Gemelos

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Dahlia volteó la cabeza hacia a la derecha con la intención de hablarle a Milo. Quería preguntarle algo acerca de la bella Sherezade, pero se detuvo en seco. Sintió un extraño vacío en su pecho y la voz se le apagó. Ella no podía creer lo que estaba contemplando. Su semblante revelaba la gran mezcla de emociones encontradas que le producía la escena. Exhibía un mohín que combinaba asombro con curiosidad y algo de temor al mismo tiempo. Ella hubiese jurado que había entrado en aquella misteriosa habitación junto a Milo y que fue él quien hacía sólo un momento le había susurrado. No obstante, la imponente figura que tenía ante sí podía ser cualquier cosa menos el chico con el que había venido.

Junto a Dahlia se erguía una majestuosa figura de unos tres metros de estatura, con rasgos muy varoniles y, sin embargo, para nada humanos. La criatura estaba vestida con una elegante armadura de plata que le cubría el torso. Su piel parecía estar hecha de alguna piedra preciosa desconocida, ya que resplandecía con suaves matices azulados y rojizos, dependiendo de sus movimientos y el ángulo de la luz que la iluminase. Sus brazos y piernas revelaban una musculatura definida y llena de vitalidad. Su cabellera le llegaba hasta los tobillos y era muy lisa, de una tonalidad verde oliváceo que por momentos cambiaba a naranja encendido. De su espalda salían tres enormes pares de alas membranosas, similares a las de un murciélago. Cada uno de los pares tenía un color distinto: escarlata, magenta y cian. Pero de todo el imponente conjunto de sus características físicas, la que más impacto causaba era su penetrante mirada. Parecía haber una pequeña galaxia atrapada en cada una de sus cuencas, con millones de diminutas estrellas fulgurantes cambiando de lugar de manera constante.

Sin percatarse, la quijada de Dahlia estaba a punto de rozarle las rodillas por la inconmensurable fascinación de que era presa en ese momento. Todavía no recuperaba el aliento ni podía acomodar el caos de sus pensamientos como para ser capaz de articular un enunciado coherente, así que la extraña criatura decidió ser la que rompiera el silencio y la tensión en la atmósfera.  

—No pretendía manifestar ante ti mi verdadera forma tan pronto, pero al parecer Sherezade juzgó que era lo mejor. No te preocupes, ni ella ni yo te haremos daño alguno —aseguró el gigante, con una voz profunda y resonante, como si un trueno estuviese anidado en su garganta.   

—¿Qué... quieres... decir... con... tu... verdadera... forma? —inquirió Dahlia, vacilante.

—Soy yo, Milo —se apresuró a contestarle la criatura.

Antes de que Dahlia pudiera decir algo más, Sherezade atrajo su atención al rozarle el hombro derecho con un mechón de sus negros y ondulados cabellos.   

—Hay algo muy importante que debes saber, pequeña. Cuando estabas en el vientre de tu madre, no estuviste sola. Tienes un hermano gemelo, pero él no nació junto a ti, como sería común esperar en el mundo de los humanos. Justo en el momento de la concepción de ambos, yo establecí una conexión psíquica con ustedes. Pude entonces tener un breve vistazo de lo que estaba por venir en sus vidas. Por el bien de la humanidad, escogí a tu hermano para que viniera conmigo y lo implanté en mi vientre. Antes de eso, le pedí permiso a Déneve para hacerlo, a través de una visión, la cual le hice olvidar poco después. Soy una Keijukainen, emparentada de forma directa con los astros de la constelación de Orión, donde aún yace oculto el corazón de Raki, tu más antiguo antepasado. Al haber crecido tu hermano dentro de mí, algo de mi sangre pasó hacia él, lo que lo hizo convertirse en un híbrido de humano, Keijukainen, Valaistu y Nocturno. Él está hoy ante tus ojos, y es a quien llamas Milo —le reveló con seriedad la dama de tez nívea.

Dahlia estaba aún más intranquila y confundida que antes. Le estaban dando información transcendental en abundancia, pero con muchas palabras de las que jamás había escuchado hablar. Ya era demasiado para un solo día. Su cerebro no lograba asimilar tantas cosas de golpe. De entre todo lo que Sherezade mencionó, lo que más la desconcertó fue saber que... ¡esa monumental criatura a su lado era su hermano gemelo Milo! La cabeza le daba vueltas, se sentía fuera de sí, no comprendía nada de nada. Estaba a punto de desplomarse debido a un repentino vértigo y una copiosa sudoración que emanaba de todo su cuerpo, pero la mano de su hermano la sostuvo con delicadeza. Cuando ella lo miró, tenía otra vez su forma humana de chico y le estaba sonriendo, rebosante de ternura. 

—No te presiones, Dahlia. Ya tendrás tiempo para pensar con claridad. Lo más importante de todo es que ahora sabes quién soy yo en realidad. Estoy contigo para ayudarte y cuidarte, pase lo que pase —le aseguró el muchacho, en un tono que inspiraba total confianza—. Creo que debería llevarte a casa de inmediato. Podremos volver aquí con total facilidad más tarde —afirmó, mientras la sujetaba por la cintura y la miraba a los ojos.

Una vez más, Dahlia vio el destello dorado que ya le resultaba tan familiar y, apenas unos segundos después, ambos jóvenes se encontraban en la sala de la casa de la chica, sentados en el sofá-cama. Sabiéndose de vuelta, ella cayó rendida por el gran cansancio físico y mental en los brazos de Milo. Él la abrazó con fuerza, tras lo cual la levantó y se la llevó hasta su cama. Allí la arropó con una sábana limpia y le besó la frente con cariño. Luego se dirigió a cerrar con llave la puerta de la habitación, para después sentarse en el piso, con su espalda recostada a una de las paredes. Desde allí vigilaría sin pausas el sueño de su hermana durante todo el resto de esa noche.

Al principio, Dahlia parecía descansar de manera apacible, pero pronto su rostro comenzó a contraerse mientras ella balbuceaba algunas frases inconexas. Milo se acercó a ella, un poco preocupado, para escuchar con mayor claridad lo que decía. De los labios de la chica escapaban suspiros entrecortados y palabras apenas audibles. "Yo... olvidados... dónde... Milo... mamá... quién... Galatea..." eran algunas de las pocas cosas que el muchacho pudo comprender, aun teniendo su oído casi pegado a la boca de Dahlia. Estaba muy extrañado con todo aquello, pero se limitó a pensar que ella debía estar soñando y que no había razones para exagerar. La pobre chica necesitaba dormir lo máximo que fuese posible, así que decidió no despertarla, aunque siguiera murmurando por varias horas más.

Retomó entonces su puesto anterior. Continuó mirándola hablar en sueños por un rato, tratando de imaginar qué sería lo que ella visualizaba en su fantasía onírica. De pronto, la chica arqueó la espalda y profirió un estridente chillido de angustia. Acto seguido, Milo corrió a su lado, para tomarla de la mano y así tratar de calmarla, pero todo lo que hizo fue en vano. Dahlia comenzó a convulsionar mientras seguía gritando. Sus movimientos violentos dejaban ver que estaba siendo torturada, como si le clavaran algo filoso en el pecho. Él la sujetó de ambos hombros y la sacudió con fuerza para despertarla. Eso tampoco dio resultado. Ella seguía retorciéndose de dolor, cada vez con más intensidad. Milo tuvo que tomar una drástica medida, en vista de las angustiantes circunstancias. Colocó su mano derecha sobre su ojo izquierdo, al tiempo que hacía una invocación. Desde su cuenca emanó una esfera del tamaño de la cabeza de un alfiler, la cual fulguraba y giraba sobre su propio eje. La tomó entre sus dedos índice y pulgar, y se la colocó a Dahlia en el pecho, que era donde parecía dolerle más. La piel de la muchacha la absorbió de inmediato, haciendo que su cuerpo se elevara a unos pocos centímetros de la cama, para después regresar a ella. Sus gritos se habían detenido por completo, pero seguía dormida. Milo volvió a sacudirla y esta vez ella sí se despertó.

Al abrir la joven sus ojos, por un milisegundo su hermano vio en ellos un centelleo de los ojos de otra persona: era la mirada de un alma llena de amargura. Pero aquella imagen fue tan fugaz que creyó haberla imaginado. Se lo atribuyó al gran susto y la zozobra de verla sufriendo durante su pesadilla.

Además, tan pronto lo reconoció, Dahlia se le abalanzó a su cuello y lo abrazó con ímpetu, mientras entre lágrimas sollozaba: —Muchas gracias por estar aquí.

Él no tardó en envolverla con sus brazos, meciéndola a ritmo lento, para tranquilizarla...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now