Capítulo 10

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Oliver comenzó a venir cada mañana y junto a el, también lo hicieron las pequeñas sonrisas, los inexplicables nervios que sentía al sentir su mirada puesta en mi y esa extraña pero intensa decepción cada vez que tras pasar diez minutos, se levantaba para irse a trabajar y lo veía desaparecer tras la puerta.

Aquel día, unos pocos minutos desde que el se fuera, Santi apareció en la entrada y fui consciente, quizás por primera vez desde que le conocí, de los distintos que podían llegar a ser mis sentimientos con esa simple acción y puede que fuese en ese instante cuando me di cuenta por primera vez de lo jodida que estaba ; mientras que por una parte deseaba que Santi no apareciese por la puerta esa mañana, la otra parte de mi no podía esperar a que Oliver lo hiciese. Cuando deseaba que Santi no me hablase demasiado y que una vez que llegase, no tardara mucho en irse, lo único que mi otra parte quería era que Oliver no dejase de hablar y que se quedase todo el tiempo posible.

Sabía que era una locura, una que no podía evitar.

Después de que el se fuera, había aprovechado que no había nadie en la cafetería para tomarme un pequeño descanso y llamar a mi madre, pues había estado rehuyendo sus llamadas en los últimos días. Me sentía fatal por estar tan desconectada de ella pero me sentía aun peor cuando hablábamos y debía de mentirla de nuevo. No paraba de decirme a mi misma que la siguiente llamada sería la definitiva, aquella en la que me atrevería a decirla la verdad, que en la siguiente por fin iba a conseguir ser valiente pero entonces escuchaba su voz y toda esa falsa valentía que creía haber ganado me abandonaba y volvía a sucumbir a la bonita y fácil mentira.

-Te dejo mamá, voy a entrar ya a clase. Luego te llamo y hablamos más tranquilamente. -Me despedí de ella y la dejé que hablase durante unos segundos más en los cuales me recuerda que debía de ir a visitarlos pronto, me pide saludos a Santi y me desea toda la suerte del mundo con los siguientes exámenes. -Si, de acuerdo. Vale, mamá, gracias... un beso, adiós. -Y antes de que pudiera decir nada más, cuelgo evitando así que la llamada se alargase más de lo que debería.

Solté un pequeño suspiro cuando guardé el teléfono y sintiéndome de pronto agotada tuve que cerrar los ojos durante tan solo unos segundos, deseando que al abrirlos las cosas fueran diferentes pero entonces lo hice y seguía encontrándome en el mismo lugar, en el mismo cuarto viejo y con olor a humedad que usábamos para guardar nuestras cosas. Junto a esto se sumaron los golpes en la puerta que consiguieron sacarme de mis pensamientos.

-Chica, voy a necesitar que salgas. -Me pidió Martha desde el otro lado. -La gente se ha vuelto loca y no paran de entrar, no puedo sola.

Y así fue como mi descanso se acabó.

-Voy. -Murmuré y cerré los ojos una última vez pero cuando los abrí, volví a encontrarme en el mismo cuarto.

-Te juro por dios que si ese hombre vuelve a pisar un pie en este sitio, lo saco a patadas. -Comentó en cuanto me vio, gruñendo casi como de costumbre aunque lo que me solía divertir bastante. Incluso en aquel momento solté una pequeña sonrisa al ver su cara roja por la rabia, por no poder decir lo que de verdad quería y tener que guardar las formas.

-¿Que ha pasado ahora? -Le pregunté dirigiéndome a la barra para ir preparando lo que ella iba indicándome al mismo tiempo que seguía gruñendo.

-Ese maldito estúpido no ha parado de quejarse en todo el tiempo. Primero, porque las sillas de la terraza no eran lo suficientemente cómodas y prefería sentarse dentro, después que si los batidos eran muy caros a lo que su hija le ha reprochado que por qué se quejaba tanto si a el ni si quiera le gustaban los batidos. Después ha dicho que en realidad toda la carta era demasiado cara, luego se ha quejado porque la música estaba demasiado alta y porque según el era muy mala lo cual me ha parecido completamente un ataque personal pues yo soy la que escoge la música y puedo aceptar muchas cosas pero no que digan que mi música es mala.

Seremos eternos.Where stories live. Discover now