Capítulo 35: Reserva de Bestias Aladas

539 41 7
                                    

-------- ---- ------ ------

Todo iba de maravilla. Era lo que me repetía una y otra, y otra vez para, aun así, no llegar a creérmelo. Más allá de la desolación, el remordimiento y la terquedad que me inundaba en cuerpo y alma me sentía débil sin mi magia, sentía un vacío en mi cuerpo. Era una sensación horrible. No podía evitar pensar que James sufría de la misma manera.

Luego de un viaje que ni recuerdo porque terminé inconsciente sin saber cómo Buckbeak había logrado mantenerme sobre su lomo en semejante estado y a la vez mantenerme abrigado del frío avasallante que prodigaban esos aires, me pasé una semana completa sin salir del sofá de mi sala donde había dejado todo preparado para lo que iba a ser mi regreso.

Fue una recuperación muy lenta y algo dolorosa, aunque el haberlos dejado era lo que más pesaba en mi pecho y en mi consciencia. Intentaba no imaginarme cuales serían sus reacciones, definitivamente estarían rabiosos por mi partida tan repentina pues cualquier indicio era una buena razón para no alejarme de ellos. Estuve a pocos segundos de decirle a Draco todo lo que siempre debí decirle, que lo amaba más que a nadie.

Pensar en Draco culpándose por no darse cuenta de cómo ilusamente había ignorado el hecho de que había dejado el coche en la estación de trenes y de haber regresado esa tarde en el autobús noctambulo, lo había hecho aflorar tanta nostalgia que ni se había percatado del engaño que llevaba tramando desde tan temprano ese día al recordar las veces que paseábamos en él, en nuestros lugares preferidos en el último piso de éste.

Recriminándome el falso llamado de Theodore que le anuncié esa noche, y por no dejarse llevar por su instinto de quedarse a mi lado sabiendo que algo me ocurría, más nunca pudo imaginarse que un despliegue tan simple y sencillo desencadenaría tantas cosas.

Solo esperaba que la recuperación de James fuese algo rápido y que ambos llegasen a disfrutar de la dicha de esa magia que seguramente cosquilleaba en el cuerpo de James, como lo había hecho en el mío alguna vez.

También me imaginaba la cara de Draco al notar el cambio en el cabello de su hijo, para mí era como la señal de que algo le había dejado de todo esto. Draco me mataría de saber que eso me brindaba orgullo y satisfacción, y que no podía borrar mi sonrisa cada vez que lo recordaba.

Al otro que hice preocupar fue a Remus. Debido a mi estado, se asustó al no recibir noticias mías durante los primeros días. Ese diario que le había regalado podía tener sus contrariedades como era el caso. Me llevó toda una noche tratar de calmarlo y convencerlo de que sí íbamos a poder vernos en las vacaciones de pascuas como habíamos acordado. Por fortuna, había sido en un fin de semana y, al trasnocharnos, pudo descansar durante el resto del día al igual que yo.

La rutina era sencilla una vez con las fuerzas repuestas. Desayunar mi batido de frutas que le daba gusto al suplemento vitamínico que Luna me había aconsejado beber si mis defensas bajaban demasiado; leer el periódico local que Canuto, el boyero de Berna que habíamos adoptado junto a Zelig al mes de comenzar nuestra relación, me traía desde las afueras de los terrenos protegidos de mi propiedad de tan adiestrado que estaba, y las noticias matutinas del mundo muggle en la televisión para agrandar el repertorio limitado del pueblo.

Luego era comenzar el recorrido por los límites donde solían aparecer algunas nuevas criaturas aladas que llegaban por refugio acompañando a los ya huéspedes de la reserva.

Una reserva secreta, oculta bajo un Fidelio muy poderoso, y con todas las protecciones antirrastreo de las que yo mismo conjuré antes de mi visita a Londres. Un hogar de residencia para todos los hipogrifos y caballos alados desde hace dos años, cuando me decidí a crearla.

Hasta la fecha contaba con una manada de Abraxan muy territorial y orgullosa. Era majestuoso verlos pavonearse por los alrededores con sus melenas rubias que brillaban con la luz del sol que era en donde disfrutaban estar. Los Aethonan eran muy similares, pero con una presencia más imponente, aunque mucho más rústica pues parecían unos caballos salvajes solo que con unas enormes alas generalmente de tonos oscuros como sus cuerpos, ideales para camuflarse por entre los árboles.

Donante de AmorWhere stories live. Discover now