64. Maldición (2)

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Sigo pensando en lo que pasó con el Duque Daigo, recargada sobre el sillón junto a la caja de Marcela y viéndola dormida me pregunto qué hizo para ganarse una maldición de la Santa.

Antes pensé que podría tratarse del padre de Isabela, tendría sentido para mí que mi abuela lo maldijera por abandonar a su hija, pero no tiene sentido cuando pienso en sus edades, mi tía tenía diecisiete y el Duque debió tener cuarenta, es una diferencia demasiado grande, además, Isabela no se parece ni siquiera un poco.

No.

El linaje de sanación es fuerte en mi familia, no importa de qué color sea el cabello del cónyuge, la Santa nacerá con el cabello rojo y los ojos almendrados. El aspecto físico del Duque no es referencia.

Estoy dejando volar mi imaginación, se trata del hermano mayor del rey, si fuera él no permitiría que un Conde adoptara a su hija, la habría convertido en una princesa y no puede ser que no lo sepa, hasta el hombre más obtuso sospecharía sí una mujer con la que durmió repentinamente está embarazada.

Tal vez en aquel entonces estaba casado con la mujer de la que me habló y no quería dañar su matrimonio, pero si ese fuera el caso, por lo menos debería estar cerca de su hija.

Estoy buscándole un razonamiento a mis ideas erróneas.

Viví en la misma casa que Isabela por dieciocho años, escuché de los nobles que la visitaban y de aquellos con quienes intercambiaban cartas, si su padre la hubiera contactado yo lo sabría.

Estoy dejando volar mi imaginación.

¿Cierto?

*****

La puerta es azotada, el General entra ignorando que tenemos un acuerdo y se sienta en el mismo sillón de siempre, pareciera que ese ya es su lugar

En mi habitación

Este es literalmente el peor momento para verlo o escuchar sus aburridas acusaciones – lo que quiera decir, dígalo pronto, estoy muy ocupada.

– Supe que te reuniste con el Duque Daigo, debió ser una conversación muy fructífera.

Alzo una ceja, ¿de qué me está acusando ahora?

– A partir de ahora cenaremos juntos cada noche.

¿Por qué?

– Y compra un vestido nuevo, irás al palacio en cuatro días – lo dice antes de levantarse de mi sillón.

– ¿Qué fue lo que hice ahora?

Se ríe de forma burlona con las manos en los bolsillos – tú dímelo, ambas fueron peticiones del Duque, intenté negociar con él, es por eso que solo cenaremos en la misma habitación, no es necesario que hablemos.

El Duque piensa que va a arreglar mi matrimonio, pero lo que hace solo lo empeora.

– Vas a decirme que no fue tu idea.

– Sí dijera que no, ¿serviría de algo?

Soy tan infeliz como él por esta situación y ya no estoy interesada en aclarar malentendidos, es una pérdida de mi valioso tiempo, ¡qué piense lo que quiera! – nuestra visita al palacio, ¿puedo saber a qué se debe?, por lo menos quisiera vestirme de acuerdo a la ocasión, odiaría llevar el vestido para un bautizo y descubrir que hay un funeral.

Él siempre hace esto, me acusa, me grita y se va sin darme una sola explicación, asume que todo lo sé, porque todo es mi culpa y yo tengo que enterarme por otras personas.

Mendigar por información es muy vergonzoso.

– La iglesia mostrará una nueva estatua en los jardines públicos del castillo, una estatua de las tres hijas de la diosa, lo sabes perfectamente bien.

– ¿Y cómo podría saberlo?

– Tu madre es la supervisora.

Todas las cartas que mi madre envió, tal vez debí leerlas antes de quemarlas.

Se aparta – lo que estés pensando sobre el Duque Daigo, será mejor que lo olvides, no es alguien a quien puedas seducir.

Esta vez soy yo quien sonríe – General, no pensé que me considerara tan hermosa como para atraer la atención de un miembro de la familia real, me hace sentir muy feliz – sonrío de forma desdeñosa.

Azota la puerta con fuerza, casi me hace ir a revisar en caso de que hubiera roto la manija. Ágata entra para verme, en su expresión puedo ver que siente alivio de no encontrarme en el suelo.

– Voy a necesitar un nuevo vestido.

Históricamente la iglesia devela estatuas en momentos de crisis, es su forma de mostrarle a la diosa su devoción y pedir por su protección, en esta ocasión debe ser por el desastre del agua bendita.

Siendo un evento de la iglesia mi familia estará ahí, e Isabela.

– Un vestido diferente.

– ¿Qué tiene en mente señora?

Los colores de Isabela siempre han sido los mismos una y otra vez, el rosa y el blanco, los ha usado en tantas combinaciones y niveles de saturación que bien podría verlos en mis pesadillas.

– Un vestido rojo, con bordados negros y también me gustaría maquillarme, es decir, ¿de casualidad sabes maquillar?

– Soy muy buena.

– Un maquillaje no muy sencillo, algo en el estilo de la Marquesa.

– Señora, no creo que le quede, llamaría mucho la atención.

Pero quiero llamar la atención, aunque por su expresión siento que estoy cometiendo un error – algo intermedio – miro en todas direcciones – Ágata, ¿no tenemos espejos?

– Me temo que todos se rompieron.

¡Oh!

Quisiera decir que de ahí viene mi mala suerte, pero es un poco tarde para buscar culpables.

*****

Un espejo de cuerpo entero es llevado a la habitación adyacente a la mía y por consejo de Ágata será cubierto y guardado, solo lo usaremos en ocasiones como estas.

Estoy de acuerdo, tampoco quiero gastar dinero en espejos.

El vestido que estoy usando es rojo brillante, la falda está cubierta por una tela negra semitransparente con tejido de rosas y hojas, las mangas están hechas de esa misma tela, la blusa es la única donde el tono rojo de mi vestido puede apreciarse, el escote es un poco pronunciado para mi gusto, pero según Ágata no es demasiado exagerado.

El prendedor de araña sobre mi pecho parece ser parte del vestido.

Mi maquillaje es ligero, labial rojo, cejas delineadas y sombras oscuras con un toque rojo sobre mis parpados.

Necesito mirar de cerca para estar segura que la persona en el espejo se trata de mí.

– Señora, sí quiere podemos recoger un poco su cabello.

– No – contesto de inmediato.

Desde que era pequeña, Isabela siempre usó el cabello recogido, a diferencia de mi cabello ondulado, el suyo es lacio, sedoso y fácil de peinar, un par de veces quise peinarme de la misma forma.

Es diferente en esta ocasión, quiero un estilo que no la imite, uno que sea completamente mío.

– Es perfecto de esa forma.

– Como diga.

Sir Evans abre la puerta del carruaje y Ágata sube conmigo.

– Qué tenga un buen viaje – nos despide Mateo antes de cerrar la puerta.

– Ágata, ¿crees que estoy siendo obstinada? – le pregunto una vez que nos quedamos solas.

– Aunque lo sea, creo que tiene derecho a comportarse del modo que más le plazca, señora.

La petición de la mujer malvadaWhere stories live. Discover now