47. Mujer malvada (2)

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Tomará un par de días más para que el jardín recupere su gloria pasada, las rosas cortadas dejaron un agujero tan grande, que sin importar cuántas veces mire, siento que falta algo.

Le falta color, brillo.

Podría ser problema mío, o tal vez es por el día nublado que deja el jardín sumido en las sombras, siento que estoy mirando a través de un cristal azul.

– Señora, le traje un poco de té.

El General fue frío hasta el final, el golpe en mi estómago fue porque pensó que yo había planeado dormir con él para quedar embarazada y se aseguró de que tal cosa no sucediera, después le regresó su trabajo al personal que yo ya había despedido y se fue.

No había tal embarazo, pero estoy segura que algo dentro de mí murió por sus golpes.

La mansión se llenó de ruido, todos los días hay peleas, Ágata tiene que gritarles a las empleadas para que hagan algo tan simple como limpiar o llevar la comida, sir Evans a menudo tiene que sacar su espada, eso funciona algunas veces, pero no podemos vigilarlos por siempre, no tenemos tantos pares de ojos.

La comida ha estado desapareciendo y cuando algo se rompe los empleados culpan a las tres mujeres que yo contraté.

El General me trajo tantos empleados, pero no aumentó el dinero que recibo, ahora todas las ganancias de la florería son consumidas para pagar salarios de personas que no me obedecen y que murmuran en un tono completamente audible cada vez que me ven.

– Señora, le sentará bien.

– No tengo hambre.

– Señora, tiene que comer algo.

Pensé que podría hacerlo, luchar por mi cuenta, pararme frente a las personas que me han lastimado y demostrarles que tengo el mismo derecho a vivir que ellos, ni siquiera pensé en lastimarlos o vengarme, todo lo que quería era tener una vida tranquila.

Y ni siquiera eso puedo tener.

Ruido de vidrios quebrándose.

Esto ocurre a menudo, cuando Ágata se descuida o está conmigo, los floreros aparecen rotos, piedras se estrellan contra las ventanas, los platos caen de la mesa o simplemente desaparecen objetos, los sirvientes fingen no haber visto algo, y si Lionel intenta confiscar sus salarios, las sirvientas van a llorar a la casa de la señora Sigfred y ella les aumenta el salario, es fácil hacerlo cuando se trata del dinero que me corresponde.

He recibido tantas amenazas, cada vez que digo o hago algo, las sirvientas esperan que yo las golpee con una gran sonrisa recordándome que el único final será un salario más alto para ellas, tengo que quedarme callada y ellas se alejan riendo.

El General los protege y yo no puedo proteger a quienes me sirven, ya sea tirando al lodo la ropa que Maurice lava, vertiendo sal en la comida que Casandra prepara, haciendo que Susana tropiece o amenazando a Evans y a Lionel con acusarlos de violación si tocan a una sola de las empleadas.

No puedo protegerlos.

– Señora.

Las tres empleadas que Ágata contrató han sido muy amables al quedarse pese a lo que han sufrido.

– ¿Qué sucede?

Susana me mira y se muerde el labio – en la entrada hay varios hombres, les dije que no pueden entrar y Sir Evans trató de detenerlos, pero tienen una hoja firmada por el General y vienen con las autoridades, si no los dejamos pasar

– ¿Qué clase de hombres?

– Dicen que vienen a hacer reparaciones.

¡Reparaciones!, tengo un mal presentimiento.

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora