Capítulo 7

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ANDREA

Salí del instituto junto a Angie nada más tocar el timbre de salida.

La verdad es que era la primera chica que me hablaba porque en realidad quisiera hablar conmigo, no para insultarme ni meterse conmigo.

Era muy maja y amable conmigo, y realmente le agradecía que me hubiera ayudado.

¿Esto es a lo que llaman amistad?

Me gusta la sensación de tener a alguien con quien hablar que no sea un diario o mi subconsciente.

—Si quieres podemos quedar un día de estos—me dice Angie con una sonrisa.

—Está bien—digo tímida.

Miro hacia el aparcamiento del campus esperando encontrarme al tonto de Aiden con su destartalada camioneta.

—Ahí están mis padres, me voy, ¿vale? —me avisa Angie.

—Sí, yo tengo que esperar aquí...Hasta mañana.

— ¡Hasta mañana!

Se va mientras yo me quedo sola, esperando al insoportable, y ahora impuntual, Aiden Franklin.

No me pregunten el por qué me acuerdo de su apellido.

Me quedo en la acera esperando de pie, con la mochila a mi lado y observando la hora en mi móvil.

Me repito en mi cabeza una y otra vez que podría ir andando, pero la verdad es que mi casa está a media hora andando y hoy tuve un día bastante movidito, así que prefiero esperar al tonto de Aiden.

Oigo como un claxon suena a mi izquierda y al girarme, miro al conductor del coche de donde procedí aquella bocina.

¿¡Chad!?

Este para el coche sin apagar el motor y me mira con una leve sonrisa tras bajar la ventanilla.

— ¿Te llevo? —me dice con el brazo apoyado en la puerta adoptando una postura bastante atractiva y madura.

—Estoy esperando a alguien—digo mirando hacia ambos lados por si veía a mi plan de escape, quiero decir, a Aiden.

—Te puedo llevar yo si quieres, no me cuesta nada.

—No enserio, tengo que esperar aquí—insisto.

—Es mi forma de demostrar que estoy arrepentido por lo que ha hecho mi hermana—dice en un tono más bajo y que con suerte puedo escuchar.

—No tienes por qué sentirte así, Marilyn es como es, tú no tienes la culpa de nada de lo que ha pasado.

Un derrape hace que nos distraigamos de nuestra entretenida conversación para mirar a nuestra derecha, de donde venía aquel ruido de la goma de neumático quemando carretera. Eso seguro que dejaría marca.

Un chico en una moto negra y roja, con una chaqueta de cuero negra derrapa para luego frenar frente al coche de Chad.

Tras dejar la moto totalmente parada, se quita el casco.

¿¡Aiden!?

Pareciese que se quita el casco a cámara lenta mientras las características de su hermosa cara brillan reflejadas por el sol que reluce en lo alto del cielo.

Una sonrisa se posa en sus labios cuando me ve.

Yo me acerco a él un poco extrañada. ¿¡Desde cuando tiene una moto!?

—Siento la tardanza—se disculpa.

— ¿Y esta moto?

—Es mía, ¿no me escuchaste cuando te dije que trabajo en el taller de mi padre y que gracias a eso, uno de los clientes de mi padre me la regaló?

—No presté atención...lo siento—dije un poco avergonzada de que Chad me viese hablando con Aiden.

—Hola, soy Chad—le da la mano a Aiden cortando nuestra conversación.

— ¡Hey! , yo soy Aiden—le da un apretón de manos con esa sonrisa tan radiante que siempre tiene dibujada en los labios.

—Bueno, yo ya me voy—dice mirándome.

—Hasta luego—dice Aiden amablemente.

Aiden me mira con su estúpida y radiante sonrisa para luego montarse en la moto de nuevo.

Se coloca el casco en la cabeza y me tiende otro casco, este de color morado.

— ¿Me estás diciendo que me suba a esta máquina de la muerte?—pregunto temiendo por mi vida.

— ¿Cómo vamos a ir a tu casa si no?

— ¿Acaso quieres que muramos en el camino? ¡No me voy a subir a esa cosa!

—Entonces prepárate para andar durante una hora hasta tu casa, y con la cara que llevas, yo diría que has tenido un día muy largo—se encoje de hombros.

Odiaba admitir que tenía razón, necesitaba descansar y olvidar todo lo que había ocurrido hoy. Andar hasta mi casa no era la mejor opción en ese momento.

—Está bien—accedí de mala gana.

Me pongo el casco sobre mi cabeza y la verdad es que era bastante cómodo. Seguro que sería el casco de su novia a juzgar por el color de este.

Subo detrás de él, a su espalda y me agarro levemente a su chaqueta, a ambos lados de su cintura.

—Como no te agarres más, te vas a caer—avisa Aiden mientras agarra él manillar de la moto con decisión.

—Tú arranca y vámonos—le metí prisa para pasar el mal trago de ir en esa máquina de hierro lo antes posible.

Arranca la moto, da un tirón y frena en seco y bruscamente tras avanzar diez centímetros, a lo que yo automáticamente me asusto y le abrazo alrededor de la cintura apoyando mi cabeza sobre su espalda.

Oigo como una carcajada bastante sonora sale de su boca. Le miro mal y seguidamente comienza a conducir de nuevo.

Se siente bastante bien estando así, en su gran espalda, puedo notar con mis manos sus abdominales bien marcados escondidos bajo su camiseta, ya que tenía la chaqueta abierta.

Menos mal que él no me está mirando ahora mismo, porque noto como mis mejillas se han puesto rojas, pero no un rojo claro ni rosado, un rojo fuerte y que se notaría a millas de distancia.

Llegamos a casa en un abrir y cerrar de ojos. Más pronto de lo que normalmente se me hace el viaje.

Me bajé de la moto y me anude la falda un poco ya que estaba arrugada de haber estado sobre la moto.

— ¿A qué no ha sido tan malo como pensabas?-dice con una sonrisa triunfante.

—Digamos que está pasable—ni loca le daré la razón, aunque es verdad que conducía realmente bien.

Tras decir eso le entregué el casco de malas maneras y entré en casa mientras oía la risa de Aiden a mis espaldas.

Me encontré un panorama que nunca había visto en mis diecisiete años de vida.

Mis hermanos estaban sentados en el sofá del salón, estaban cada uno con un libro en la mano y sin si quiera pelearse ni formular ni una sola palabra.

¿Acaso he entrado en la casa equivocada? ¿Qué diablos había pasado con mis hermanos?

Miro a Aiden que deja las llaves de la moto encima de la mesa como si nada.

— ¿¡Cómo has hecho esto!? ¡Yo siempre estoy peleándome con ellos para que estén tranquilos!—me quedo boquiabierta.

—Ha sido fácil, se lo he dicho y ya—se encoge de hombros.

—Mientes, fijo que les has amenazado con algo y te han hecho caso.

— ¿Tan malo crees que soy? —sonríe.

Me voy a mi cuarto sin contestar a su pregunta, prefiero dejarle con la duda.

MI NIÑERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora