Capítulo 2.

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Cada día contaba con dos horas de descanso para comer, relajarme un instante y quizás aprovechar para llorar un poco, pues en esos tiempos sentía que no tenía tiempo ni para esto último. A pesar de que llevaba ya unos meses trabajando, no conseguía acostumbrarme a ese horario agotador el cual me había arrebatado por completo la vida social de la que antes disfrutaba.

Me alimentaba de platos preparados que solo requerían un par de minutos en el microondas pues ni era demasiado buena con la cocina ni estaba dispuesta a malgastar mi único tiempo libre en intentar mejorar. Lo único a lo que dedicaba ese par de horas era a la única cosa que no había cambiado, a lo único que aun conseguía hacerme sentir viva, un poco más feliz, pues era tan solo en ese instante en el que huía al mundo que había creado cuando sentía que quizás aun seguía habiendo algo que mereciese la pena.

Y sin embargo, quizás por la situación en la que estaba mi vida en esos momentos, porqué no lograba concentrarme como debía o porqué realmente no tenía nada que ofrecer, no conseguía sacar nada de provecho a mis sesiones diarias de escritura. Me sentaba frente al ordenador, acariciaba las teclas del teclado, reproducía en mi mente la escena una y otra vez, y entonces, cuando llegaba el momento de plasmarla en el papel, me bloqueaba y se me hacía imposible escribir dos frases con algo de sentido. Al final siempre acababa igual: borraba lo poco que había avanzado, me frustraba mucho más y me levantaba antes de que se me hiciera tarde para volver al trabajo. Las tardes eran las peores; ya me encontraba cansada por las horas de la mañana, Martha parecía estar de peor humor pues apenas habíamos conseguido clientes y los pocos que venían a esas horas, se trataban en su gran mayoría de familias con molestos niños o grupos de personas jóvenes que me hacían sentir algo intimidada.

Esa tarde, las tres horas avanzaron con demasiada tranquilidad y cuando la hora de cerrar llegó por fin y debido a que el día siguiente era el único que tenía libre, la idea de ver a Santi se cruzó por mi cabeza. En un primer momento pensé en enviarle un mensaje avisándole de mi llegada peor entonces, pensé de darle una pequeña sorpresa, una de las tantas que solíamos darnos tiempo atrás y que tanto nos gustaban.

Intenté hacerme creer que quizás aun había algo por hacer, que quizás lo único que necesitábamos era intentarlo un poco más, hacernos ver que aun no estaba todo perdido.

Fui hacía uno de sus restaurantes favoritos y a pesar de ser demasiado caro y de que mi bolsillo no podía permitirse demasiados gastos, compré unos cuantos platos que me pusieron para llevar. El taxí al que llamé apareció unos pocos segundos después y me dejé caer en al asiente de este, sintiéndome algo agotada. Durante ese instante, mientras el hombre conducía y yo observaba por la ventana del coche, esperando llegar hasta mi destino, con el olor de la comida inundando el espacio, pensé en la cara que pondría al verme... y me sentí como en los viejos tiempos; ilusionada por verle, por compartir un rato juntos. Puede que el sentimiento no fuese exactamente como el de antes, que no era tan intenso, que no sintiese esa gran felicidad por saber que estaba a punto de estar en sus brazos pero por fin sentía algo y eso era mucho más de lo que había logrado en esos últimos días.

Pero toda esa ilusión fue reemplazada por un manojo de nervios en cuanto llamé al timbre y nadie apareció. Lo volví a intentar un par de veces más pero seguí obteniendo la misma respuesta: silencio. Preocupada, eché un vistazo hacía la ventana donde sabía que se encontraba su habitación y una luz bastante débil salía de esta, indicando que alguien había en esa casa. Pensé en las posibilidades por las que el aún no había respondido; quizás se había quedado dormido, quizás había estado toda la tarde estudiando y el cansancio había podido con él. Después de más de diez minutos allí parada, volví a llamar, jurándome que aquella sería la última vez que lo haría. Esa vez no pulsé el timbre sino que marqué su número de teléfono y esperé, aun mirando hacía la ventana, buscando ver algo de movimiento tras las oscuras cortinas que me lo dificultaban.

Seremos eternos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora