Capitulo 32

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ANDREA.

Observaba a Aiden mientras pequeñas gotas de sudor caían por su frente.

—¡Claro que no, es una psicópata!—exclama remarcando la última palabra.

Agradecí que dijera eso. Lo agradecí de veras. Por fin se había dado cuenta de quien era Abby en realidad, de la arpía y mala persona que era.

—¿Te diste cuenta por fin?—pregunté sorprendida.

—Sí, aunque me tenía cegado por fin abrí los ojos, me he dado cuenta que por su culpa lo has estado pasando mal, y quería pedirte perdón por ello...

Vaya, eso si que no me lo esperaba. ¿Aiden Franklin pidiendo perdón por haber metido la pata? Pensé que nunca escucharía esas palabras de su boca.

—No tienes que pedir perdón, tú no tienes culpa de nada, solo espero que estés bien después de todo—dije totalmente sincera.

—Sí, estoy bien, y ahora mejor que tú estás aquí... quería hablarte de lo del beso de ayer...

Me martilleaba la cabeza yo misma por ese estúpido beso, solo me hice demasiadas ilusiones con él. Vivir con un chico, los dos solos y qué encima de todo, que esté rematadamente atractivo pues como que es muy difícil de asimilar.
¿Cómo pude pensar en que él tendría algo conmigo? Soy una completa ilusa.

—No tienes que preocuparte por eso, fue un impulso y no se volverá a repetir, te lo prometo—dije poniéndome completamente nerviosa.

—Está bien—dijo un poco...¿apenado?

De repente oímos un sonido de una notificación proveniente del teléfono de Aiden, que tras enseñármelo antes le subió el volumen de las notificaciones al máximo.

—Mañana por la tarde llegan tus hermanos al colegio.

—¿Por qué no les dejan en la puerta de casa como cuando les recogieron?—pregunto con un tono cansado ya que no me apetecía nada tener que ir a por ellos.

—No sé, quizá no tengan ganas de acercar a los niños a cada casa—se encogió de hombros dejando su móvil en la mesa del salón.

La verdad es que hechaba un poquito de menos a mis hermanos, pero estaba más tranquila sin oír sus queridos comentarios, a veces hirientes, que les gusta decirme.

—Se acabó la fiesta...—dije apenada.

—Tampoco son tan malos—ríe Aiden acercándose a la nevera a por un zumo de naranja.

Pude ver como unas marcadas ojeras lucían en su rostro. La verdad es que me sentía un poco mal por que eso había sido culpa mía. Había salido a buscarme durante toda la noche y diluviando solo por mi mala cabeza y por no querer enfrentarme a la situación.

—Agradecería que por una vez me llamasen por mi nombre real, no por el término pringada—dije poniendo los ojos en blanco.

—Son pequeños, ya se les pasará esa etapa de meterse contigo.

—Eso espero.

—Ya verás como sí—dice para darle un sorbo al vaso de zumo de naranja.

Decido subir a mi habitación y prepararme para darme uno de esos famosos baños relajantes de los que habla todo el mundo, con sus respectivas sales de baño, claro está.



Tras el baño me puse a leer mi revista de moda favorita, que aunque no saliera mucho de casa, me seguía gustando la ropa. Lexi había ido a visitar a sus padres mientras que Aiden estaba en el jardín haciendo un poco de ejercicio ya que decía que estaba empezando a engordar, cosa que era mentira por que ese dios griego estaba para mojar más que pan.

Agg, ¿En serio? ¿Por qué he dicho eso? Es más, ¿por que pienso eso?

Antes de aposentarme en el sillón de mi habitación decidí bajar a la cocina a por un vaso de zumo de naranja. Antes de poder subir de nuevo las escaleras hasta mi cuarto, me asomé a la ventana del salón que daba a la calle ya que me llamó la atención una presencia que se encontraba frente a la casa.

Retrocedí lentamente hasta que sin querer me tropecé y me caí de espaldas en el sofá mientras todo mi cuerpo temblaba.

Había una persona de frente a la casa, mirando fijamente a esta con las manos guardadas en los bolsillos.

—¡Aiden!—grité temblorosa mientras me deslizaba hacia atrás hasta la otra punta del sofá para luego bajarme y quedar detrás de este.

Aiden se presentó sin camiseta a lo que yo no pude ruborizarme por lo que estaba sucediendo en ese instante.

—¿Qué pasa?—pregunta alarmado por mi grito.

—Hay alguien fuera, está mirando fijamente hacia aquí—digo señalando con mi dedo índice hacia la persona.

—¿¡Cómo!?—tras preguntar fue directo a la ventana y pudo observar a la misma persona, la que no se había movido ni un milímetro desde que grité el nombre de mi niñero.

Aiden, con un gran enfado y lleno de rabia se dirigió a la puerta.

—¿A dónde vas?—pregunto asustada.

—Voy a acabar con esto de una vez por todas.

—¿¡Qué!?—exclamó yendo detrás de él.

Aiden abrió la puerta con fuerza y salió con pasos decididos hacia esa persona misteriosa, la cual seguía inmóvil.

Aiden se acercó y directamente le pegó un puñetazo en la cara, haciendo que se destapara la cara de la persona o más bien del hombre que nos estaba acosando.

—¿¡Estás loco!? ¿¡Por qué le pegas!?

—Dime quien te manda, inútil—le dice al hombre el cual se encuentra en el suelo tras el puñetazo que le había propiciado—¿Santiago?—pregunta de repente.

—Espera... ¿le conoces?—pregunto atónita.

—Cuanto tiempo, Aidencito—dice el tal Santiago tras levantarse del suelo a duras penas pero sin dejar de tener una sonrisa ladeada en la cara.

—Que haces aquí y que haces acosándonos—dijo Aiden enfadado.

—Solo queríamos conocer a tu nueva Barbie—dice mirándome sin que desapareciera la sonrisa ladeada de su rostro.

¿¡Barbie!? ¿¡Yo!?

—¿Queríais? ¿Quiénes?—pregunta Aiden todavía más enfadado.

—¡Somos tus viejos amigos!—exclama mientras suelta una carcajada.

—Largo ¡ya!—grita Aiden.

—Pero si estamos teniendo una bonita conversación...—sonríe.

—¡He dicho que te largues! O esta vez no te daré solo un puñetazo—le amenaza Aiden mientras observo como este cierra los puños con fuerza.

Al verlo así, solo pude cogerle de la mano y automáticamente se tranquilizó. Dejo de estar tan tenso como hace unos segundos escasos. Pero seguía mirándole lleno de odio y rabia.

—Tranquilo amigo, que ya sé como te las gastas, preocúpate por otras personas y no por ti—tras decir esto se fue andando como si no hubiera pasado nada, como si no le hubiesen dado un puñetazo.

Aiden volvió a casa arrastrándome a mi de la mano, me dio el casco morado de la moto y el cogió el suyo para coger las llaves de esta que se encontraban en la encimera de la cocina.

—¿Dónde vamos?—pregunto mientras Aiden me suelta la mano para colocarse el casco.

—A casa de mis padres.

Nos montamos en la moto que yo tanto odiaba y nos encaminamos hacia una calle que me sonaba pero hasta llegar al edificio no sabía de qué...

MI NIÑERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora