Me giré para volver a entrar justo cuando veo la espalda de Aiden, él entró antes que yo.

Entonces mis neuronas comenzaron a funcionar y los engranajes de mi cabeza empezaron a girar con rapidez...

¡Estoy sola en casa con Aiden!

Bajé de la nube. Esto tiene que ser una maldita broma.

Me pellizco el brazo con el objetivo de que no fuese realidad.

¡Ai!

Vale, es la realidad.

Me adentro en casa un poco sonrojada. No me esperaba que mis padres, sabiendo que mis hermanos se van, me dejaran sola con un chico de veintitrés años, desconocido, pero no un simple desconocido, un desconocido de lo más atractivo.

¡Despierta Andrea!

— ¿Quieres pizza para cenar? —me pregunta con una sonrisa.

—Vale.

— ¿De qué sabor la quieres?—me pregunta mientras sacaba su móvil del bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros para buscar en Internet el número de la pizzería más cercana.

—De jamón York y queso—digo tras pensármelo unos segundos.

—Está bien, ahora llamo... ¿te encuentras bien? Estás muy roja—pregunta de repente pillándome totalmente desprevenida.

Me toca la frente para cerciorarse de que no tengo fiebre.

Yo me aparto con la respiración agitada.

— ¡Estoy bien!—exclamo nerviosa sintiendo que los latidos de mi corazón se han puesto a mil.

Aiden me mira extrañado por mi arrebato pero no le da demasiada importancia y se acomoda en el sofá tras llamar a la pizzería.

Pasó una hora y ya estábamos poniendo la mesa para ponernos a comer.

—Coge dos vasos, mientras yo cojo la Fanta de Naranja—me pide Aiden.

Odio tener que coger los vasos, o por lo menos intentarlo. El armario de los vasos está un poco alto y digamos que yo no soy muy alta.

Me poso sobre la alfombrilla gris que hay delante del fregadero, ya que el armario de la vajilla está sobre el fregadero. Me alzo de puntillas para intentar agarrar por lo menos los vasos más cercanos. Cojo con éxito el primero, lo dejo en la mesa e intento coger el siguiente. La alfombrilla se arrugó haciendo que yo me resbalase mientras me daba un calambre en el tobillo y me cayese.

Oí el ruido de cristales rompiéndose mientras esperaba un golpe que no llegó.

Abro los ojos y me doy cuenta de que Aiden me está sujetando evitando que me caiga sobre los cristales. Su mano derecha estaba sujetándome de los hombros por detrás y la izquierda estaba rodeándome por la cintura.

Nos estamos mirando a los ojos, hasta que yo bajo a sus labios y me quedo unos segundos admirando esos carnosos labios, pero entonces despierto de mi trance y me levanto un poco aturdida tras aclararme la garganta bastante incómoda.

— ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?—me pregunta mientras me examina de arriba a abajo—oh no, te has hecho una herida en la rodilla, voy a por el botiquín.

—No es para tanto, no es nada—admito mientras observo el pequeño rasguño que me ha provocado uno de los cristales que había salpicado del suelo al caer el vaso.

—Eso hay que desinfectarlo, o podría ser peor.

Sin previo aviso, coloca sus manos lentamente en mi cintura y me sube a la encimera de la cocina de un pequeño impulso evitando que pudiese hacerme daño de nuevo con los cristales que aún estaban esparcidos por el suelo.

— ¿¡Qué haces!?—pregunto sorprendida.

No pensé que haría eso, solo me había parecido extraño que se comportase así tras haber estado comportándose como un autentico imbécil durante toda esta semana, además la herida que me hice era superficial y no necesitaba ningún tipo de cuidado especial.

—Espera aquí—dijo y se fue.

Volvió a los pocos segundos sujetando con sus manos el botiquín que guardábamos en el armario del baño y que solo utilizábamos en caso de emergencia.

Se arrodilló frente a mí y sacó agua oxigenada, medicina y una gasa para luego tapar la herida y evitar que me rozase con algo.

Mientras me curaba yo le observaba con atención. Sus manos me desinfectaban la herida con cuidado y precisión. Admiraba sus anchos hombros y su castaño pelo revuelto.

—Tienes que tener más cuidado—dice abriendo el la cajita donde estaban las gasas.

—Yo solo seguía tus órdenes—me excuso.

Aiden me mira con una sonrisa tornada a tierna y divertida. Él era consciente de que intentaba picarle y sacar unas risas de esa situación e inexplicablemente me siguió la corriente.

—La rebelde Andrea Donovan, ¿siguiendo órdenes?—pregunta Aiden con una sonrisa.

—Sí, y mira lo que ha pasado—me rio.

Suelta una carcajada.

—Ya está—dice mientras se pone de pie—limpio los cristales y después nos ponemos a cenar, ¿vale?

Tras recoger los cristales y tirarlos, se acerca a mí de nuevo y me coge en brazos como una princesa para luego posarme suavemente en una de las sillas que se encontraban frente a la mesa.

— ¿¡Pero se puede saber que haces!?—exclamo atónita sintiendo como sus manos me rozan.

—Ya ha sido bastante con esa herida, no quiero que te tuerzas el tobillo o algo peor.

—El engreído Aiden Franklin, ¿tiene miedo? Pensé que no viviría para ver eso—me río a lo que él suelta una carcajada.

—No te pases Donovan, yo no tengo miedo—me advierte.

—No parecía eso hace cinco minutos, Franklin—le desafío.

Reímos a la vez, para comenzar a cenar. Tal vez esto no sea tan malo como yo pensaba.


MI NIÑERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora