Pensé que pasar mi cumpleaños en el hospital no era tan malo, estaría en soledad y nadie se podría reír o burlarse de mi.

—Venga, vamos—dice Aiden mientras hace un ademán de ayudarme a levantarme.

Me fui a levantar pero me di cuenta unos segundos después de que llevaba la bata del hospital.

—¿Puedes salir un momento?—dije nerviosa.

—¿Por qué?—pregunta doblando la manta que me habían dado para arroparme por si tenía frío en algún momento.

A parte del castigo de estar en el hospital me a tenido que tocar un niñero cortito.

—No querrás que vaya con estas pintas por la calle, ¿no? Parece que acabo de salir de un manicomio—pregunto incrédula ante su indiferencia.

Me mira de arriba a abajo, cosa que me hace sentir como si mis mejillas estuvieran ardiendo, y sonríe.

—No entiendo por qué no puedes ir así, estás muy mona—se encoge de hombros.

Espera... ¿qué?

¿Me ha dicho que soy mona?

—Está bien... pero cinco minutos—añade al fin.

Sale por la puerta cerrando esta a su paso.

Me cambio en el baño a la ropa que tenía cuando me trajeron al hospital y salgo mirando a Aiden mientras sujeto el móvil con una mano y con la otra dejo la bata de hospital doblada sobre la cama.

—Muy bien, vamos—dice al divisarme saliendo por la puerta de la habitación.

Antes de salir por la puerta del edificio, una de las enfermeras nos para.

Se nota que le gusta Aiden de alguna manera ya que hay dos botones de su camisa desabrochados de más, seguro quiere algo con él y ha pensado que así podría conseguirlo.

—¿Ya se van?—pregunta con una amplia sonrisa mirando hacia Aiden.

—Sí, ya me he recuperado—añado dándole una sonrisa fingida.

—Eso veo—contesta como si desaprobara que me hubiese recuperado y que como consecuencia no pudiera ligar más con Aiden.

Pongo los ojos en blanco al tener que aguantar semejante actitud de una enfermera.

Noto como Aiden me coge poco a poco de la mano, roza sus dedos hasta enlazar su mano con la mía y me da un pequeño beso en la mejilla.

—Sí, es que mi novia es muy fuerte, bueno, ya nos vamos, adiós—se despide dejando a la enfermera sin palabras, atónita por lo que acaba de pasar ante sus ojos.

Aunque yo estaba igual o peor que ella. Pensar que Aiden estaba agarrándome de la mano y la forma en la que había acariciado mi brazo y mi mano hasta llegar a entrelazar sus dedos con los míos.

Salimos por las puertas automáticas del hospital y me doy cuenta de que seguimos cogidos de la mano mientras vamos al coche de Aiden.

Decidí no decir nada, se estaba bastante bien agarrándole de la mano.

Me abre la puerta del coche como un caballero y yo le suelto la mano instintivamente para poder subirme a la camioneta.

Esta vez se había traído su camioneta y yo le daba gracias al Dios por qué la haya traído en vez de la máquina de la muerte que él llamaba como su moto.

Conduce hasta casa con suavidad y tranquilidad ya que no quería hacer ningún movimiento brusco por que acababa de salir del hospital.

—¿Ocurre algo hoy?—pregunté mirándolo ya que quería saber si por lo menos él sabría que es mi cumpleaños.

—¿Hoy? No hay nada que yo sepa—se encoge de hombros sin apartar la mirada de la carretera.

Vaya... no me esperaba... esto.

—¿Es que pasa algo hoy?—pregunta girando el volante hacia nuestra calle.

—Emm, no...—contesto con un hilo de voz apartando la mirada.

Bajo la cabeza intentando aguantar las lágrimas que quieren salir de mis ojos ya que ni mis propios padres se habían acordado del día de mi cumpleaños, mientras Aiden aparca enfrente de mi casa.

Abro la puerta un poco decepcionada y antes de abrir la puerta de mi casa Aiden me tapa los ojos.

—¿Qué haces idiota? ¡Déjame ver!—exclamo extendiendo las manos hacia adelante para intentar no chocarme con nada a mi paso.

Abre la puerta lentamente y me quita las manos de los ojos dejándome ver lo que ocurría.

Dios mío.

Blanca, Alma, Will, Carlota, Max, Nick y Angie. Estaban allí todos. Estaban en mi casa todos juntos aguardando por Aiden y por mi.

—¿Qué hacéis aquí?—pregunto mirando a todos los presentes con una sonrisa mezclada con sorpresa.

—¡Feliz mayoría de edad!—exclama Alma dándome un abrazo.

¿¡Qué, como lo saben!?

—¡Un brindis!—dice Nick mientras saca unos botellines de lo que parecía ser cerveza o Larios, o yo que sé, y me tiende uno a mi y luego a Angie.

—Alto ahí—se lo quita Aiden de las manos—ella no bebe.

—Aiden, tranquilo, ya es mayor de edad, déjala que disfrute de la buena vida—intenta convencerle Max.

Aiden le mira mal y me tiende el botellín, pero no sin antes decirme que solo ese; pero ninguno más.

—Tranquilo, tengo 18, sabré controlarme—añado.

Encienden la música a tope.

No se cuantos botellines de esos llevaba ya bebidos, pero más de cinco seguro.

Nunca había experimentado esta sensación de euforia por nada en concreto y de mareo teñido de felicidad.

Todos ya se habían ido a sus casas.

¿Qué hora seria?

¿Las 4:00 de la madrugada?

No tenía ni idea pero comenzaba a ver borroso.

—Creo que has bebido de más—dice Aiden mientras me observa tambalearme un poco.

—¡Pero que dices, estoy bien!—exclamo despreocupadamente mientras sin darme cuenta me inclino a un lado.

—Para nada, no estás bien—responde sujetándome de los hombros y la cintura.

MI NIÑERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora