Capítulo 1.

18.3K 256 59
                                    

PARTE 1: CUANDO  ÉL ENTRÓ EN MI VIDA. 

 Han pasado ya ocho años desde entonces. En ese tiempo me encontraba en una época extraña, una época en la que no sabía que estaba haciendo ni hacía donde estaba redirigiendo mi vida. Y aun así, era extraño lo rápido que pasaba el tiempo cuando toda tu vida parecía estar desmoronándose. Por aquel entonces sentía que la vida no corría, que estaba atrapada en el tiempo, pero cuando quería darme cuenta, la semana ya había acabado y otra nueva comenzaba, siempre con la sensación de estar echando a perder mis días, de estar malgastando esa juventud, esos años buenos que a la gente le gustaba recordar que nunca más volverían. Había dejado la universidad, había encontrado un trabajo que odiaba y que me quitaba la mayor parte del tiempo y era infeliz la mitad de los días. En la otra mitad, había estado demasiado cansada como para sentirme triste.

No solía llegar tarde al trabajo pero esa mañana me costó levantarme de la cama. Dormir se había vuelto en algo que hacía pero que no llegaba a notar pues siempre me levantaba agotada, como si esas horas de descanso no hubieran servido absolutamente para nada, tan solo para escapar de la realidad durante unas cuantas horas.

Mientras me vestía con rapidez, intentaba buscar la excusa que podría darle a Martha, una excusa que sabía que apenas escucharía pues ella simplemente se limitaría a mirarme con algo de reproche, como si ya fuese una causa perdida, una que no tuviera remedio posible y preguntándose quizás el porqué había decidido contratarme, el porque seguía sin echarme.; la verdad es que yo también me hacía esa pregunta. Tan solo hacía unos meses que nos conocíamos pero ni yo parecía caerle bien a mi nueva jefa ni ella provocaba ningún sentimiento positivo en mi. Resulta sorprendente el hecho de que con el tiempo, esta extraña y malhumorada mujer fuese a convertirse en una de las personas más importantes de mi vida, esa que siempre iba a estar ahí para mi, esa que en ocasiones actuaría de refugio. Pero por aquel entonces, no solo no la soportaba sino que también la temía pues su semblante siempre serio, sus palabras demasiado cortantes y el hecho de que fuera mi única fuente de ingresos, hacía que la viera con un miedo que aunque más tarde se rebajaría, no llegaría a perder del todo. Martha siempre había sido una mujer imponente, una con un carácter igual de fuerte que todo el amor que había también en su corazón, uno que se esforzaba por ocultar.

Cada día, antes de entrar por la puerta de la cafetería, me paraba en frente de esta unos segundos, mentalizándome de la mañana que me esperaba, intentando encontrar las fuerzas necesarias para aguantar el resto de la jornada y solo entonces cuando sentía que estaba a punto de dar media vuelta y volver a casa, entraba al local pues sentía que si aguardaba unos segundos más, acabaría huyendo sin mirar siquiera atrás.

Martha, mi jefa, se encontraba tras la barra y como de costumbre, me echó una fugaz e indiferente mirada cuando entré.

-Siento mucho el retraso. He tenido que ir al médico y el autobús ha llegado algo tarde y... -Comencé a decir, mintiendo de manera descarada y me obligué a dejar de hablar antes de que siguiera añadiendo más excusas absurdas. De todas formas, ella tampoco me estaba prestando demasiada atención.

-Hay que preparar las mesas de la terraza. Ve haciéndolo mientras yo termino con esto. -Ordenó y yo obedecí con rapidez dando así paso a una nueva mañana, la cual siempre parecía no terminar nunca.

A pesar de que se trataba de una cafetería coqueta, barata y con productos de calidad, lo cierto es que no entraba demasiada gente por lo que la falta de trabajo también hacía que las horas pasaran mucho más lentas. Una mujer mayor se encontraba sentada en una de las mesas tomando su café con dos magdalenas; siempre pedía lo mismo por lo que siempre las teníamos preparadas para cuando entrara por la puerta. Era amable y estaba casi sorda por lo que apenas oía cuando le hablabas y era bastante evidente pues siempre se limitaba a asentir con la cabeza a absolutamente todo lo que la dijeras, siempre con una sonrisa. Pensé en lo que había descubierto sobre ella (pues cuando trabajabas en un sitio así era imposible no averiguar ciertas cosas sobre la gente); al parecer, el marido de la pobre mujer había fallecido dos años atrás y no había conseguido levantar cabeza desde entonces; apenas salía de casa y la única vez que lo hacía era para tomar su habitual desayuno en la cafetería. Pensé en ella, en lo sola y triste que debía de sentirse y como aun así, siempre tenía una sonrisa para regalar. Me gustaba pensar en la vida de las personas que entraban en la cafetería y si no conseguía saber nada de estas, siempre podía imaginármelas, crear nuevas vidas para ellos, tormentosos pasados, amores imposibles... cosas que probablemente se encontraban muy alejadas de su autentica realidad. No se porqué pero esa mañana me tiré pensando en ella la gran mayor parte del tiempo. Pensé en que así era la vida, que el mundo de las personas se desmoronaba de una forma u otra, en menor o mayor medida y que al final todos acabábamos ocultando todo esto; algunos con forzadas sonrisas, otros con corazas que actuasen como armaduras frente a los demás... siempre haciendo lo posible para que nadie se diese cuenta de lo mucho que ocurría en nuestro interior. Ahora, años después, me doy cuenta de que en ocasiones hay que borrar esa sonrisa si de verdad no la sientes, romper esa coraza, dejar que las lagrimas caigan si realmente lo deseas y abrir nuestras corazas a las personas, sobre todo a esas a las que de verdad importamos, a las que nos importan. Quizás el haber hecho esto nos hubiera ahorrado mucha de las cosas que sucedieron más adelante.

Seremos eternos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora