28 Señora Sigfred (4)

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Tal vez escuche mal, o ella está bromeando, nadie podría hablar sobre asesinatos con una sonrisa en los labios, ¿cierto?

O tal vez, no está bromeando.

– Yo, no creo, estas personas fueron elegidas por mi esposo, no puedo hacerles daño – despedí al ama de llaves para poner un ejemplo, pero jamás iría tan lejos.

– Entiendo, tal vez sea suficiente con torturarlos, sí quiere puedo pedir algunos instrumentos de tortura a la Marquesa, con gusto se los obsequiará.

¡Instrumentos de tortura!

No está bromeando, no puedo hacer eso.

– Entiendo, no está lista, no se preocupe, solo es difícil las primeras veces.

– No hace falta – esta persona, es capaz de torturar a los empleados si no la detengo – puedo maldecirlos, haré que sientan mucho frío, por el momento bastará con eso, si alguno hace algo que amerite la tortura, te lo dejaré a ti.

Ágata asiente y se va.

¿Difícil las primeras veces?

En el pasillo hay ruido de pasos y murmullos, había personas escuchando, Ágata dijo esas palabras sabiendo que la escuchaban, lo hizo para que los sirvientes se asustaran. Y yo la tome en serio, no debería tener tantas dudas, mientras su hijo nazca, la Marquesa no me traicionará.

Necesito respirar.

La mansión es hermosa, no se parece al castillo de piedra de la Marquesa, en lugar de eso es más como un refugio, una casa dentro de un inmenso jardín con vista al lago, más hogareña, más escondida, el tipo de lugar al que un hombre llevaría a su amante mientras su esposa se queda en casa.

Suspiro.

Esta es la casa donde el General pensaba vivir con Isabela, cada habitación desde las cortinas de colores claros, las alfombras con diseños geométricos hasta los rosales en el jardín, todo está pensado para ella y yo estaré viviendo aquí.

– Señora, los sirvientes la esperan en el recibidor.

– Gracias, Ágata.

– Señora, mi trabajo es servirle, no es necesario que me agradezca y como un consejo, los sirvientes la creerán débil si lo hace.

Supongo que es cierto, tengo que aprender a actuar como la señora de esta casa – bien – puedo hacerlo, el General lo hizo en la mansión Sigfred, me presentó como su esposa y a cambio destruyeron toda mi ropa y me dejaron sin cenar.

No hay forma de que esta vez salga peor.

Doce personas se reúnen, son menos de los que esperé encontrar y la mayoría superan los cuarenta años a excepción de tres jovencitas que deben estar cerca de los veinte, sus rostros alargados me miran de arriba abajo y desvían la mirada.

– Soy Marjory Sheridan de Sigfred y desde hoy soy la señora de esta casa, obedecerán mis órdenes como si fueran las del General y aquellos que no sigan esa única y sencilla regla, serán despedidos.

Sus rostros carecen de expresión, es similar a ese día en la mansión Sigfred.

– Regresen a sus actividades.

Mi corazón late muy rápidamente, siento que pierdo fuerza en las piernas, pero no puedo flaquear, tengo que soportarlo.

El recibidor queda vacío, solo somos cuatro personas y sospecho que las únicas que me obedecerán por las siguientes semanas.

Es la primera vez que veo hojas de cuentas, los gastos de la mansión son muy altos, comida, salarios, comestibles, impuestos, incluso la madera tiene un costo y los árboles no pueden cortarse indiscriminadamente en los alrededores, el mantenimiento del jardín también es muy alto, hay gastos diarios, mensuales y anuales, además de las cosas que necesito, no puedo vivir con los tres vestidos que la Marquesa me dio, necesito comprar muchas cosas.

Y lo más importante.

No tengo dinero.

– ¿Cuánto puedo sacar de la cuenta mancomunada?

– Doscientas monedas mensuales – responde Lionel – las asociaciones de su esposo le dejan otras trescientas monedas.

Quinientas monedas – ¿qué puedo pagar con eso?

Es un poco vergonzoso, pero jamás he manejado dinero, ni siquiera conozco la apariencia de las monedas, mi ropa y zapatos eran comprados por mi madre, ellos se encargaban de los alimentos y cuando viajaba para sanar un paciente, mi familia se encarga de todos los gastos, no se me permitía intervenir en la toma de decisiones.

Yo, desconozco el costo de vida.

– Señora – Ágata me mira con cierta simpatía – iremos despacio, no es muy difícil y algunas cosas son muy repetitivas, se acostumbrará después de un par de meses.

– Muchas gracias, quiero decir – lo olvidé.

Ágata me sonríe – buen trabajo.

– Buen trabajo.

Tocan a la puerta, es una de las sirvientas jóvenes que trae consigo una taza de té, se agacha al verme y coloca la taza sobre el escritorio en un vaso pequeño.

– Gra, puedes irte.

– Como ordene, señora.

Grito.

Mientras miraba las cuentas Ágata tomó la taza de té y la arrojó sobre el rostro de la sirvienta, ella se retuerce en el suelo y su rostro está enrojecido, el té tenía agua hirviendo.

Sus gritos y berridos llenan la habitación.

– ¿Esta es la forma en la que sirves a tu señora?

Esto es demasiado, tengo que detenerlo, de prisa sujeto las manos de la sirvienta concentrándome en curar las quemaduras y borrar las marcas, es una joven de apenas diecisiete años, no puede tener quemaduras en el rostro, las marcas rojas desaparecen, ella levanta la mirada y me escupe a la cara.

Evans desenfunda su espada.

– Déjala.

Ágata toma un pañuelo para ayudarme a limpiarme. La joven cuyo rostro está cubierto de lágrimas me mira con odio y los dientes apretados.

– Estás despedida.

– Bien, ¿quién querría trabajar para usted?, cuando el General o la señorita Bela regresen la pondrán donde merece estar.

– ¡Bela!

Hay una sonrisa maliciosa en su rostro – el General lo dijo la primera vez que ella vino, esta es su casa, ella es nuestra señora.

No fue una mentira, ni un intento por humillarme, en verdad esta casa fue el hogar de Isabela y junto a la habitación que pertenece al General hay una habitación de igual tamaño con los armarios llenos de ropa y un mueble de cajones con docenas de joyas, pasadores y accesorios. Reconozco la talla de Isabela y también sus gustos, no podría equivocarme y lo más importante, ambas habitaciones están conectadas por una puerta interna.

La relación entre el General e Isabela ya había llegado a este punto, si el Duque Bastián hubiera investigado, no habría tenido problemas en encontrar evidencia.

¿Por qué me casé?

¿Qué era lo que estaba protegiendo?

– Evans, hay algo que quiero investigar, ¿podías hacerlo?

Avanza hacia mí con una pequeña reverencia – estoy a su servicio, lo que necesite mi señora.

Necesito saber, ¿por qué mis padres me obligaron a casarme con el General Sigfred?

La petición de la mujer malvadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora