Capítulo 2

161K 7K 2K
                                    

ANDREA

No me lo podía creer.

Pudiendo quedarme yo con ellos van y contratan a alguien para que los cuide. Bueno, mirándolo por el lado bueno, yo no tendré que ocuparme de nada, la niñera tendrá que limpiar, cocinar y cuidar de que los niños no se metan en líos.

¡Más tiempo libre para mí!

Me acosté con el móvil sobre mi mullida cama. Me gustaba ver las historias y publicaciones de Instagram que subían los chicos y chicas del instituto mientras disfrutaba de la soledad y de la comodidad que me brindaba mi cama. Así me podía enterar de todos los cotilleos o me reía de ellos por tonterías que hacen y publican más tarde.

Bueno... La verdad es que me fijo sobre todo en un chico del instituto.

No penséis que estoy enamorada ni nada, eh. Solamente me atrae un poco y me fijo en todo lo que hace, ya está. El chico este se llama Chad, es el capitán del equipo de baloncesto y pensareis: ¿Cómo puede una chica como yo fijarse en un chico como él?

Pues...

Yo siempre iba por el colegio perdida en mis libros y un día de noviembre había partido del equipo del colegio contra otro de los colegios privados de la región. Andaba por delante de las gradas ya que se llega antes a la biblioteca si pasas por el pabellón de deportes del colegio, además ese día estaba diluviando y elegí la opción de resguardarme de la lluvia durante el trayecto hacia la biblioteca.

Sin mirar nada más que las hojas de mi libro, no me di cuenta que el balón de baloncesto con el que estaban jugando, venía directo hacia mí a gran velocidad, con el riesgo de darme y hacerme bastante daño, cerré los ojos, esperando un impacto que no llegó.

Abrí los ojos admirando a quien había parado el balón en el aire. Y ahí estaba el capitán del equipo de baloncesto con su pelo rubio que le cubría casi hasta los ojos y sus ojos azules que harían que cualquier chica se derritiese en cuestión de segundos, parando el balón y salvándome una vez más de ser el hazme reír de todo el colegio.

— ¿Estás bien?—me preguntó Chad mientras le caían gotas de sudor y se deslizaban por su frente lentamente causando que se viese irremediablemente sexy.

—Emm... S-sí—dije tartamudeando por los nervios de tener a tal chico preocupado por mí.

Desde ese momento me empecé a fijar en él.

— ¡Andrea, deja el móvil que mañana hay instituto!—exclama mi madre desde el piso de abajo.

¿¡Cómo ha sabido que estoy con el móvil!? Esta mujer hay veces que me asusta.

Apagué la luz tras preparar la mochila con los libros que necesitaría al día siguiente y me acurruqué en la cama, arropándome hasta la cabeza con la suave manta. Tras varios minutos de maldecir la suerte que había tenido con esa pelea de comida y tener que limpiar la cafetería, me dormí.

Al día siguiente me vestí con el uniforme reglamentario de invierno, consistente en una camisa blanca de manga larga de tela más gruesa que la de verano, una falda y una corbata de cuadros verdes y azules, unos horrendos zapatos marrones y unos calcetines blancos que se extendían hasta la rodilla.

Aunque no me hable con nadie y tenga problemas con la gente, yo no tengo complejos, yo me veo bien tal y como soy.

Pero a decir verdad, cuando me insultaban en el instituto como con que estoy gorda y cosas así, pues no comía en dos o tres días, hasta que dejaran de decírmelo o hasta que estaba a punto de desmayarme.

Y diréis: Eso es un complejo.

Yo a eso no lo llamo complejo, lo llamo adelgazamiento rápido con la motivación de insultos.

Bajé y tras beberme un solitario zumo de naranja ya que por las mañanas se me cerraba el estómago y no tenía demasiada hambre, me fui al instituto cogiendo la mochila y el móvil antes de salir.

Ir a la escuela en bicicleta, me hacía pasar un buen rato, aunque solo fueran por unos minutos podía respirar aire fresco y disfrutar de la brisa mañanera rozando suavemente mi cara.

Llegué al instituto en más o menos unos veinticinco minutos y dejé la bicicleta atada a la valla del colegio con una cadena cerrada por un candado, cuya llave llevaba en un colgante en el cuello.

Entré a mi clase de siempre con los mismos compañeros plastas de siempre.

—Buenos días, Macarronia—me saluda Marilyn con una radiante y desafiadora sonrisa pasando justo a mi lado.

Sabía perfectamente que lo decía por la guerra de comida que según ella yo empecé, aunque fuese la mismísima Marilyn quien me tirase el plato de macarrones calientes a la cabeza con la intención de ridiculizarme ante toda la cafetería, la cual estaba llena hasta los topes de alumnos deseosos de comer algo y descansar mientras se relajan con sus amigos.

— ¿Macarronia, en serio?—pregunto atónita dejando caer mi mochila al suelo al lado de mi pupitre— ¿no tienes un insulto mejor? — digo mientras pongo los ojos en blanco.

—Bueno, mocosa, ¿qué se siente al tener que limpiar la cafetería una semana?—pregunta soltando una pequeña risa.

La verdad es que se sentía mal. Lo único bueno de tener que limpiar la cafetería era que lo tenía que hacer por la tarde, así nadie me vería mientras limpiaba las consecuencias de esa guerra de comida que yo no provoqué y quitaba chicles de debajo de las mesas con una pequeña espátula de metal.

—Marilyn, métete en tu vida y deja la de los demás—espeté sin mirarla.

—Parece que mi comentario te ha hecho daño...—dice—Vaya, la gordita no es tan fuerte como se pensaba ella.

Y ahí está el comentario más hiriente, el que más me afecta de todos los insultos existentes en la faz de la Tierra. Gorda. Era uno de mis mayores complejos y no había día que me lo recordaran.

—Marilyn... —antes de que pudiera rebatirle nada, la profesora de matemáticas entró causando que la saludáramos todos a la vez y acto seguido nos sentáramos en los asientos de nuestros respectivos pupitres.

Se ha salvado por los pelos pienso mientras me siento en mi sitio habitual y saco mi libro de matemáticas a la espera de que la profesora anunciara la página en la que se encontraba la lección de hoy.

Las clases pasaron rápido y como siempre tenía que aguantar que se rieran de mí ya estaba acostumbrada y aprendí a pasar de esos comentarios o por lo menos a mostrarme indiferente.

Cogí mi bici tras abrir el candado con mi llave y volví a casa disfrutando de mi único momento de paz durante el día.

Extrañamente había un coche de más. El de mis padres era un Audi A4 negro, pero a su lado había una camioneta de dos plazas y maletero al aire de color rojo desgastado.

Dejé la bicicleta en el gran garaje donde se encontraba el Audi de mis padres y entré con mi llave cuidadosamente por lo que me fuera a encontrar dentro de mi casa.

Allí estaban mis padres, cosa que era extraña porque siempre trabajan hasta tarde y mandan a alguien a recoger a mis hermanos o simplemente voy yo a recogerlos cuando termino el instituto.

Dejando las llaves de mi casa en el lugar donde guardábamos las llaves, me decidí a entrar en el salón, desde donde venían las voces de mis padres charlando de algo de mis hermanos. Cuando entré pude divisar a mi madre sentada en el sillón mientras que mi padre se encontraba a su lado de pie, ambos esbozando una sonrisa que a mí me dio escalofríos.

Dándome la espalda había un chico moreno y a juzgar por el tamaño de sus hombros, tenía que tener más de dieciocho años.

MI NIÑERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora