Capítulo 7

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-Por cierto, ¿quién era el chico que te dio aquel disco? -Preguntó Martha, con algo de curiosidad pero al mismo tiempo fingiendo que no le importaba tanto. Noté como estuve a punto de sonreír, quizás por la mención de aquel chico o porque mi jefa era en realidad tan cotilla como cualquier otra persona.

-En realidad, ni yo lo se aun muy bien. -Contesté, siendo sincera. Noté como se quedó con ganas de saber más, de hacer quizás otra pregunta pero su orgullo y manera de ser, no se lo permitió y simplemente se encogió de hombros.

-Bueno, al menos era un buen disco. -Fue el último comentario que hizo acerca del tema y fue hacía la terraza donde una mesa estaba sin atender. Me quedé mirándola mientras lo hacía, pensando en el misterio que aquella mujer era realmente. No sabía demasiado sobre ella; sabía que tenía mala leche, que vivía sola y que no le caía demasiado bien. También podía llegar a adivinar que detrás de esa fachada que se esforzaba en mostrar a los demás, quizás para no salir herida, se escondía una mujer de buen corazón.

A media mañana, Santi apareció por la puerta y como siempre, se quedó allí parado, sin llegar a entrar del todo. Salí a recibirle, avisándole de que no tenía demasiado tiempo, juntamos nuestros labios en el intento de un beso, siguiendo así nuestra rutina y con mi incapacidad de llegar a sentir nada. Intercambiamos unas cuantas palabras, el me contó acerca de su día, yo le hice un vago resumen del mío y entonces, creyendo que ya habíamos cumplido con nuestra tarea diaria, como si ya hubiésemos pronunciado nuestras líneas e interpretado nuestros respectivos papeles, volvimos a darnos un rápido beso, nos despedimos y todo sucedió tan rápido que, durante un pequeño y cruel instante, no pude evitar pensar que en realidad, ambos estábamos deseando perdernos de vista.

La siguiente hora pasó con algo de rapidez y la gente no paró de entrar y salir. Algunos se tomaban un rápido café, dejaban las monedas justas encima de la mesa y acto seguido, salían por la puerta. Otros tantos disfrutan de un rato sentados, sin ningún tipo de prisa, charlando y riendo con el acompañante con el que estaban sentados mientras que algunos pocos cogían sus pedidos y se los llevaban con rapidez al trabajo. Conocía a algunos de estos últimos; la chica de la peluquería de en frente que siempre cogía café y dulces para ella y su compañera, el hombre de la tienda de ordenadores de la esquina que cogía un café y que repetía la misma acción cada hora. En una ocasión, Martha y yo hicimos la cuenta y llegamos a la conclusión de que era capaz de meter a su cuerpo unas cinco tazas de café en menos de cuatro horas, Le pregunté si de verdad debíamos de seguir vendiéndole café, a lo que mi jefa respondió: si no lo hiciésemos, probablemente acabaríamos en la quiebra. A lo largo del día charlaba con unos cuantos clientes conocidos, esos con los que había cogido cierta confianza y ellos me elegían a mi para desahogarse de alguna de sus cosas del día a día. Aquella era gente totalmente desconocida pero que de cierta forma, con el paso de los días, se habían convertido en una pequeña parte de mi vida, a las que llegabas a coger algo de cariño y cuya ausencia notabas.

Todo era parte de la rutina, esa rutina que crees que te mata pero que al mismo tiempo te mantiene algo viva. Esa rutina a la que te acostumbras sin remedio pero que también anhelas cuando ya no está y que al mismo tiempo deseas que se rompa de vez en cuando, que haga que el día sea algo distinto al anterior.

Instantes más tardes, el rostro de mi amigo apareció por el cristal. Parecía buscar algo con la mirada y lo encontró en el momento en el que nuestros ojos se cruzaron. El sonrió.

-Venía a invitarte a comer pero veo que aun sigues trabajando, ¿a que hora terminas? -Preguntó cuando entró a la cafetería, con los dedos metidos en la chaqueta vaquera que llevaba, el pelo pelirrojo algo largo y revuelto. Las mismas pecas adornaban su rostro, y mirándole me di cuenta de que en realidad, no había cambiado nada. El paso de los años le había otorgado un aspecto algo más maduro y atractivo pero si fijabas bien la vista, seguía pareciendo el mismo chico que tiempo atrás me pedía los apuntes de cada asignatura que compartíamos, solo para que ambos acabásemos riendo minutos después al ver que yo tampoco los tenía.

Seremos eternos.Where stories live. Discover now