54. Demasiado tarde (2)

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– ¡Es hermoso!

Isabela Sheridan de Bastián, ese era el nombre completo de Bela, con su nuevo vestido rosa y sus movimientos de giro sobre la habitación mostrando una hermosa danza, era difícil pensar en ella como una señora y no como la jovencita que solía visitarlo y reír con él.

Tristán ya no pudo soportarlo, cortó la distancia y la atrapó en sus brazos – Marjory está de acuerdo en darme el divorcio, si tú te divorcias del Duque, podríamos casarnos.

Isabela se sintió confundida – ¿qué has dicho?

– No ahora – la apartó sin soltar sus hombros – en tres años, cuando los dos seamos libres volveremos a estar juntos.

Bela no sonrió, en lugar de eso bajó la mirada.

El desconcierto llenó el rostro de Tristán, en su mente, Bela lo amaba, habían estado juntos por años, intercambiaron cartas, tenían un amor puro e incondicional y sí no fuera por los esquemas de Marjory, estarían juntos, pero ahora todo se solucionaba, tenía un plan, la recuperaría.

Ella debería estar feliz.

Debería

– Puedo hacer que funcione, el Duque Daigo me apoyará.

Bela entrecerró los ojos – no es tan simple, soy la representante de la diosa y de la iglesia, no puedo divorciarme.

– ¡Eres la Santa!, ellos aceptarán lo que tú hagas.

– Qué sea la Santa no significa que pueda hacer lo que yo quiera – sus ojos se empañaron por las lágrimas – la última vez que rompí las reglas tú y Arturo fueron castigados y él, él no se lo merecía, no quiero lastimarlo.

Tristán pudo sentir la dulzura en su voz al pronunciar el nombre de otro hombre, la soltó y retrocedió ligeramente, el peso de su cuerpo lo abandonó provocando un leve dolor.

Bela se apresuró a abrazarlo – lo siento, de verdad lo siento tanto – lloró sin lágrimas.

– ¿Por qué?

Una vez más Bela bajó la mirada – de verdad lo lamento, no quería romper mi juramento.

Antes del anuncio del compromiso, Tristán y Bela acordaron que ambos cumplirían su condena casándose con personas a las que no amaban y prometieron que nunca les entregarían su corazón, esa parte les pertenecía mutuamente.

Ese era el plan.

– Arturo no tiene la culpa, todo esto pasó por – no pudo completar la frase – él no sabía de nuestra relación, ni de las cartas, Tristán, él es una buena persona, sí te dieras la oportunidad de conocerlo, no sería justo para él, no puedo engañarlo, por favor.

Tristán negó el contacto de su mano y se cubrió el rostro, finalmente tenía un título noble, un patrocinio y una fortuna en sus manos, todo lo que necesitaba para recuperarla, y justo en ese momento, descubría que ya era tarde.

Demasiado tarde.

La había perdido.

Por un hombre al que ni siquiera podía culpar.

– Lo lamento, debes odiarme.

– No lo hago – a la mujer que salvó su vida, la misma en la que pensó cada minuto de los últimos diez años, ¿cómo podría odiarla? – sabes que te amo.

En lugar de odio, Tristán deseaba que ella fuera feliz, lo que en realidad odiaba, era saber que esa felicidad no estaba a su lado.

Los ojos de Bela se humedecieron por la demostración de amor y los dos se fundieron en un abrazo que duró varios minutos hasta que la puerta se abrió.

La petición de la mujer malvadaWhere stories live. Discover now