Capítulo Final: Nunca Te Subestimé

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Después de siete años uno pensaría que Draco debería estar acostumbrado a encontrarse con cualquier tipo de situación al llegar a su casa, la mansión Potter, pero hoy tampoco era el caso.

Para muchos podría ser una mañana cualquiera, pero en la mansión se vivía un día especial, razón suficiente para que Draco decidiera tomar sus guardias con antelación y así poder tener el resto de la semana libre para pasarla con su familia.

Luego de una larga noche de trabajo en San Mungo, Draco Potter llegaba a su hogar para quedar aturdido por la música que poco le hizo falta pensar para saber que provenía de la cocina. Dispuesto a regañar a su esposo por el volumen de la misma que desencadenaría que sus hijos se despertasen, entró a la habitación para encontrarse con una escena que nunca podría cansarse de ver.

Aun vistiendo su atuendo de cama, Harry se encontraba bailando y cantando como un desquiciado, usando un cucharón de madera simulando un micrófono y, por alguna razón que desconocía, con un trapo en la cabeza que apenas lo dejaba ver. Remus, de ahora veintiún años y con un puesto en el ministerio al lado de su tío Ronald como auror en el equipo de élite, usaba un par de ollas de acero en los que tamborileaba al ritmo de la canción; acompañando la parte instrumental también se encontraba el desteñido, James, de ahora quince años y presumiendo su pijama dorada y escarlata correspondiente a su casa, tocando su guitarra, aquella que tanto había pedido a su padre aprender a tocar y que Harry no tuvo mejor idea que pedirle a Drew, su ex de la reserva de dragones, para que le diera clases particulares.

Pero nada podría sacarle una sonrisa más grande al ver a esa platinada de ojos grises, bautizada como Cissy Delfi Potter Malfoy, de ahora cuatro años, vistiendo su pijama decorado con miles de corazones de diferentes tamaños y colores, subida en la mesada desayunador mientras trataba de imitar los pasos de su alocado padre. No faltando más, a su lado la despeinada pelirroja de ojos color miel, Lilianne Tori Potter Malfoy, de ahora tres añitos, la menor de la familia e hija biológica del mismísimo Zelig Potter, aunque eso era un secreto familiar, le seguía como corista al aún platinado de su padre de ojos verdes.

Ninguno parecía haberse percatado de la presencia de Draco pues estaba en silencio tratando de grabarse aquella escena tan adorable, solo hasta que se dio cuenta de que la calamidad parecía amenazar el momento.

Fue entonces cuando salen de debajo de la maldita capa de invisibilidad, los dos demonios Potter faltantes, Sirius Potter, el gemelo platinado que parecía mostrar la unión entre ambos padres con sus ojos verdes, y Régulus Potter, el gemelo azabache que era el calco de su padre biológico, ambos con apenas seis años, luego de tirar al aire un par de petardos marca Weasley que provocaron el susto en las niñas, teniendo como consecuencia que patearan los paquetes de harina con las que seguramente pensaban hacer las galletas de fin de semana. No obstante, la harina fue a parar directo al ventilador, ubicado al otro extremo de la mesada, que estaba encendido al ser un día de verano particularmente caluroso, haciendo que se esparciera por cada rincón de la cocina incluido cada uno de los Potter.

Aun así, entre tanto griterío de los niños por el susto, más la música y los petardos, Draco llamó la atención de todos al no poder contener más su carcajada ante todo el espectáculo que había presenciado, ignorando que hasta él no había podido librarse del polvo blanco.

- ¡Papá! – exclamaron los menores entre divertidos por su risa y asustados sabiendo lo que le gustaba el orden en la mansión.

- ¿Cómo era el bailecito ese? – preguntó a su marido que hasta ese momento contenía la risa por si llegaba a enojarse como era de esperarse, pero cuando ve la broma en el rostro de Draco, lanza su carcajada sin descaro.

Donante de AmorOù les histoires vivent. Découvrez maintenant