Capítulo 20: Susto de pánico

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Aún recuerdo ese día, o noche. Era tormentosa, la peor que hubiese visto caer en Londres y sus calles parecían un mar creciente. El viento azotaba todas las ventanas y puertas que por descuidos dejaban abiertas. La calma que rodeaba mi cuerpo no contrastaba en nada con ese ambiente, el calor que acobijaba mi pecho podría derretir toda la nieve acumulada en el pórtico de la casa. Una casa en donde me esperaba una cama. Una cama donde se encontraba otro amor de mi vida al cual no demoré en abrazar por su espalda.

- ¿Todo bien? – murmuró sonriendo y adormilado mi pelirrojo preferido.

- Creí que dormías – susurro a su oído mientras disfrutaba de besar su estilizado cuello.

- No me esquives la pregunta, amor – dice volteándose para mostrarme sus bellos ojos color miel, acariciar mi mejilla a la vez que rodeaba mi cadera con su pierna libre, atrayéndome más hacia él.

- Los tres están bien. Fue un varoncito – digo con pesar, sin poder evitar que una lágrima escapara de mis ojos, pero él rápidamente me la limpia.

- Estarás bien, cariño. No estás solo – susurra mientras dejaba un rastro de besos por todo el largo de mi quijada para terminar en mis labios, tan castos y puros como lo eran su alma y su corazón – Y te dejé un pedacito de mí para cuando creas que sea el momento – agrega mientras acariciaba mi cabellera que parecía más rebelde que nunca, pero él era el único que nunca se había quejado por ello, incluso siempre le gustaba más alborotado.

- ¿Y si no puedo hacerlo? – pregunto entre suspiro, solo él podía calmarme.

- Quizás no tenga magia como tú, pero me considero tan brujo o mago como tú. Sé que algún día te animarás a hacerlo, y sé que ese día estarás junto a él – dice mostrándome su hermosa sonrisa pacificadora, haciendo que sus pómulos se inflaran adorablemente y sus ojos brillaran como nunca había visto a nadie hacerlo.

Me amaba tanto que nunca tuve la necesidad de leer su mente para saberlo. Solo le devolví la sonrisa agradecido antes de besarlo mostrándole todo mi amor.

- Te amo, Zelig – susurro a su oído a la vez que impregnaba mi nariz con su dulce aroma a vainilla que me cautivaba día tras día.

- Te amo, Harry. Gracias por dejarme amarte. – bufé al darme cuenta de que era el pelirrojo de mi vida, aquel que quizás estaba destinado a mí, marcado por la ridícula maldición Potter. O quizás solo eran muchas coincidencias.

Zelig Kovalev era un muggle tan ordinario como cualquiera, pero a la vez tan mágico como cualquier mago de nacimiento. Me hechizaba con su mirada y me doblegaba con su sonrisa. Era el tutor que había contratado para Remus cuando decidió pasar un año en Rusia conmigo, por lo que el cambio de colegio también fue necesario. Era alto, con los músculos finamente marcados y con una increíble melena pelirroja con la que presumía su exuberante belleza. Pecas en sus mejillas y nariz adornaban su rostro dándole un tono ruborizado natural. Pero nada era más hermoso que su corazón, tan cálido que no me pude resistir a caer dentro de él.

Murió dos semanas después de que James naciera. Él mismo me había convencido esa noche para que fuera a verlos en cuanto la llamada de Luna me avisó de que ya estaban en el hospital. Nunca dejó de decirme que volvería a tener otra oportunidad con Draco, por más que le dijera que estaba más que bien junto a él. Un tumor muy avanzado lo arrebató de mis manos en menos de un mes de haber recibido su diagnóstico.

Otra vez había perdido a un ser amado. Andrómeda y Remus tuvieron que sacarme de la depresión que sufrí en ese momento. Fueron solo unos meses, pero tan intensos que parecieron décadas juntos. Había tanta confianza que me atreví a mostrarle el mundo mágico, estaba tan orgulloso de que fuera un mago que nos atrevíamos a mostrarnos vestidos de túnicas en Rusia muggle, incluso frente a su familia, la cual me aceptaron de inmediato. Su madre era tan hermosa como él, amorosa como Molly. Tenía tres hermanos más, aunque uno vivía en Londres, de allí la referencia para que fuese tutor de Remus. Zelig era uno del medio, pero aun así el más alto de ellos, y el único pelirrojo. Su padre era un desconocido para sus hijos, su madre se encargó de cuidar a toda la familia. Sus ojos fueron la única herencia que le dejó su padre. Sus hermanos también eran buenas personas, cada uno ya con su familia compuesta.

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