Epílogo

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Habían transcurrido varias horas desde la llegada del ocaso. El ulular de los búhos y el aullido de algunas pequeñas manadas de lobos eran los únicos ruidos que interrumpían la quietud que reinaba en el "Bosque de los Secretos". Amadahy sabía muy bien que a su padre, el jefe principal, no le agradaría para nada que ella saliese a escondidas para ir a darse un baño en las refrescantes aguas de la "Gran Cascada del Águila Blanca". Los sabios del clan le habían advertido en incontables ocasiones de los grandes peligros que podrían acaecerles a quienes se atreviesen a desafiar a los espíritus que mueren y renacen en medio de la oscuridad. Pero a ella esas leyendas no la asustaban en lo más mínimo, pues era muy habilidosa con el manejo del hacha y se había convertido en una excelente arquera. Además de eso, poseía un par de piernas fuertes y veloces, capaces de correr varios kilómetros sin ningún problema. Ya tenía poco más de seis años de experiencia defendiéndose contra toda clase de animales salvajes, razón por la cual poseía amplios conocimientos sobre cómo enfrentarse sola ante los riesgos.

Aquel día había sido más agotador que de costumbre para todos los miembros del equipo de cacería. Y para ella, siendo la líder, cada jornada significaba que debía cumplir con un sinnúmero de pesadas obligaciones que los demás cazadores no tenían. Todo el clan dependía de su pericia en el rastreo de olores o huellas, aunado al diseño de trampas eficaces, ya que la caza era una de sus principales fuentes de alimentos diarios. Aquella temporada estaba resultando más trabajosa que todas las anteriores. Eso se debía a que muchos de los venados habían enfermado, los pavos estaban casi en los huesos y los conejos parecían haber desaparecido por completo, como si les hubiese sobrevenido la extinción de manera repentina. Para colmo de males, una parte considerable de las cosechas de maíz y frijoles estaba muy dañada a causa de las voraces plagas de insectos. Era una ardua tarea encontrar suficiente comida, y más complejo aún lograr distribuirla bien entre la populosa tribu de los aguerridos Páyori.

Los pies de la muchacha estaban hinchados y repletos de diminutos cortes. Tenía varias magulladuras en las extremidades y un creciente dolor de espalda. Desde su punto de vista, no existía un mejor remedio que nadar desnuda bajo las cristalinas cataratas de su pueblo para reducir el cansancio físico y sanar sus heridas más rápido. Por dicha razón, muy a menudo desobedecía tanto las órdenes de su progenitor como los consejos de los ancianos y se iba a visitar la gran caída de agua sin compañía de ninguna especie, justo en mitad de la noche. Nunca se había topado con nada que resultase ser una amenaza real, puesto que la mayoría de las criaturas silvestres pasaban lejos de donde ella se hallaba o salían huyendo despavoridas en cuanto la escuchaban imitar el rugido de un felino enfurecido. Pero ese hecho estaba a punto de cambiar para siempre. Aquella fecha resultaría ser inolvidable para la valerosa joven de tez canela.

Tras haber nadado durante un cuarto de hora, Amadahy se acercó a la orilla para asirse de una sólida masa rocosa que solía utilizar como apoyo para salir de las aguas con facilidad. Una vez que estuvo de pie en tierra firme, sujetó con firmeza su larga cabellera de resplandeciente azabache para así eliminar el exceso de humedad de la misma. Se colocó de nuevo la vestimenta de piel de búfalo que traía puesta antes de bañarse. Ya estaba lista para regresar a la aldea, pero un ligero susurro ininteligible llegó a sus oídos y la hizo detenerse en seco. Su ritmo cardíaco se aceleró al tiempo que se giraba con premura. Estaba preparada para luchar cuerpo a cuerpo o para escabullirse a toda velocidad, según lo demandasen las presentes circunstancias. Para su sorpresa, el ambiente seguía tan calmo como de costumbre, lo que la llevó a pensar que se había imaginado el extraño murmullo. Respiró hondo varias veces, tras lo cual decidió ponerse en marcha.

