enamoraste de mí.

Se ganó un tiró de oreja, los niños deben madurar en algún momento – es una coincidencia, y si vives en la frontera, ¿qué hacías en la capital?

– Es un secreto.

– ¿Vives con tu familia?, tienes que responder y no puedes decir que es un secreto.

– Es una larga historia – sonríe – en realidad no vivo con mis padres, ellos murieron cuando era un niño y ahora estoy a cargo del negocio de la familia.

¡Oh!

– Lo siento.

Se encoge de hombros – fue hace mucho tiempo, estoy bien – toma la trenza que baja por mi hombro y entrelaza mi cabello con los dedos – no te lamentes, hay muchas personas en mi casa, a veces me gustaría que fueran menos, sería más fácil escapar por la ventana del baño.

Me es fácil imaginarlo.

La peluca que está usando hace que su cabello se vea castaño claro – me gusta más la peluca negra – sus manos se detienen – aunque prefiero tu color natural, el negro resalta tus cejas que son más oscuras.

– A mí me gusta más tu cabello suelto.

– Se alborota mucho y se riza con la humedad, se ve terrible, por eso lo trenzan.

– ¿De verdad? – entrecierra los ojos.

- No te lo imagines – sujeto mi cabello y él se ríe, odio cuando se burla de mí.

- Hagamos esto, yo traeré la peluca negra y tú dejarás tu cabello suelto, ¿qué dices?

Es un trato muy injusto – puedo dejarlo suelto un poco, pero voy a arreglarlo como yo quiera.

Se encoge de hombros, su ropa no es muy abrigadora, sostengo su mejilla para asegurarme de que su temperatura es la correcta, no ha dormido bien en estos días, está muy cansado, cualquiera que sea ese negocio familiar lo tiene trabajando hasta muy tarde y bajo un fuerte estrés – ahora que somos vecinos sí necesitas algo no dudes en buscarme.

Él sonríe – tu ventana.

– ¿Qué?

– Si quieres que te busque, tienes que dejar tu ventana abierta.

– No sabes que irrumpir en la habitación de una mujer casada se considera una ofensa contra la sagrada institución del matrimonio.

– Eso depende de lo que haré después de atravesar la ventana, a menos, que hayas tenido en mente aprovecharte de mí.

¿Eh?

– Yo no dije eso.

– Pero lo pensaste.

– Por supuesto que no – por la diosa, juro que si no tuviera una peluca tiraría de su cabello, me hace sentir muy molesta, mi matrimonio podrá ser un infierno, pero soy una mujer decente.

Su sonrisa es muy cálida, hace que sea difícil seguir enojada.

– Solo bromeaba, la próxima vez no lo niegues con tanto ahínco.

La petición de la mujer malvadaWhere stories live. Discover now