110. Rubí Escarlata (1)

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No tengo razón para levantarme, el campamento está casi abandonado, los únicos que se quedaron son los cazadores, vigías, algunos cocineros y cuidadores de los establos.

Si alguien se cae o tiene una herida de trabajo relacionada con un hacha o un martillo, los doctores Crecia y Sebastián pueden encargarse.

Tengo el día libre.

Siete días.

Y va uno.

No, de hecho, partieron hace unas horas, significa que ni siquiera lleva un día.

Tos seca.

– Señora, ¿puede escucharme?

– Puedo, ¿por qué lo preguntas?

– Es que llevo un rato llamándola y usted da vueltas en la cama, pensé que le dolía algo.

– No te escuché, lo siento – no estoy de humor para levantarme, pasaré el día en la cama.

– No se preocupe, no quería molestarla, pero la llaman del hospital, dijeron que es una emergencia.

He estado en el campamento de Tiara por tres semanas y jamás, ni una sola vez escuché usar la palabra, ¡emergencia!

Con una mirada puedo saber que Alexis no ha vuelto, voy de prisa hacia el hospital teniendo cuidado de no pisar el lodo y al cruzar las puertas veo un grupo de personas en rededor de una cama y tendido en ella se encuentra un niño.

– Se cayó del caballo, tiene rota una pierna – me dice el doctor Sebastián mientras trata de inmovilizarlo.

Casi nunca me dedico a sanar huesos rotos, es la especialidad de Patrick y él jamás deja su deber.

El doctor sostiene la pierna, en la cabecera de la cama un hombre que le sujeta la cabeza, le colocaron una pañoleta para que la mordiera y soportara el dolor, tomo el anestésico y lo aplico para que podamos arreglarlo.

Es el único paciente, explica que haya tantas personas a su alrededor.

Su pierna deja de moverse y el doctor Sebastián me ayuda a acomodar el hueso y cerrar la herida, él limpia, otra persona llega para secar el sudor del rostro del chico y revisar su temperatura.

Esto debería bastar.

El doctor Sebastián comienza a vendar la pierna.

– No es necesario.

Sujeta mi mano y niega con la cabeza, al terminar se levanta y mira al paciente con dureza – sé que estás despierto, Henry.

El chico que debe tener entre diez y doce años suelta la pañoleta y mira al doctor.

– Agradécele a la señorita Sheridan por sanarte.

Tiene los ojos cubiertos de lágrimas y hay mocos bajando hacia sus labios, se talla un poco y aspira – muchas gracias señorita Sheridan, yo, ¿volveré a caminar?

¿Caminar?, para mañana podrá correr.

– Es poco probable – dice el doctor antes de que yo pueda responder – tendrás que permanecer en cama, en tres días te haremos una revaloración, entonces sabremos si podrás volver a caminar y estarás en rehabilitación, será un proceso lento y doloroso, espero que lo comprendas.

Vuelve a limpiarse el rostro.

Me mantengo callada hasta que salimos del hospital y entonces el doctor Sebastián me explica.

– Ese era Henry Quiral, hermano menor del Marqués, se suponía que debía quedarse en Tiara, pero se ocultó en un barril de cerveza y sí lo envían de regreso hallará la forma de volver al campamento – se encoge de hombros – lo que le dije allá fue para mantenerlo alejado de los caballos por un tiempo, lo dejaron atado a la cama, se liberó, subió a un caballo y trató de alcanzar a su hermano.

La petición de la mujer malvadaWhere stories live. Discover now