La escuchaba intentando no reír pues parecía bastante disgustada por lo ocurrido y me parecía de mal gusto soltar una carcajada delante suya pero era tan divertido verla de esa forma que sentía que iba a acabar cediendo de un momento a otro.

-¿Y que pasó después? -Pregunté con curiosidad, queriendo saber como había acabado todo aquello, imaginándome a Martha echándolo a patadas de la cafetería.

-Pues -comenzó a decir, como si hubiese estado deseando que le preguntase aquello para seguir hablando, -después de más de quince minutos mirando la carta una y otra vez, leyendo cada maldita cosa, al final me ha pedido ¡un vaso de agua! -Al final, tuve que echarme a reír pues no pude contenerme mucho más. -Y me dice no me lo cobrarás, ¿verdad? Será... no, por supuesto que no se lo he cobrado igual que tampoco le he cobrado el escupitajo que he echado en el. -Reí con muchas más ganas, creyendo que esto último se trataba de una simple broma pero entonces, al ver que ella no se reía, comencé a pensar que quizás aquello iba mucho más en serio de lo que creía. Martha levantó un dedo amenazante. -Nadie se mete con mi cafetería ni con mi música, chica. -Dijo seriamente.

La sonrisa se borró entonces de mi rostro y este paso de la diversión a la sorpresa.

-¿En serio le has escupido en el vaso? -Pregunté y entonces ella se echó a reír.

-¡Claro que no! -Exclamó, con cierta indignación. -¿Por quien me tomas?

Pero cuando la miré, no pude saber con seguridad si realmente se había tratado de una broma o no. A decir verdad, aquello habría sido algo bastante típico de ella.

Pasé una semana sin que sucediera nada emocionante; me levantaba por las mañanas algo más motivada que en un principio y sabía que esto se debía a que iba a ver a Oliver. Sin embargo, cuando se iba y era consciente de que ya no volvería a verle hasta el día siguiente, las horas se volvían por entonces demasiado largas e insoportables. También había comenzado a ver a Olly más a menudo; íbamos a comer, me recogía del trabajo y pasábamos horas juntos, simplemente hablando y recuperando de esa forma todo el tiempo perdido. Apenas veía a Santi; en ocasiones el era el que estaba demasiado ocupado y en otras, era yo la que acababa inventando alguna que otra excusa para cancelar nuestra cita lo que en cierta forma, creo que acababa aliviándonos a los dos. Y los ratos que pasábamos juntos eran demasiado extraños, incómodos y poco placenteros. Parecíamos dos extraños que apenas se conocían lo suficiente como para llevar una conversación fluida, dos personas que estaban muy lejos de ser la pareja que tanto creían haberse querido en un momento. No parecía quedar nada de esos dos jóvenes que se habían enamorado tiempo atrás y en ocasiones, me preguntaba como todo ese amor había podido irse tan rápido, ¿de verdad estuvo en algún momento? Muchas veces me quedaba mirándole y entonces me hacía esa pregunta en mi mente, la cual no me atrevía a pronunciarla, a decírsela directamente a el.

¿Por que seguíamos juntos? ¿Por que seguimos aferrándonos el uno al otro?

Pero seguía sin ser capaz de pronunciarlas, de querer sabre la respuesta; quizás por miedo a conocerla, quizás por miedo a lo que pudiera pasar después. Seguía siendo una cobarde.

Eran las mañanas las que más disfrutaba, en especial esos fugaces quince minutos que ocurrían desde las nueve y cuarto cuando el chico de ojos azules entraba por la puerta hasta las nueve y media cuando  salía por ella.

Cuando el reloj marcaba las nueve ya me encontraba algo nerviosa y comenzaba a mirar a la puerta a cada segundo, sabiendo que no quedaría mucho tiempo para que el apareciese. Y aquella mañana de diciembre cuando no lo hizo, la gran decepción que me llevé me hizo darme cuenta de que las cosas quizás se me estaban descontrolando, de que quizás debía de dar un paso hacía atrás en toda aquella tontería.

Seremos eternos.Where stories live. Discover now