Capítulo 40: El Regalo Que Buscaba

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Mi depresión, mi desesperación, mi miedo, mi frustración iban en aumento con cada kilómetro que marcaba el maldito reloj del coche. Quizás tendría que haber prestado más atención a las clases de manejo que Ginevra me había brindado como regalo por mi cumpleaños. Un cumpleaños de lo más estresante y desolado porque no había estado de humor para festejarlo por obvias razones que ahora mismo me encontraba buscando. Maldito Potter.

Lo único que me importaba en este momento era que el palito blanco no llegase al rojo o no podría seguir avanzando hasta conseguir una gasolinera.

Un mago conduciendo. Un Malfoy conduciendo, sonaba aún peor. Oh, querido Lucius. Si en verdad estuvieses revolcándote en tu tumba, sinceramente, me gustaría estar viendo eso, o quizás no, tu esqueleto no ha de ser muy bonito y me causaría más pesadillas de las que tengo.

Hubiese sido lógico usar la aparición, pero al no tener idea de dónde quedaba ese lugar, era imposible. Además, se supone que será un poblado sin magia, que llegase, así como si nada, llamaría la atención, especialmente del obsesivo compulsivo de Harry, patología asignada por Hermione al perder la cordura por no encontrar ningún cabo suelto en el plan de Harry que lo delatara. No sabía si sentirme orgulloso del ingenio de Harry, pero tampoco quería caer en la desgracia de Hermione.

Debía ser tan cauteloso como fuera posible, al menos hasta tener el cuello de Harry entre mis manos suplicando perdón y prometiendo no volver a irse de mi lado. Sería capaz de ponerle una cuerda al cuello con algún hechizo que le impidiera siquiera hablar sin mi permiso.

Quizás ya estaba perdiendo la cordura como Hermione.

Que Harry jugara así con nuestra inteligencia era humillante para los perfectos alumnos que éramos, académicamente hablando por supuesto.

Un día completo me llevó poder encontrar el lugar. No es que fuera tan lejos, sino que había demasiados caminos y, aceptando mi inexperiencia, me perdí incontables veces. Tuve que parar a dormir y a comer en cada sitio que veía medianamente aceptable para reponer energías pues pensar las mil y una formas de torturar a Harry dejaban agotado a cualquiera.

Si en algo habían fallado los cálculos de Harry, era haberme enseñado lo bueno que era aprender a usar la tecnología muggle. Era de los pocos en la extensa y para nada normal familia que habíamos formado que sabía usar una computadora, pues Harry me había aconsejado usarla para mis negocios de inversiones que había reiniciado tras el ataque a James con tal de no dejarlo solo mucho tiempo.

Conseguir un mapa era medianamente fácil si los malditos poblados tuviesen la tecnología necesaria como, para mi maldita suerte me brindaba, no era el caso desde hace muchísimos kilómetros. Suspiro tras suspiro tuve que ir comprando mapas de la zona y pidiendo indicaciones, todo era tan rustico por esos lugares.

No era tonto tampoco, al menos no después de calmar mi cabeza luego de un par de horas manejando en medio de una tormenta helada que resoplaba esa noche por esos rumbos. Rumania no era un lugar muy cálido, pero ya venía preparado con mi bolso de viaje. Un bolso sin fondo cortesía de Hermione por mi cumpleaños, hecho de piel de dragón por lo que era indestructible, y con un hechizo rastreador cortesía de Ronald, quien, sospechando que lo decía por vivencia propia, dijo que era por las dudas.

Allí guardaba prácticamente todo. Mi abrigo de piel de lobo que Harry me había regalado para navidad, quizás como una señal de lo que se avecinaba; y mis pócimas con las que ahora pasaba desapercibido al cruzar de un poblado a otro con una apariencia diferente. En esos rumbos ser platinado no era bien visto y llamaría mucho la atención. Harry podría estar en cualquier lugar esperando la mínima sospecha para salir corriendo de nuevo.

Donante de AmorWhere stories live. Discover now