—Por favor, vuelve... Necesito de tu ayuda... No me dejes morir aquí... —musitó una quebrada voz femenina desconocida.

La muchacha se volteó de un salto. Todos sus músculos se tensaron y sus anaranjados ojos estaban bien abiertos, atentos.

—¿Quién está ahí? Le pido que se muestre o me veré en la obligación de atacarlo si insiste en esconderse de mí —declaró ella, sin el más mínimo atisbo de temor en su tono.

—Necesito ayuda... Estoy atrapada... Te suplico que no me abandones...

Esas palabras dejaron aún más confundida a la chica. No había nadie en frente que pudiera estar pronunciando esas palabras. Los alrededores carecían de sitios que resultasen prácticos para ocultarse. "¿Será acaso este uno de los espíritus de los que me hablaron los ancianos?" se preguntaba Amadahy para sus adentros. La respuesta a su interrogante vino más pronto de lo que ella se pudiese haber imaginado, ya que una tenue luz proveniente del fondo de la cascada le indicó que esa era la fuente de la incorpórea voz. A pesar de que un cierto recelo le indicaba que no se acercara, su curiosidad era más grande que cualquier otra cosa. Caminó a paso firme hasta la orilla, se desnudó otra vez y se zambulló de inmediato. Llegar hasta el punto luminoso fue sencillo, dado que se trataba de un río poco profundo y su capacidad de desplazamiento en el agua era bastante buena. El objeto en cuestión tenía el tamaño de una manzana y la forma de un cubo de puntas redondeadas. Tan pronto como la joven posó su mano sobre el mismo, una vívida seguidilla de imágenes le fue mostrada.

Había una chiquilla de cabellera dorada que vagaba por un vasto campo repleto de arena grisácea, desprovisto de vegetación. El rostro de esta exhibía una desgarradora mueca de tristeza. De sus cuencas manaban copiosas lágrimas y de su boca se escapaban múltiples sollozos. Luego, contempló una enorme pila de cadáveres en avanzado estado de descomposición. Estaban rodeados por un grupo de horripilantes monstruos pálidos que se reían a carcajadas. La siguiente escena se enfocaba en un hombre arrodillado cuyo cuerpo estaba cubierto por unas renegridas marcas que simulaban las ramas de un árbol. El temblor de sus brazos, su entrecejo fruncido y sus sonoros jadeos indicaban que algo lo atormentaba. Para terminar, la azulina mirada de un muchacho se encontró con la suya. Estaba tumbado en el suelo, atrapado por una gigantesca red. Él articulaba un ruego en voz baja: "Mi hermana tiene que vivir. No permitas que los Olvidados hallen lo que nos ha quedado de ella. Por favor, protégela". Las imágenes se detuvieron en cuanto el chico concluyó su sentida plegaria.

Aquellas impactantes revelaciones habían hecho que Amadahy ignorase la falta de aire en sus pulmones por más de dos minutos. Un molesto martilleo en sus sienes y unas fuertes punzadas en el pecho le hicieron recordar que estaba debajo del agua. A pesar de su aturdimiento, todavía tenía fuerzas para salir a la superficie, así que tomó consigo la piedra transparente y braceó con gran potencia. En cuanto hubo recobrado el aliento, salió del río y se puso a examinar el cubo de cristal. Este parpadeaba de manera intermitente y emitía un agradable calor. La joven notó que sus traslúcidas paredes se habían empañado, por lo que se apresuró a frotarlo con suavidad, siendo ayudada por su vestido, el cual seguía tirado en el suelo, justo en donde ella lo había dejado. Al hacer eso, la onda calórica aumentó su intensidad y en sus palmas aparecieron unos llamativos dibujos que lucían como incandescentes flamas. "El pacto de fuego ya se ha realizado", murmuró la misma voz femenina del principio. Sin darse cuenta, la muchacha sostenía en sus manos un preciado tesoro que definiría el destino de muchos seres...

FIN DEL PRIMER VOLUMEN

Continúa en "Pacto de Fuego".

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora