Capítulo 1: La Carta de Luna

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La guerra había terminado dejando atrás muchas consecuencias y repercusiones que debieron ser solucionadas de inmediato, y quién mejor que el niño salvador para reconocer a todos los mortífagos implicados. Me tuvieron encerrado en el ministerio, en el décimo piso para ser exacto, donde se llevaban todos los juicios. Mi cabeza ya casi quedaba vacía de los pensamientos que me sacaban, con mi consentimiento, para usarlos de pruebas cuando pillaban a los culpables.

Muchos habían escapado y los Aurores no estaban seguros de a quién precisamente debían buscar ya que de nombres mucho yo no sabía. Por ello me llevaban a sus misiones de campo para apresarlos, claro que al comienzo era un simple asistente del jefe de la cuadrilla que señalaba a los culpables. Eso solo duró un par de semanas, hasta que me vi implicado en una de las redadas a una cantina muggle donde vi la necesidad de enfrentar a un grupo de mortífagos cuando acorralaron a un par de Aurores, salí victorioso de milagro.

Fue emocionante y a la vez escalofriante, aun venciendo a Riddle me consideraba un inexperto adolescente, pero mentiría si dijera que no había disfrutado del duelo contra esos delincuentes. Me recordaron a cuando estuve en el duelo junto con mi padrino Sirius, sin duda, a pesar de cómo había terminado, era uno de los recuerdos más preciados que tengo con él.

Gracias a mi hazaña, el jefe de la cuadrilla comienza a considerarme parte de sus hombres, los cuales no dejaban de tratarme como un héroe, eso sí lo detestaba, aunque me subía la autoestima, a decir verdad. Fueron meses increíblemente agotadores, me dieron un curso extremadamente intensivo para convertirme así en el auror más joven, especializado en el rastreo gracias a mi nueva habilidad, de la cual no me había percatado, de percibir la magia oculta.

La descubrí una noche cuando terminábamos de cenar en una taberna con los ahora compañeros de cuadrilla. Vi salir a un par de sujetos vestidos de muggle, los seguí sin decir nada y los aturdí sin remordimiento alguno cuando estaban adentrándose a un callejón donde posiblemente se desaparecerían. Los otros Aurores estaban detrás de mí, observándome con dudas y expectación mientras terminaba con los glamour que usaban los sujetos, que resultaron ser dos mortífagos, los hermanos Carrow. No supe explicar lo que había sentido para tener que actuar así, sobre todo porque ni yo mismo podía entenderlo, así que tuve que decir que vi sus miradas sospechosas al reconocerme dentro de la cantina.

Así estuve varios meses, iba a seguir, pero Molly Weasley intervino con el ministro, que ahora era Kingsley temporalmente, para que me dejaran volver al colegio y terminar junto a mis amigos el último año. Todos los de séptimo del año del año anterior tenían la posibilidad de volver al colegio para terminar sus éxtasis que fueron interrumpidos con la batalla de Hogwarts, sin decir que las clases de ese año fueron desastrosas para todos, aunque los buenos profesores habían intentado mantener el nivel.

Hubiese preferido quedarme a descansar antes que volver al colegio, pero bajo las promesas de que todo sería mejor y más tranquilo por parte de todos, me dejé convencer a último momento. Si eso me daba un respiro para dormir y recuperarme, lo aceptaba. Pero algunas cosas eran inevitables.

Como cada inicio de ciclo, la estación estaba abarrotada de estudiantes y padres que se despedían entre risas y llantos, eso era algo que nunca había podido sentir a pesar de tener a los Weasley, pero no era lo mismo, lo sentía así, aunque nunca lo había podido experimentar. Suspiré mientras me adentraba buscando a mis amigos, estaba agotado, recién volvía de una misión de la cual no salimos muy victoriosos a pesar de seguir vivos.

Venía acompañado por dos Aurores de la cuadrilla cuidándome la espalda, me sentía vigilado e incómodo, no solo por ellos, sino por todos que giraban a observarme. No era por darme aires de grandeza, pero me limité a levantar la cabeza y caminar a paso firme con gesto de pocos amigos, dejando en claro que no debían molestarme, y agradecí que no lo hicieran, pero sospechaba que se debía más a mi traje de auror que a mi presencia. Kingsley había sugerido que lo usara porque era mi deber, aunque ahora sospecho que era más bien para causar algún tipo de intimidación, pues ahora los Aurores tenían mucho poder para actuar ante la mínima agresión que percibieran, yo incluido.

Donante de AmorWhere stories live. Discover now